sábado, 22 de octubre de 2016

Monte Simeli

HABÍA DOS HERMANOS, uno rico y otro pobre. El rico no ayudaba nada al pobre, que tenía que ganarse la vida vendiendo trigo; pero a veces le iba muy mal, y su mujer y sus hijos no tenían siquiera un poco de pan.
Un día, el pobre iba en su carro, y vio a un lado un monte grande y pelado. No lo había visto nunca, y se paró, lleno de curiosidad. Y, de pronto, vio que se acercaban doce hombretones. Pensó que serían ladrones, y escondió su carro entre las matas, se subió a un árbol y esperó a ver qué pasaba.
Los doce hombres llegaron al pie del monte  y gritaron:
- ¡Semsi, ábrete! ¡Ábrete, Monte Semsi!
Y en aquel momento, el monte se abrió por la mitad, y los doce hombres entraron por la abertura; y, en cuanto estuvieron dentro, el monte se volvió a cerrar. Pero al poco rato, se abrió otra vez, los hombres salieron cargados con grandes sacos , y luego gritaron:
- ¡Ciérrate, Monte Semsi!
El monte se cerró; no se notaba la abertura por ninguna parte, y los doce hombres se marcharon. El pobre del trigo esperó que estuvieran bien lejos; luego bajó del árbol, se acercó al monte y gritó:
- ¡Ábrete, Monte Semsi!
Y el monte se abrió como antes.; el hombre entró y se encontró en una cueva enorme, llena de plata y oro; por todas partes había montones de perlas y brillantes, como hay montones de grano en la era. El pobre se quedó sin saber qué hacer; al fin se llenó los bolsillos de oro y dejó las perlas y los brillantes. Salió de la cueva y gritó:
- ¡Ciérrate, Monte Semsi! 
El monte se cerró y el hombre de marchó a su casa con su carro.


Desde aquel día, ya no volvió a pasar apuros; podía dar a su mujer y a sus hijos todo el pan que querían, y hasta vino; y vivió muy feliz, ayudando a mucha gente y dando limosna a muchos pobres.
Cuando el oro se le terminaba, iba a casa de su hermano, le pedía el cajón de medir el trigo, lo llevaba al monte y lo llenaba de oro.
Su hermano rico, estaba muerto de envidia, y no comprendía de dónde sacaba su hermano tanta riqueza ni por qué le pedía siempre el cajón del trigo; y entonces se le ocurrió untar de pez el fondo del cajón. Y cuando el hermano se lo devolvió, encontró una moneda de oro pegada al fondo, y le dijo a su hermano:
- ¿Qué has medido aquí?
- Trigo y cebada - Dijo el pobre.
Pero el rico le enseño la moneda de oro y dijo que le confesara la verdad, o le llevaría a la cárcel; así que el hermano tuvo que contárselo todo. Y el rico mandó que engancharan un carro enseguida, y se fue al monte para llevarse todos los tesoros de la cueva. Al llegar gritó:
- ¡Monte Semsi, ábrete!
El monte se abrió, y el hombre entró en la cueva; vio todos aquellos montones de piedras preciosas, y al principio no sabía qué llevarse, porque se lo quería llevar todo a la vez. Al fin cargó en su carro las joyas de más valor, y decidió volver a su casa; pero con la emoción se le había olvidado el nombre del monte, y empezó a gritar:
- ¡Monte Simeli, ábrete! ¡Ábrete, Monte Simeli!
Y como el monte no se llamaba Simeli, no se abría, y el hombre quedó encerrado dentro de la cueva. Le entró mucho miedo, y cuanto más se asustaba, menos se acordaba del nombre del monte; y de nada le servían todos los tesoros que había cargado en su carro, porque no podía salir.
Por la noche el monte se abrió, y entraron los doce ladrones; vieron al hombre muy asustado, y empezaron a burlarse de él:
- ¡Ladrón, bandido, al fin te hemos encontrado! ¿Crees que no nos habíamos dado cuenta de que nos estabas robando? ¡Ahora no te escaparás!
-¡Eh, que yo no era, que era mi hermano!
Pero los ladrones no le hicieron caso, por más que el hombre lloró y pidió perdón, y le tuvieron preso para siempre. 

FIN.



"Cuentos de Los Hermanos Grimm" - Ilustraciones de Janusz Grabianski.

Blancanieves y Rojaflor

UNA VIUDA MUY POBRE vivía en una casita muy pobre también, en medio del campo. Delante de la casita había un jardín con dos rosales: uno daba rosas blancas y otro rosas rojas. La viuda tenía dos hijas que se parecían a los rosales: una se llamaba Blancanieves y la otra, Rojaflor. 


