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jueves, 13 de octubre de 2016

Blancanieves

ERA EN INVIERNO. La nieve caía... y una reina estaba cosiendo junto a la ventana, y miraba como caía la nieve. La ventana era de madera oscura; la nieve muy blanca, y la reina, por mirar la nieve, se pincho un dedo con la aguja y le salió una gotita de sangre muy roja, y luego otra gota, y otra más; y las gotas rojas de sangre cayeron sobre la nieve blanca, y la reina se las quedó mirando y pensó: "¡Ay si yo tuviera una niña blanca como la nieve, con los labios rojos como la sangre y el cabello moreno como la madera de ésta ventana...!"
Y, a los pocos días, tuvo una niña que era blanca como la nieve, con los labios rojos como la sangre y el pelo oscuro como madera de ébano, y la llamo Blancanieves. Pero al nacer la niña, la reina se murió.
Pasó un año, y el rey se casó con otra mujer que era muy guapa, pero orgullosa y presumida; no podía soportar que alguien fuera más guapa que ella. Tenía un espejo mágico, y cuando se miraba en aquel espejo le preguntaba:

"Espejo de luna, espejo de estrella
dime en esta tierra ¡Quién es la más bella?" 

Y el espejito le contestaba:

"Reina, tú eres la más bella de esta tierra".

Y la reina se ponía muy contenta, porque sabía que el espejito mágico decía siempre la verdad.
Blancanieves iba creciendo, y cada vez era más bonita; cuando cumplió siete años, era tan bella como un día de sol, más bella que la misma reina. Y un día, la reina preguntó a su espejito:

"Espejo de luna, espejo de estrella
dime en esta tierra ¡Quién es la más bella?" 

Y el espejito le contestó:

"Lo dije de ti, y lo digo de ella:
ahora es Blancanieves mil veces más bella".


La reina se puso furiosa, se puso amarilla, se puso verde de envidia; y cada vez que miraba a Blancanieves, se le revolvía el corazón. La rabia y la envidia se le enredaban por dentro como hierbas malas, no la dejaban vivir. Hasta que un día llamó a un cazador y le dijo:
- Llévate a esta niña al bosque. ¡Llévatela, que yo la pierda de vista! ¡Llévala y mátala, y tráeme luego su asadura, para que yo vea que me has obedecido!
El cazador obedeció a la reina y se llevó a la niña; pero cuando ya iba a clavarle su cuchillo de monte, Blancanieves se echó a llorar:
- ¡No me mates, cazador! ¡No me mates! Me iré por el bosque y no volveré nunca más.
Era una niña muy bonita, y el cazador era bueno y no la quería matar, así que dijo:
- ¡Pobrecita niña! Sí, vete por el bosque.
Pensaba que las fieras del bosque se la comerían, pero por lo menos no tendría que matarle él; y en esto se encontró un jabalí pequeño, lo mató y le sacó los pulmones y el hígado y se los llevó a la reina; y aquella mujer tan mala hizo que el cocinero guisara la asadura del jabalí y se la comió, creyendo que se comía la asadura de Blancanieves.
Ya estaba la pobre niña sola en el bosque; era un bosque muy grande y Blancanieves tenía tanto miedo, que miraba los árboles y las hojas y no sabía que hacer. Echó a correr entre las piedras y las zarzas, y los animales salvajes pasaban a su lado, pero no le hacían daño; corrió y corrió, hasta que se hizo de noche. Y entonces vio una casita, allí en el bosque; y como estaba cansada, entro en la casa para dormir.
Todo en la casita era pequeño; todo estaba limpio y ordenado, daba gusto verlo. Había una mesita con un mantel blanco, y siete platitos, siete cucharitas y tenedores y cuchillitos muy chiquitines, y siete copitas. Y junto a la pared habia siete camas pequeñitas puestas en fila, con las sabanas muy blancas. Blancanieves tenía hambre y sed, y se comió un poco de verdura y el pan de los siete platitos, y bebió un sorbito de vino de cada copita, porque no le parecía bien quitar la comida a uno solo. Después, como estaba tan cansada, se echó en una de las camitas, pero era demasiado pequeña para ella; luego se echó en otra, y era grande; y por fin se echó en la séptima cama, y era de su medida. Rezó y se quedó dormida.
Ya muy de noche llegaron los dueños de la casita: eran siete enanitos que trabajaban de mineros en las montañas. Encendieron sus siete lamparitas y entonces vieron que alguien había estado en su casa. 
El primer enanito dijo:
- ¡Quién se ha sentado en mi sillita?
El segundo dijo:
- ¿Quién ha comido en mi platito?
El tercero preguntó:
- ¿Quién me ha quitado mi pan?
El cuarto dijo:
- ¿Quién se ha comido mi verdura?
El quinto:
- ¿Quién ha andado con mi tenedor?
el sexto:
- ¿Quién ha usado mi cuchillo?
Y el séptimo chilló:
- ¿Quién se ha bebido mi vino?

