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sábado, 8 de octubre de 2016

La Cenicienta

"Cuentos de Los Hermanos Grimm" - Ilustraciones de Janusz Grabianski.

HABÍA UN HOMBRE muy rico que tenía una mujer y una hijita; pero la mujer se puso enferma y cuando vio que se iba a morir, llamó a su hijita y le dijo:
- Me voy al cielo, hija mía; tu sigue siendo buena y Dios te ayudará. Yo también te cuidaré desde el cielo y te estaré mirando. 
Y entonces la mujer cerro los ojos y murió. 
La niña iba todos los días a la tumba de su madre, y se acordaba de ella y lloraba; siguió siendo muy buena y rezaba lo que su madre le había enseñado. Llegó el invierno, cayó mucha nieve y tapó con una sabanita la tumba de la madre; y luego salió el sol en primavera, la nieve se derritió, y el hombre rico se casó otra vez.
La nueva mujer del hombre rico llevó a la casa dos hijas que tenía; eran bastante guapas y tenían la piel blanca, pero ¡qué corazones más feos y negros tenían! La pobre niña huérfana empezó a pasarlo muy mal. Sus hermanastras decían:
- Pero ¿es que esta tonta se va a pasar el día en la sala con nosotras? ¡Fuera, a la cocina! ¡Si quiere comer, que trabaje!
Le quitaron a la niña el traje bonito que llevaba; le pusieron un delantal gris y viejo. Le quitaron los zapatos y le dieron zuecos de madera. Y luego se reían de ella, la empujaban y chillaban:
-  ¡Mirad la princesa, qué elegante va! ¡A la cocina, a la 
cocina!
La pobre niña se quedó en la cocina; todo el día tenía que trabajar allí; le hacían llevar cubos de agua, encender el fuego, guisar, lavar... Y sus hermanastras se burlaban siempre de ella, y le tiraban al fuego los guisantes y las lentejas para que tuviera que recogerlos uno por uno. Y por la noche, cuando ya estaba la niña cansadísima, no la dejaban dormir en su cama, sino que la obligaban a echarse en la ceniza de la cocina. Y claro, se ponía muy sucia con la ceniza y empezaron a llamarla Cenicienta. 


Una vez, el padre iba a marcharse a otra ciudad, y le preguntó a sus hijastras que regalos querían. Una de ellas dijo:
- Tráeme trajes muy bonitos.
La otra dijo:
- Yo quiero perlas y brillantes.
El padre preguntó luego a Cenicienta:
- ¿Tú qué quieres, hija?
- Padre, yo sólo te pido que me traigas la primera rama de avellano que te dé en el sombrero, cuando vayas por el bosque. 
El hombre compró los vestidos bonitos, las perlas y los brillantes para sus hijastras; y cuando ya volvía por el bosque, al pasar debajo de unas matas le dio en el sombrero una ramita de avellano. El hombre cortó la ramita; al llegar a su casa, dio a sus hijastras los regalos que le había comprado, y a la Cenicienta le dio la ramita.
Cenicienta fue a la tumba de su madre y planto allí la ramita de avellano; y como lloraba mucho todos los días acordándose de su madre, las lágrimas regaron la rama, que creció, creció y se convirtió en un árbol.
Cenicienta iba tres veces al día a la tumba de su madre; se ponía debajo del árbol, lloraba, y el árbol crecía un poco; lloraba más, y el árbol crecía un poco más. Y había un pájaro blanco que salía de las ramas del árbol cuando veía a Cenicienta, y si la niña le pedía una cosa, el pájaro se la traía en el pico y se la echaba.  
Un buen día, el rey de aquella tierra hizo preparar una fiesta muy grande. Quería que su hijo conociera a las muchachas de su reino, para que escogiera una novia. Las dos hermanastras se pusieron muy contentas al saber lo de la fiesta, y llamaron a Cenicienta y le dijeron:
- ¡ Corre, péinanos! ¡Límpianos los zapatos! ¡Abróchanos! ¡Que vamos al palacio del rey, a la fiesta!
Cenicienta obedeció, pero estaba triste, porque también quería ir a la fiesta; se lo dijo a su madrastra, pero ella se echó a reír:
- ¡ Vaya con esta niña! ¿Quieres ir a la fiesta del rey, con lo sucia que estás? ¿Cómo vas a bailar, si no tienes vestidos ni zapatos?
Pero Cenicienta seguía pidiendo permiso para ir a la fiesta, y la madrastra le dijo:
- Bueno, voy a tirar un montón de lentejas a la ceniza de la cocina; si eres capaz de recogerlas y limpiarlas  antes de dos horas, podrás ir a la fiesta.
Cenicienta salió al jardín, y llamó a sus amigos los pájaros:
- ¡Palomitas blancas, tortolita, pajaritos que estáis en el cielo! ¡Ayudadme a recoger las lentejas!

" ¡Las malas a un lado;
las buenas, al puchero!"