Las niñas eran buenas y trabajadoras como ellas solas; pero Blancanieves era más callada y amable que su hermana.
Rojaflor prefería correr por los prados y los campos, recogiendo flores y cazando mariposas; Blancanieves se quedaba en la casita, ayudando a su madre, y a veces leía en voz alta mientras su madre cosía.
Las hermanas se querían mucho; iban siempre tomadas de la mano y Blancanieves decía:
- No nos separaremos nunca.
Y Rojaflor contestaba:
- No; no nos separaremos en la vida.
La madre decía entonces:
-Tendréis que repartiros siempre todas las cosas; lo que sea de una, será de las dos.
Las niñas iban muchas veces al bosque, y recogían fresas y grosellas, y los animales del bosque no les hacían nunca daño; al contrario, se acercaban a ellas porque ya las conocían. La liebre comía hojas de col de la mano de las niñas; el corso se quedaba pastando a su lado y el ciervo saltaba a su alrededor, y los pájaros de bosque se posaban tranquilos en las ramas, y cantaban para ellas. A las niñas no les había pasado nunca nada malo en el bosque; si llegaba la noche y estaban entre los árboles, se echaban a dormir sobre el musgo hasta la mañana siguiente; su madre lo sabía y no se preocupaba. 
Un día que se habían quedado a dormir en el bosque, al despertarse, vieron sentado a su lado  a un niño muy guapo,  vestido con un traje blanco y brillante; el niño se levantó, las miró con cariño, no dijo nada y echo a andar por el bosque; las niñas vieron entonces que habían dormido al borde de un precipicio, y que se habrían matado si hubiesen  dado unos pasos más en la oscuridad.  Y su madre les dijo, cuando se lo contaron,  que aquel niño tenía que ser el Ángel de la Guarda, que cuida a los niños buenos.
Blancanieves y Rojaflor, tenían muy limpia su casita; daba gusto verla. En verano, Rojaflor se ocupaba de la casa, y por la mañana, antes que la madre se levantara, ponía un ramo de flores frente a su cama, con una rosa de cada rosal; en invierno, Blancanieves cuidaba del fuego y ponía el caldero a cocer. El caldero era de cobre, pero brillaba como si fuera de oro, de lo limpio que estaba.  Por la tarde, cuando ya empezaba a oscurecer y la nieve caía, decía la madre:
- Anda, Blancanieves, echa el cerrojo a la puerta - Y se sentaban las tres junto al fuego, la madre se ponía los lentes y leía un libro muy grande, y las niñas la escuchaban mientras hilaban.
A su lado, había un corderito sentado en el suelo; y detrás de ellas, posada en una percha, una paloma blanca dormía con la cabeza debajo de un ala, 
Una noche, cuando estaban las tres allí como siempre, oyeron que alguien llamaba a la puerta. La madre dijo:
- Corre, Rojaflor, abre la puerta, que será un caminante que busca refugio.
Rojaflor fue a abrir la puerta, pensando que sería un pobre; pero no era un pobre: era un oso, que metió en la caza su negra cabezota. 
Rojaflor dio un grito y se volvió corriendo; el cordero empezó a balar, y la paloma a revolotear, y Blancanieves se metió debajo de la cama d su madre. Pero el oso les dijo:
- No temáis; no voy a haceros daño. Sólo quiero calentarme un poco, porque estoy medio helado.
- ¡Pobre oso! - Dijo la madre - Échate aquí junto al fuego, y ten cuidado de que no se te queme la piel. ¡Blancanieves, Rojaflor! Salid ya, que el oso es bueno; no tengáis miedo.
Las niñas salieron todavía un poco asustadas, y el cordero con mucho cuidado, se fue acercando también; la paloma se quedó al fin tranquila y el oso dijo a las niñas:
 - Pequeñas, sacudidme la nieve de la piel 
Las niñas tomaron la escoba y limpiaron la nieve de la piel del oso; y el animal se estiró junto al fuego, gruñendo de gusto.
Al cabo de un rato, las niñas empezaron a tomarse confianza con el oso: le tiraban el pelo, se sentaban encima de él, le daban empujones y le pegaban flojito con una vara, y cuando el oso gruñía, se echaban a reír. El oso dejaba que las niñas jugaran con él, y si se ponían demasiado pesadas, les decía:
- ¡Que me vais a matar! ¡Que matáis a vuestro novio!
Cuando llegó la hora de dormir, la madre dijo al oso:
- Puedes quedarte ahí, junto al fuego; no puedes salir ahora con el frío y la nieve que hay fuera.


Llegó la mañana; las niñas abrieron la puerta y el oso  se marchó trotando por la nieve, hacia el bosque. Desde entonces, todas las tardes volvía a la misma hora, se echaba junto al fuego y dejaba que las niñas jugaran con él; y ellas se hicieron tan amigas del animal, que ya nunca cerraban la puerta hasta que él llegaba. Y cuando vino la primavera y las plantas empezaron a brotar, el oso dijo a Blancanieves:
- Ahora tengo que marcharme; no volveré hasta que pase el verano.
- ¿Dónde vas querido oso?
- Tengo que ir al bosque, a cuidar de mis tesoros para que no me los quiten los enanos malos; porque en invierno, los enanos no pueden salir, con tanta nieve como hay; pero en cuanto se quite la nieve, los enanos subirán a robar todo lo que encuentren. Y si esconden algo en sus cuevas, ya no lo ve uno nunca más.
Blancanieves se puso muy triste porque quería mucho al oso. Le abrió la puerta, y el oso se enganchó en el cerrojo y se rompió un poco la piel; y a Blancanieves le pareció que debajo de la piel del oso había visto brillar algo como oro. El oso se marchó y se perdió de vista entre los árboles.
Pasó algún tiempo, y la madre mandó a las niñas al bosque a recoger leña; vieron un árbol caído, y allí cerca, en la hierba, una cosa que saltaba y no sabían qué podía ser; se acercaron, y  vieron un enanito de cara arrugada y fea, con una barba blanca muy larga; se le había quedado la punta enganchada en un árbol, y el enano saltaba como un perrito atado, sin saber cómo soltarse. Miró a las niñas con sus ojillos rojos y brillantes y gritó:

- ¡No os quedéis como bobas! ¡Venid a ayudarme!
- ¿Qué te ha pasado, hombrecillo? - Preguntó Rojaflor.
- ¡Tonta, preguntona! - Dijo el enano - ¡Lo que me ha pasado es que he querido hacer astillas de este árbol! nosotros necesitamos astillas menudas, porque la leña grande no nos sirve; tenemos platos pequeños y comemos mucho menos que vosotros, que sois unos tragones. Y cuando estaba partiendo astillas, el hacha se me ha escurrido y la barba se me ha quedado enganchada en una raja de la madera y no la puedo sacar. ¡Ah! ¿Os hace gracia? ¡Qué estúpidas sois!
Las niñas quisieron desenredarle la barba, pero no había manera porque estaba muy enganchada.
- ¡Voy a llamar a alguien! - Dijo Rojaflor.
- ¡Sois unas bobas! - Gruño el enano - ¿Para qué quiero más gente? Ya bastante con vosotras dos; podíais ser 
mas listas.

- ¡No te enfades, hombre! - Dijo Blancanieves - Espera, que voy a ver si puedo soltarte la barba.- Saco del bolsillo unas tijeras y le cortó al enano la punta de la barba; y el enano, en cuanto se vio libre, recogió un saco lleno de oro, se lo echó a la espalda y se marchó gritando:
- ¡Qué niñas más estúpidas! ¡Vaya ocurrencia, cortarme un poco de mi preciosa barba! ¡Idos a paseo!
Y se marchó sin mirar siquiera a las niñas.
Al poco tiempo, las hermanas fueron a pescar; cuando estaban cerca del arroyo, vieron algo como un saltamontes que iba dando saltitos hacia el agua; se acercaron, y era el enano de la otra vez.
- ¿Dónde vas, enanito? - Dijo Rojaflor - No querrás tirarte al agua, ¿Verdad?
-  No estoy tan loco - Gritó el enano - Lo que pasa es que ese dichoso pez está tirando de mi y me va a tirar de cabeza al arroyo.
Y es que el enano había ido a pescar, y el viento le había enredado la barba en el sedal; y al picar un pez, le faltaron al hombrecillo las fuerzas para sacarlo, y el pez estaba tirando y arrastraba al enano al agua. El pobrecillo  se agarraba a las ramas y a los juncos, pero no le servía de nada porque el pez era grande y podía más que él. Las dos niñas llegaron a tiempo; sujetaron al enano y quisieron desenredarle la barba, pero no podían porque estaba muy enredada en el cordel; no tuvieron más remedio que sacar otra vez las tijeras y cortarle otro trozo de barba. El enano se puso furioso:
- ¿Qué modales son esos? ¡Tontas, más que tontas! ¡Estropearme mi preciosa barba! ¿Qué va a decir mi familia?
Tomó un saco lleno de perlas, se lo echó a la espalda y se marcho, sin mirar siquiera a las niñas ni dar las gracias.


Pasaron unos días, y la madre mandó a las niñas a la ciudad, para que comprasen hilos y agujas; el camino pasaba por un campo lleno de rocas, y las niñas vieron de pronto un pájaro muy grande que volaba dando vueltas por encima de ellas, y cada vez iba bajando más, hasta que se posó en una de las peñas. Entonces, las niñas oyeron un grito terrible, corrieron hacia la peña y vieron muy asustadas que el águila había agarrado al enano y se lo quería llevar.  Las niñas sujetaron con fuerza al enanito, hasta que el águila se cansó y lo soltó. Y el enano, en lugar de dar las gracias, se puso a gritar:
-¡Qué manera de tratarme! ¡Me habéis roto la chaqueta! ¡Torpes, estúpidas!
Tomó un saquillo lleno de piedras preciosas y se metió en su cueva que estaba entre las peñas. Las niñas ya se habían acostumbrado a la ingratitud del enano, y siguieron andando hacia la ciudad. A la vuelta, cuando pasaban otra vez por el campo de las peñas, vieron al enano, que había extendido todos sus tesoros en el suelo, pensando que a aquellas horas no iba a pasar nadie por allí. El sol de la tarde daba en las perlas y las piedras preciosas y las hacía brillar como estrellas; tenían unos colores tan bonitos, que las niñas se quedaron como bobas, mirándolas. 
   