      

Y entonces, el primer enano miró las camas y vio un hoyo en una de ellas y dijo:
- ¿Quién se ha subido a mi cama?
Y todos los enanitos se acercaron a las camas y gritaron:
- ¡También se han echado en mi cama! ¡Y en la mía! ¡Y en la mía!
Entonces el séptimo enanito miró su cama y vio a Blancanieves dormida. Llamó a los otros, que se acercaron a mirarla: levantaron sus lamparitas para verla bien  y gritaron:
- ¡Ay Dios mío! ¡Ay Dios mío! ¡Qué niña más preciosa!
Estaban encantados y no la quisieron despertar; el séptimo enano durmió una hora en la cama de cada uno de sus compañeros, y así pasaron la noche.


 

Cuando fue de día, Blancanieves se despertó, y vio a los enanos y se asustó mucho; pero los enanitos eran muy simpáticos y le preguntaron:
- ¿Cómo te llamas, niña?
- Me llamo Blancanieves.
- ¿Y cómo has llegado a nuestra casita?
- Mi madrastra quería que me mataran, pero el cazador era muy bueno y me dejó en el bosque, y yo eché a correr hasta que llegué aquí. 
Los enanitos le dijeron entonces:
- ¿Quieres cuidar de nuestra casa? ¿Nos harás la comida, y las camas, y nos lavarás la ropa y la zurcirás? 
- ¡Sí, sí! - Dijo Blancanieves -. ¡Yo lo haré todo muy bien si me dejáis vivir con vosotros!

 

Y así se quedó Blancanieves a vivir con los enanitos del bosque; por las mañanas, los enanos se marchaban a las montañas a sacar oro, y mientras tanto Blancanieves arreglaba la casa y hacía la comida; y cuando volvían los enanitos, les tenía preparada una cena muy buena.
Los enanos querían mucho a Blancanieves, y le dijeron:
- Como te quedas sola todo el día, ten cuidado y no abras a nadie; tu madrastra se enterará de que estás aquí, y no queremos que te haga daño.
Y mientras tanto, la reina, que creía que Blancanieves estaba muerta porque se había comido aquella asadura, preguntó a su espejito:  

"Espejo de luna, espejo de estrella
dime en esta tierra ¡Quién es la más bella?" 

Creía que el espejo iba a contestar que ella era la más bella, pero el espejo dijo:

"Aquí tu eres la más hermosa
pero en la casa de los enanos
es Blancanieves como una diosa".


La reina se asustó, porque sabía que su espejo mágico decía siempre la verdad; comprendió que el cazador la había engañado, y que Blancanieves vivía todavía, y empezó a pensar otra vez en matarla. 
No podía soportar que hubiera en toda la tierra alguna más guapa que ella.
Al fin se le ocurrió una idea: se pintó la cara, se vistió como una vieja pobre, de las que venden chucherías por los caminos, y se fue a las siete montañas donde vivían los siete enanos. Llegó a la casita y llamó a la puerta.-
- ¡Vendo vestidos! ¡Trajes y lazos de moda para las damas!