Y entonces llegaron volando dos palomas blancas, una tórtola y muchos pajaritos, y se posaron en la ventana de la cocina;  y luego entraron, y con sus picos, empezaron a recoger las lentejas de la ceniza, y ponían las malas a un lado y las buenas al puchero. Antes de una hora, ya estaban todas las lentejas en su sitio, y los pajarillos se fueron volando.


La niña llevó a su madrastra el puchero lleno de lentejas, y pensaba que ya podría ir a la fiesta; pero la madrastra dijo:
- No te hagas ilusiones; no tienes vestido y no sabes bailar. Se reirán de ti.
Cenicienta se echó a llorar, y entonces dijo la madrastra:
- Bueno, pues si sacas de la ceniza dos fuentes grandes de lentejas que voy a echar, y las recoges bien antes de dos horas, podrás ir a la fiesta.
Y por dentro pensaba aquella mujer tan mala: "Cenicienta se pasará muchos días buscando las lentejas".
Fue a la cocina, tiró a la ceniza dos fuentes grandes de lentejas; y Cenicienta salió otra vez al jardín y llamó a los pájaros:
- ¡Palomitas blancas, amiga tórtola, pajarillos del cielo! ¡Venid a ayudarme!

" ¡Las malas a un lado;
las buenas, al puchero!"

Y por la ventana de la cocina entraron dos palomas blancas, la tórtola y muchos pajarillos; venían cantando, y se pusieron a picotear entre la ceniza, y apartaban las lentejas y echaban las buenas al puchero. Terminaron en media hora, y se marcharon otra vez volando. 
Y la niña llevó el puchero lleno de lentejas a su madrastra; iba muy contenta, porque pensaba que esta vez la dejarían ir a la fiesta. Pero aquella mujer tan mala dijo:


- Nada, nada; no te dejo ir. Ni tienes vestido ni sabes bailar, y nos dará vergüenza ir contigo.
Y la mujer se marcho a la fiesta con sus dos hijas.
Entonces fue Cenicienta a la tumba de su madre, se puso debajo del avellano y dijo:

 "¡Muévete, arbolito; muévete tesoro!
¡Echa sobre mí tu plata y tu oro!" 

Y el árbol se meneó, y el pajarillo que estaba en las ramas le echó a Cenicienta un vestido de oro y de plata, y unos zapatitos de seda y de plata. La cenicienta se vistió enseguida, y se fue a la fiesta del rey.
Estaba tan guapa, que ni su madrastra ni sus hermanastras la reconocieron, y creían que era una princesa de otras tierras. Pensaban que Cenicienta estaba en la cocina de su casa, recogiendo lentejas de la ceniza.  Y el hijo del rey, al ver a Cenicienta, se acercó a ella y la sacó a bailar; ya no quiso bailar en toda la noche más que con ella, y decía a las otras muchachas que querían bailar con él:
- Lo siento, pero mi pareja es ésta.
Cenicienta se pasó toda la noche bailando con el hijo del rey; y cuando ya era muy tarde y quiso volver a su casa, el príncipe le dijo:
- Yo te acompañaré.
Es que quería ver dónde vivía aquella niña tan guapa; pero ella se escapó y se escondió en el palomar. El príncipe espero a que llegara el padre de la niña, y le dijo que se había escondido en el palomar.
Y el padre pensó: "¿Será Cenicienta?" Le trajeron un hacha, tiró abajo el palomar, y no había nadie dentro.
Cuando la madrastra y sus hijas volvieron a casa, encontraron a Cenicienta dormida en la cocina, con el delantal viejo y gris. La niña había saltado el palomar por detrás, había ido al cementerio, se había cambiado de vestido, y el pajarillo había recogido el vestido de plata y oro. Y luego había vuelto Cenicienta a la cocina, con su delantal gris.
Al día siguiente, cuando los padres y las dos hijastras volvieron a la fiesta, Cenicienta fue a la tumba de su madre y dijo al avellano.:

  "¡Muévete, arbolito; muévete tesoro!
¡Echa sobre mí tu plata y tu oro!" 

El árbol se movió, y el pájaro echo a Cenicienta un vestido todavía más bonito; cuando Cenicienta fue a la fiesta, todo el mundo se quedó asombrado al verla. 


Y el príncipe, que la estaba esperando, la llevó de la mano a bailar; si se acercaban otras a bailar con él, decía:
- Lo siento mucho, pero ésta es mi pareja.
Llegó la noche, y Cenicienta quiso volver a su casa; pero el príncipe quería ir con ella para ver dónde vivía. Cenicienta echó a correr y se escondió en el jardín, detrás de la casa; allí había un árbol muy grande, que tenia unas peras enormes. Cenicienta trepó al árbol, se escondió entre las ramas y el príncipe no la pudo encontrar. Esperó a que llegara el padre, y le dijo:
- Esa muchacha tan guapa ha desaparecido, y me parece que está en las ramas del peral.