 
      
- ¡Fuera de aquí, curiosas! - Gritó el enano, furioso. Pero en aquel momento, se oyó un gruñido y apareció un  oso negro, que salía del bosque. El enano dio un grito de espanto y quiso echar a correr, pero el oso le alcanzó, y el enano se puso a lloriquear:
- ¡Señor oso, querido señor oso! Perdóname la vida, y te daré todos mis tesoros. Mira, mira qué brillantes y qué perlas tengo allí; no tienes ni para un bocadito. Cómete a esas dos niñas; ¡Mira qué gorditas están, parecen codornices bien tiernas! ¡Cómetelas, que estarán muy ricas!
Pero el oso no le hizo el menor caso; le dio un zarpazo y lo mató.
Las niñas habían echado a correr, y el oso las siguió gritando:
- ¡Blancanieves, Rojaflor! ¡No tengáis miedo, que soy yo! ¡Esperadme!
Entonces, las niñas reconocieron a su amigo el oso y le esperaron. Y cuando el oso se acercó a ellas, se le cayó la piel y vieron que era un muchacho muy guapo, vestido con un traje de oro.
- Soy un príncipe - Dijo el muchacho -. Ese enano me había encantado para robarme mis tesoros, y desde entonces he tenido que andar por el bosque convertido en oso; pero ahora, al matar al enano, ya me he librado del hechizo, y él ha tenido el castigo que merecía.



Blancanieves se casó con el príncipe, y Rojaflor con un hermano que él tenía. Se repartieron todos los tesoros que había robado el enano, y la madre vivió muchos años feliz al lado de sus hijas; se llevó los dos rosales que tenían plantados  delante de la casita, y todos los años daban rosas rojas y blancas: las más bonitas del mundo. 
     
       FIN.

"Cuentos de Los Hermanos Grimm" - Ilustraciones de Janusz Grabianski.

Un Ojito, Dos Ojitos, Tres Ojitos.




UNA MUJER TENÍA TRES HIJAS: La mayor se llamaba Un Ojito, porque sólo tenía un ojo en medio de la frente; la segunda se llamaba Dos Ojitos, porque tenía dos ojos como todo el mundo; y la tercera se llamaba Tres Ojitos, porque tenía los dos ojos como todo el mundo, más uno de propina en la frente. Y como la segunda era igual que todas las personas, ni su madre, ni sus hermanas la podían soportar. Siempre le estaban diciendo:
- ¡Qué niña más ordinaria! No te distingues nada de la gente corriente; no pareces de nuestra familia.
Y la trataban mal, la vestían con los peores trajes y no le daban de comer más que las sobras.
Un día, la mandaron al campo a cuidar la cabra; y la niña estaba llorando, porque tenía hambre. En esto, vio a una mujer que le dijo:
- Dos Ojitos, ¿Por qué lloras?
- ¡Ay, soy muy desgraciada! Tengo dos ojos como todo el mundo, y ni mi madre ni mis hermanas me quieren; siempre me están empujando, me dan los vestidos rotos y me dejan sin comer. Hoy he comido tan poco, que me estoy muriendo de hambre.- 
Y la mujer, que era un hada, le dijo:
- No llores más; voy a decirte unas palabras mágicas, para que ya nunca vuelvas a pasar hambre. Basta que digas a la cabra:

"¡Bala, cabrita!
¡Cúbrete, mesita!"

Y, en cuanto lo digas, aparecerá delante de ti una mesita llena de platos muy buenos, y podrás comer todo lo que quieras. Cuando termines de comer, dirás:

"¡Bala, cabrita!
¡Quítate, mesita!"

Y la mesita desaparecerá.
El Hada se marchó, y Dos Ojitos se quedó pensando: "Voy a probar si todo eso es verdad, porque tengo mucho hambre".

"¡Bala, cabrita!
¡Cúbrete, mesita!"

Y, en aquel momento, apareció una mesita con un mantel blanco y un plato, cuchillo, tenedor y cuchara de plata; y sobre la mesa había fuentes llenas de comida caliente, como si las acabaran de sacar de la cocina. Dos Ojitos rezó la oración más corta que sabía "¡Bendice estos alimentos, Señor!" y se puso a comer con un apetito enorme. Cuando terminó, dijo:

"¡Bala, cabrita!
¡Quítate, mesita!"

Y, en un momento, la mesa desapareció.
"¡Así da gusto!, ¡Qué fácil es preparar la comida!", pensó Dos Ojitos, muy contenta. Por la noche, volvió a su casa con la cabra y vio una cazuelita con restos de comida que le habían dejado sus hermanas, pero no la tocó. Al día siguiente volvió a salir con la cabra, sin tomar los pedazos de pan que le habían dejado para desayunarse. Las hermanas no notaron nada al principio, pero cuando Dos Ojitos dejó su comida varias veces, dijeron:
- A esta niña le pasa algo; siempre se deja la comida, con lo tragona que era antes. Debe de comer algo por ahí.
Entonces, decidieron que Un Ojito la acompañara al campo, para ver si alguien llevaba comida a su hermana. Dijo que la acompañaba para ver qué tal cuidaba a la cabra, pero Dos Ojitos no era tonta y comprendió por qué iba; así que dejó a la cabra en un prado, y dijo a Un Ojito:
- Ven, Un Ojito; vamos a sentarnos aquí y te cantaré una canción. Un Ojito estaba cansada de andar y del calor que hacía; se sentó, y Dos Ojitos se puso a cantar:

"Un Ojito, ¿Estás dormida?
Un ojito, ¿Estás despierta?"

Y repitió la cantinela muchas veces, muchas veces, hasta que Un Ojito cerró su único ojo y se durmió. Y entonces, Dos Ojitos dijo:

"¡Bala, cabrita!
¡Cúbrete, mesita!"

Y la mesita apareció y la niña comió con mucho apetito; dijo luego las palabras mágicas:

 "¡Bala, cabrita!
¡Quítate, mesita!"

Y la mesita desapareció. Entonces, Dos Ojitos despertó a su hermana y dijo:
- ¡Vaya una manera de guardar la cabra! Te has quedado dormida, y si no es por mí, la cabra se hubiera escapado. Vamos ya a casa.
Dos Ojitos tampoco tocó su cena aquella noche; pero Un Ojito no pudo explicar nada, y contó que se había quedado dormida en el campo. Al día siguiente la madre dijo a Tres Ojitos:
- Hoy acompañarás tú a tu hermana; fíjate bien si alguien le lleva comida, porque no entiendo lo que le pasa.
Tres Ojitos explicó a su hermana que quería ver si cuidaba bien a la cabra, pero Dos Ojitos, comprendió por qué la quería acompañar, y cuando llegaron al prado se puso a cantar:

"Tres Ojitos, ¿Estás dormida?"

Pero a fuerza de repetirlo, se confundió y dijo muchas veces

"Tres Ojitos, ¿Estás despierta?
Dos Ojitos, ¿Estás dormida?"

Y, con la equivocación, a Tres Ojitos se le cerraron dos ojos, y el tercero, el que tenía en la frente, se le quedó abierto; entonces, la niña cerró también aquel ojo para hacerse la dormida, pero por el rabillo del ojo miraba a su hermana. Y Dos Ojitos, creyendo que Tres Ojitos estaba bien dormida, dijo:

   "¡Bala, cabrita!
¡Cúbrete, mesita!"
                                  
Y la mesita apareció, la niña comió, y dijo luego las palabras mágicas para que la mesita desapareciera. Entonces, dijo a Tres Ojitos:
- ¡Te has quedado dormida tú también! ¡Vaya una manera de vigilar a la cabra!. Vámonos ahora a casa.

Ilustración de Janus Grabianski y "detalles de arte" de algún integrante pequeño de la familia....

Al llegar a la casa, Dos Ojitos dejó la cena; y Tres Ojitos dijo a su madre:
- Ahora ya sé por qué no come Dos Ojitos; fíjate bien lo que hace.
Y contó la historia de la mesita mágica. La madre llamó entonces a Dos Ojitos y comenzó a regañarla:
- ¡Egoísta! ¿crees qye te vas a dar mejor vida que nosotras? ¡Se te ha acabado la broma!.
Tomó un cuchillo y se lo clavó a la cabra en el corazón; Dos Ojitos se marchó de la casa llorando, y cuando llegó al prado volvió a aparecer el hada y dijo:
- Dos Ojitos ¿Por qué lloras ahora?
- ¡Han matado a mi cabrita! ¡Ya no podré decirle las palabras que me enseñaste, y me quedaré sin comer!
El hada le dijo:
- No llores así, pide a tus hermanas las tripas de la cabra, y las entierras delante de la puerta de tu casa, Ya verás como eso te trae suerte.
Dos Ojitos volvió a la casa y dijo a sus hermanas:
- Hermanas, por favor, dame algo de mi cabrita. No pido más que las tripas.
Las hermanas se echaron a reír:
- ¿Las tripas? ¡Vaya, qué boba! Por nosotras, te las puedes llevar.
Dos Ojitos se guardó las tripas de la cabra, y por la noche fue a enterrarlas sin que la vieran, delante de la puerta. Y a la mañana siguiente, todos se quedaron maravillados al ver delante de la puerta un árbol hermosísimo, que tenía hojas de plata y frutos de oro. No se podían explicar cómo había crecido aquel árbol durante la noche. Sólo Dos Ojitos sabía que había crecido de las tripas de la cabra y que era un árbol mágico. La madre dijo entonces a Un Ojito:
- Trepa al árbol, hija, y recoge las frutas.
Un Ojito trepó al árbol, pero cada vez que iba a recoger una de las manzanas de oro, la rama se le escapaba de las manos. No consiguió recoger ni una sola manzana de oro; y la madre dijo:
- Tres Ojitos, sube tú al árbol, que con tres ojos verás mejor que tu hermana.
Tres Ojitos subió, pero le pasó lo mismo: en cuanto iba a tomar una manzana, se le escapaba la rama. Entonces, la madre perdió la paciencia y se subió al árbol; pero ocurrió lo mismo que sus dos hijas, y se quedó sin manzanas.
Dos Ojitos dijo entonces:
- Voy a subir yo; a lo mejor puedo recoger las manzanas.
Las hermanas se reían de ella:
- ¡Tú, y tus dos ojos! ¡Qué vas a poder!