El padre pensó: "¿Será Cenicienta?" y mandó que le llevaran el hacha y tiró el árbol; pero no había nadie entre las ramas.
Cuando llegaron su mujer y sus hijastras, vieron a Cenicienta durmiendo en la cocina, sobre la ceniza; y es que había bajado del peral por el otro lado y había llevado el traje de baile al pajarillo, y se había puesto el delantal gris.
Al tercer día, en cuanto se marcharon a la fiesta los padres y las hijastras, Cenicienta volvió a la tumba de su madre y dijo al arbolito:

 "¡Muévete, arbolito; muévete tesoro!
¡Echa sobre mí tu plata y tu oro!" 

Y esta vez, el pajarillo le echó a Cenicienta un traje tan precioso y tan brillante, que no había visto nunca cosa igual; y le dio también unos zapatitos de oro. Cuando Cenicienta entró en la fiesta, la gente no sabía que decir, de lo guapa que estaba. Y el hijo del rey sólo quiso bailar con ella, y si se acercaban las demás, decía:


- Lo siento, lo siento; pero mi pareja es ésta.
Llegó la noche, y Cenicienta quiso marcharse; el príncipe la quería acompañar, y la niña echó a correr. Pero al príncipe se le había ocurrido una idea muy buena: Había mandado pintar las escaleras con pez, y a Cenicienta se le quedó un zapatito pegado en un escalón. Era un zapato muy pequeño, y el príncipe se lo guardó. Al día siguiente se lo enseño a su padre y dijo:

- Sólo me casaré con la muchacha que pueda ponerse este zapato.



Fueron probando el zapato a todas las muchachas de aquel reino; cuando llegaron a casa de Cenicienta, las hermanastras se pusieron muy contentas, porque tenían el pie pequeño. La mayor tomó el zapatito, se metio en su cuarto y se lo quiso probar, pero no le cabía el dedo gordo del pie. Entonces su madre le dijo:

¡Toma el cuchillo y córtate el dedo! ¡Cuando seas reina, no tendrás que andar a pie!
La hija se corto el dedo, metió el pie en el zapato, se aguantó el dolor y salio a ver al príncipe; el príncipe la monto en su caballo, pero al pasar por delante de la tumba de la madre de Cenicienta, dos palomas que estaban el el arbolito empezaron a cantar:


¡"Ruc, ruc, ruc... rucurucurato,
tiene sangre en el zapato!  
Mira, príncipe, que pasa:
tu novia a quedado en casa."

El príncipe miró y vió la sangre que salía del zapato; comprendió la trampa y llevó a la falsa novia a su casa. Entonces, la segunda hijastra se metió en su cuarto a probarse el zapato, pero no le cabía el talón; y su madre le dio el cuchillo y dijo:
¡Córtate un pedazo del talón! Cuando seas reina, no tendrás que caminar.
Su hija se cortó un trozo del talón, metió el pie en el zapato, se aguantó el dolor y salió a ver al príncipe. Y él la montó en su caballo y echaron a andar; pero cuando pasaban por delante de la tumba, las dos palomas que estaban en el avellano empezaron a cantar:


"Ruc, Ruc, Ruc...Rucurucurato,
¡tiene sangre en el zapato!
Hijo del rey, ¿Qué te pasa?
Tu novia ha quedado en casa"

El príncipe miró vio la sangre que salía del zapato, y volvió a la casa con la falsa novia y dijo:
-Tampoco era ésta la que yo buscaba. ¿No tenéis otra hija?.
-Pues, no... - dijo el padre - Sólo tengo una niña que me dejó mi primera mujer, pero es una pobre niña pequeña y sucia y no puede ser la novia.
-No importa, quiero verla - dijo el príncipe.
Y la madrastra protestó:
-No, no, por Dios. Esa chica está muy sucia y no se la puede ver.
-No importa, quiero verla-dijo el príncipe.
Entonces llamaron a cenicienta, y ella se lavó de prisa la cara y las manos, y salió a probarse el zapatito de oro, y el zapato le estaba muy bien.



Cenicienta levantó la cabeza y miró al príncipe, y él, entonces la reconoció y dijo:
-¡Esta es la que buscaba!
La madrastra y sus hijas se pusieron blancas de la rabia que les dio; y el príncipe montó a Cenicienta en su caballo y se la llevó a su palacio. Cuando pasaron por delante de la tumba de la madre, las palomas del arbolito empezaron a cantar:


"Ruc, Ruc, Ruc...Rucurucurato,
¡ya no hay sangre en el zapato!
¡Hijo del rey: la tercera
es tu novia verdadera!"

y luego las palomas se posaron en los hombros de Cenicienta, una sobre el hombro derecho, otra sobre el izquierdo.
Y cuando iban a celebrar la boda, llegaron las hermanastras haciendo carantoñas con risitas de conejo, para que les hicieran caso a ellas también.




Una se puso a la derecha de Cenicienta, y la otra a la izquierda; y entonces, las palomas scaron un ojo a cada hermanastra, con el pico. Y al salir de la iglesia, las hermanastras vovieron a ponerse cada uan a un aldo de Cenicienta, y las palomas les scaron el otro ojo. ¡Caramba con las palomitas! Pero es que tenían que castigar a las hermanastras por haber sido tan malas y por haber tenido tan mal corazón.-




FIN