Pero la niña trepó al árbol. Y las ramas no se le escapaban, sino que le acercaban las manzanas; Dos Ojitos las fue recogiendo una por una, y llenó con ellas su delantal. Bajó del árbol, y su madre le quitó todas las manzanas; y sus hermanas llenas de envidia, empezaron a pegarle. 
Un día estaban todas debajo del  árbol, y vieron llegar a un caballero joven y guapo, y las hermanas dijeron:
-¡Vete, vete Dos Ojitos! ¡Que no te vea el caballero, que nos dará vergüenza, con lo ordinaria que eres! 
Como el caballero ya se acercaba, metieron a Dos Ojitos dentro de un tonel, con las manzanas que había recogido. El caballero paró el caballo y se puso a mirar el árbol.
-¡Qué árbol más hermoso! ¿De quién es? Daría lo que fuese por una de sus ramas.
Tres Ojitos y Un Ojito dijeron que el árbol era de ellas, y que le regalarían una de sus ramas; pero, por más que saltaron y treparon, las ramas no se dejaron agarrar. Entonces dijo el caballero:
- ¡Qué raro! Si el árbol es vuestro, ¿Cómo no tenéis poder para tomar una rama?

Las hermanas seguían diciendo que el árbol era suyo; pero, Dos Ojitos, que lo estaba oyendo todo dentro del tonel, echó a rodar unas cuantas manzanas a los pies del caballero. Estaba enfadada porque sus hermanas no decían la verdad. Al ver las manzanas de oro, el caballero se quedó muy asombrado y preguntó de dónde venían.
Un Ojito y Tres Ojitos dijeron que tenían una hermana, pero que no dejaban que nadie la viera porque era una niña muy ordinaria, con dos ojos como todo el mundo. El caballero dijo que la quería ver, y como las hermanas no le hacían caso, gritó:
- ¡Dos Ojitos, ven aquí!
La niña salió del tonel; el caballero se la quedó mirando era una niña guapísima, y el caballero le dijo:

- Dos Ojitos, ¿Quieres cortarme una rama del árbol?  
- Con mucho gusto; yo puedo cortar la rama, porque el árbol es mío.
Trepó al árbol y cortó una rama de hojas de plata y manzanas de oro, y se la dio al caballero. Y él preguntó:
- ¿Qué quieres a cambio de esta rama?
- Que me lleves contigo, caballero. Aquí me tratan muy mal; me hacen pasar hambre y sed y soy muy desgraciada. Llévame contigo, por favor.
Entonces el caballero subió a Dos Ojitos a su caballo, y se la llevó al castillo de su padre. Le dieron vestidos preciosos, buena comida y bebida; y como el caballero la quería tanto, se casó con ella y celebraron la boda con mucha alegría.
Las dos hermanas se morían de envidia al ver que Dos Ojitos se había marchado con el caballero. Se querían consolar pensando: "Por lo menos tenemos el árbol mágico. Aunque no podamos recoger  las manzanas de oro, los que pasen por aquí se pararan a mirarlas y nos haremos famosas. Y a lo mejor sacamos novio".
Pero a la mañana siguiente, el árbol había desaparecido y las hermanas se quedaron sin nada. Y cuando Dos Ojitos se asomó a la ventana de su castillo, vio con alegría que el árbol estaba allí delante. Dos Ojitos vivió mucho tiempo feliz con su marido.
Una vez llegaron al castillo dos mujeres muy pobres pidiendo limosna. Dos Ojitos las miró a la cara y vio que eran sus hermanas, Un Ojito y Tres Ojitos, que se habían  vuelto tan pobres, que tenían que ir de puerta en puerta pidiendo un poco de pan. Y como Dos Ojitos era tan buena, les dio de comer. Y las hermanas se arrepintieron de todo lo que habían hecho sufrir a Dos Ojitos cuando era pequeña. 
FIN. 




"Cuentos de Los Hermanos Grimm" - Ilustraciones de Janusz Grabianski.



miércoles, 19 de octubre de 2016

El Lobo y Las Siete Cabritas

HABÍA UNA CABRA VIEJA. Tenía siete cabritas, y las quería tanto somo todas las madres a sus hijas. Un día, la cabra madre pensó ir al bosque a buscar comida, y dijo a sus siete hijas:
- Hijitas mías, me voy al bosque. Tened mucho cuidado con el lobo. Si se mete en casa, os comerá a todas sin dejar ni los huesos. Mirad que es muy malo, a veces se disfraza; pero le podréis conocer por la voz, que es muy ronca, y por las patas, que son muy negras.
Las cabritas dijeron:
- No te preocupes, madre; tendremos mucho cuidado.
La madre baló y se fue hacia el bosque. Y al poco rato alguien llamó a la puerta y dijo:
- ¡Abrid, hijas mías! ¡Soy vuestra madre y os he traído un regalo!
Pero las cabritas comprendieron que era el lobo, por la voz.
- ¡No te abrimos! ¡No eres nuestra madre, porque ella tiene la voz fina y habla con cariño! Tu voz es ronca; ¡Eres el lobo!
El lobo fue entonces a la tienda y compró un pedazo de yeso; se lo comió, y se le puso la voz finita; volvió a la casa y dijo:
- ¡Abrid, hijas mías! ¡Soy vuestra madre y os traigo un regalo!
Pero había apoyado una pata en la ventana y las cabritas la vieron y dijeron:
- ¡No te abrimos! Nuestra madre no tiene las patas negras como tu. ¡Eres el lobo!.
El lobo fue entonces a la panadería, y dijo al panadero:
- Me he hecho daño en el pie; ponedme un poco de masa encima, para que no me duela.
El panadero le untó el pie con la masa; y entonces el lobo fue al molino y dijo al molinero:
- Echadme harina encima de este pie.
El molinero pensó: "Éste quiere engañar a alguien". Y no quería echarle la harina, pero el lobo le dijo:
- Si no me das la harina, te comeré.
El molinero se asustó y le echó la harina encima de la masa; y la harina se pegó en la masa y al lobo le quedó la pata muy blanca. Entonces volvió a la casita y llamó:
- ¡Abridme, hijitas, que os traigo regalos del bosque!
Las cabritas dijeron:
- Enséñanos una pata, para que sepamos si eres nuestra madre.
El lobo puso en la ventana su pata enharinada; las cabritas al ver la pata blanca, creyeron que era su madre y abrieron la puerta. ¡Pero no entró su madre, sino el lobo! Las cabras se asustaron muchísimo y quisieron esconderse. 



Una de ellas se escondió debajo de la mesa, otra dentro de la cama, otra en la chimenea, la cuarta en la cocina, la quinta en el armario, la sexta en la alacena, y la séptima en la caja del reloj. Pero el lobo las fue encontrando a todas, y se las merendó en un par de bocados; a la única que no pudo encontrar fue a la pequeña, la que estaba en la caja del reloj. Cuando terminó de comer, el lobo salió de la casa, se tumbó en un prado a la sombra de un árbol y se durmió.

 Al poco rato, la cabra madre volvió del bosque; llegó a su casa y, ¡Dios mío, lo que vio! La puerta estaba abierta de par en par; las sillas, la mesa y todos los muebles, tirados y revueltos; la ropa de la cama estaba rota y en el suelo. Se puso a buscar a sus hijitas, pero no las vio por ningún lado. Las llamó por sus nombres, una por una, y nadie le contestó.
Pero cuando dijo el nombre de la más pequeña, oyó su vocecita que decía:
- ¡Madre, estoy en la caja del reloj!.
La madre la sacó de allí, y la cabrita contó que había ido el lobo y se había comido a todas sus hermanas. ¡Qué pena le entró a su pobre madre!. Lloró y lloró, y luego salió al campo con su última hijita y llegaron al prado; allí estaba el lobo, dormido debajo del árbol y dando unos ronquidos que hacían temblar las ramas. La cabra se puso a mirar al lobo, y en esto, notó que algo se le movía al lobo en la barriga.
- ¡Dios mio! Deben de ser mis hijitas, que están vivas todavía.
Mandó corriendo a la cabrita más chica a su casa; le encargó que trajera tijeras, hilo, agujas; la cabrita se lo llevó, la madre abrió la barriga al lobo, y en cuanto hizo un corte, una de las cabritas asomó la cabeza; y luego fueron saliendo todas las cabritas, vivas y contentas, porque el lobo se las había tragado sin masticar. ¡Qué alegría les entró a todas! Abrazaron a su madre y se pusieron a dar brincos como locas. Pero la madre les dijo:
 - Corred, corred; buscad piedras bien grandes, para que se las metamos al lobo en la barriga, antes que se despierten.
Las cabritas echaron a correr y buscaron muchas piedras, rellenaron la barriga del lobo con ellas y la madre cosió muy bien, sin que el lobo se enterase siquiera. Y cuando el lobo se despertó, se puso de pie y se fue a un pozo a beber, porque tenía mucha sed. Y, al andar las piedras se le movían en la barriga y el lobo dijo:

"Vaya con el ruido 
que tengo en la panza; 
cabras he comido
y ahora están en danzas"



Llegó al pozo, se asomó al brocal y, ¡pataplum!, se cayó de cabeza adentro, porque las piedras le pesaban mucho. Las cabritas llegaron corriendo, le vieron ahogado en el fondo, y se pusieron a bailar y a cantar:

"¡Se ha muerto el lobo!
¡Mira qué bobo!"

Y estuvieron bailando alrededor del pozo hasta que se cansaron.-
FIN.


"Cuentos de Los Hermanos Grimm" - Ilustraciones de Janusz Grabianski.

  

Rúmpeles Tíjeles



HABÍA UN MOLINERO muy pobre que tenía una hija muy guapa. Un buen día, el molinero se encontró con el rey y le dijo para presumir:
- Tengo una hija que es un portento; se pone a hilar la paja; y la convierte en oro.
- Caramba, caramba - Dijo el rey - Tengo que ver ese portento. Tráeme mañana tu hija a palacio.
Llevaron a la niña al palacio y el rey la acompañó a un cuarto lleno de paja, le dio una rueca para hilar y le dijo:
- Anda, ponte a hilar; mañana por la mañana, toda esta paja tiene que estar convertida en oro. Y si no lo has conseguido, te mandaré a matar.
El rey cerró con llave el cuarto y se marchó. Y la pobre hija del molinero, que no sabía convertir la paja en oro, se quedó allí encerrada son saber que hacer. Estaba tan asustada, que se echó a llorar; y en esto se abrió la puerta y entró un enanito y dijo:
- Buenas tardes, molinera. ¿Por qué lloras así?
- Ay, ay, ay! ¡Tengo que convertir toda esta paja en oro, y no sé!
- ¿Qué me das, si me pongo a hilar y convierto la paja en oro?
- Te daré mi collar.
El enano tomó el collar, se sentó en la rueca y empezó a hilar. Y cuando llegó la mañana, toda la paja del cuarto la había convertido en madejas de oro.
Salió el sol y el rey entró en su cuarto; vio las madejas de oro y se puso contentísimo. Y, como le gustaba mucho tener oro, dijo a la hija del molinero que tenía que hilar más; la llevó a un cuarto lleno de paja y dijo:
- ¡Conviérteme en oro toda esta paja, o te mandaré a matar!
La molinerita se quedó encerrada y se echó a llorar. Y otra vez apareció el enanito y le dijo:
- ¿Qué me das, si me pongo yo a hilar?
- Te daré la sortija que llevo en el dedo.
El enano tomó la sortija, empezó a hilar y por la mañana, toda la paja del cuarto se había convertido en madejas de oro. El rey se puso muy contento, pero todavía quería más oro. Llevó a la  niña a una habitación mucho más grande, llena de paja, y dijo:
- Si consigues hilar toda esta paja durante la noche, me casaré contigo.
El rey pensaba "Aunque sea la hija de un molinero, no encontraré en el mundo una mujer más rica que esta".
La niña se quedó sola, y el enanito se presentó otra vez y le dijo:
- ¿Qué me das, si te hilo toda esta paja?
- Ya no tengo nada para darte.
- Pues prométeme una cosa: cuando seas reina, me darás tu primer hijo.
La niña pensó: "¡Quién sabe lo que va a pasar!" y, como no tenía más remedio, prometió al enano su primer hijo a cambio de que le hilara la paja.  Por la mañana, cuando entró el rey, todo aquel montón de paja había desaparecido, y en su lugar había muchas madejas de oro.
El rey se puso muy contento, se casó con la hija del molinero y la hizo reina.
Pasó un año, y les nació un niño. La reina ya se había olvidado del enano, pero el enano no se había olvidado de la promesa; se presentó en el cuarto de la reina y le dijo:
- Cumple lo prometido: dame tu hijo.
La reina se quedó espantada; prometió al enano todos los tesoros de su reino, pero el enano sólo quería llevarse al niño y decía:
- No quiero tesoros; quiero algo vivo. Eso vale mucho más para mi.
La madre se echó a llorar, no quería dar su hijito al enano, y estaba tan desesperada que el enano al fin se compadeció y dijo:
- Bueno, esperaré tres días. Si para entonces has adivinado cómo me llamo, te podrás quedar con el niño.
La reina se pasó toda la noche pensando nombres, recordó todos los nombres que había oído en su vida, y mando un criado por todo el país para enterarse de todos los nombres que había. Por la mañana, cuando el enano entró en el cuarto, la reina empezó a decir nombres y nombres, desde Melchor, Gaspar y Baltazar hasta todos los demás. Pero a cada nombre, el enano decía:
- No me llamo así.
El segundo día, la reina envió más criados a enterarse de los nombres más raros de la tierra, y cuando llegó el enano se los iba diciendo:
- ¿Te llamas, por casualidad, Costillar? ¿Te llamas Patoso? ¿Te llamas Patilargo?
Pero el enano decía siempre:
- No me llamo así, no me llamo así.
Al tercer día, el criado volvió al palacio y dijo a la reina:
- No he encontrado ya más nombres, pero he llegado a un bosque en las montañas, muy lejos de aquí. Había una casita, y delante de la casita, una hoguera: y un enano muy feo estaba saltando a la pata coja delante de la hoguera y canturreaba:

"Hoy hago pan, mañana cerveza,
pasado mañana tendré gran riqueza:
al hijo del rey me voy a traer,
porque me llamo Rúmpeles-Tíjeles,
y nadie en el mundo lo puede saber". 


¡Qué alegría le entró a la reina cuando oyó aquel nombre!
Volvió el enano, y preguntó con mucha guasa:
- ¿Cómo me llamo? ¿Cómo me llamo?
La reina dijo, con mucha guasa también:
- Me parece que te llamas Kunz...
- ¡Que no, que no!
- Pues te llamarás Hinz...
- ¡Que no, que no!
- Pues te llamas, te llamas.... ¡Rúmpeles-Tíjeles!
- ¡Trampa, trampa! ¡Te lo ha dicho el diablo!
El enano estaba furioso. El enano empezó a patalear de rabia, y de las patadas que dio, se le hundió un pie en el suelo. Y entonces agarró el otro pie y tiró con tanta fuerza, que se rajó el cuerpo por la mitad.

 FIN.

"Cuentos de Los Hermanos Grimm" - Ilustraciones de Janusz Grabianski.