Blancanieves se asomó a la ventana y llamó a la mujer:
- ¡Buenos días señora! ¿Qué vende usted?
Sacó uno de los lazos de seda bordada en colorinches y se lo enseño a Blancanieves. La niña pensó: "¡Qué cinta tan bonita!"
Abrió la puerta, compró el lazo y empezó a probarselo. La mujer le dijo:
- ¡Ay, niña, cómo estás de guapa! Ven, te voy a atar bien ese lazo al cuello, que es como se llevan ahora.
Blancanieves se acercó sin miedo, y la mujer le apretó tanto el lazo al cuello, que la niña se quedó sin respiración y se cayó al suelo como muerta.
- ¡Ja, ja! ¡Ya no eres la más guapa! - Dijo la madrastra, y se marchó muy de prisa, riéndose.
Por la noche llegaron los enanitos a la casa, y ¡Qué susto se llevaron al encontrar a Blancanieves en el suelo, como muerta!


La levantaron, y al ver la cinta que tenia atada al cuello, se la cortaron y Blancanieves empezó a respirar otra vez.
Cuando los enanitos supieron lo que había pasado, dijeron:
- Esa vieja vendedora era tu madrastra. No vuelvas a abrir la puerta a nadie, cuando no estemos nosotros en casa.
Mientras tanto, la madrastra había llegado a su palacio; tomó su espejito y le preguntó:


 "Espejo de luna, espejo de estrella
dime en esta tierra ¡Quién es la más bella?" 

Y el espejo contestó como otras veces:

"Reina, aquí eres tú la más hermosa,
pero en la casa de los enanos
es Blancanieves como una diosa".

Al oír aquello, la reina por poco revienta de rabia. Comprendió que Blancanieves no se había muerto y pensó: " Ahora verá. Ahora inventaré una cosa que la matará para siempre"
Y, como era un poco bruja, hizo un peine envenenado; se vistió otra vez como una vendedora y se fue a las montañas, a la casa de los siete enanos. En cuanto llegó, llamó a la puerta:
-¡Vendo peines! ¡Vendo peines de moda!
Blancanieves se asomó a la ventana y dijo:
- No compro nada; no puedo abrir la puerta a nadie. 
- Por mirar no pasa nada - Dijo la mujer, y le enseñó un peine envenenado; y a Blancanieves le gustó tanto aquel peine, que se olvidó de obedecer a los enanos y abrió la puerta; preguntó cuánto costaba el peine, y la mujer dijo:
- Verás que bueno es, te voy a peinar con él.
Blancanieves se dejó peinar. ¡AY qué inocente! La madrastra le clavó el peine en el pelo, y la niña se cayó al suelo, como muerta.
- ¡Anda, preciosa, belleza! ¡Ahora sí que estás muerta, ja, ja!
La madrastra se echó a reir y se marchó corriendo. Menos mal que era ya tarde, y los enanitos volvieron enseguida a su casa. Al ver a Blancanieves en el suelo, pensaron enseguida que la madrastra había estado allí; buscaron bien y encontraron el peine clavado en el pelo. 
Se lo quitaron, la niña revivió, y les contó lo que había pasado.  Los enanitos dijeron muy preocupados:
- ¡Que no abras la puerta a nadie, a nadie! ¿No ves que tu madrastra no parará hasta que te mate de verdad?
Y la madrastra, mientras tanto, había llegado a su palacio y le preguntó al espejito mágico:



 "Espejo de luna, espejo de estrella
dime: en esta tierra ¡Quién es la más bella?" 

Y el espejito contestó otra vez:

"Reina, aquí eres tú la más hermosa,
pero en la casa de los enanos
es Blancanieves como una diosa".

La reina se puso a temblar de rabia.
¡Cómo! ¿Vive Blancanieves todavía? ¡No es posible! ¡Ahora sí que la mataré, cueste lo que cueste!
Se metió en un cuarto secreto y envenenó una manzana con muchos venenos que tenía; la manzana, por fuera, parecía muy buena, pero por la parte colorada estaba llena de veneno. La reina volvió a vestirse como una pobre vendedora; llevó la manzana a la casa de los enanos y llamó a la puerta:
-¡Vendo manzanas, vendo manzanas maduras!



Blancanieves se asomó a la ventana.
- ¡No puedo comprar nada! ¡Los enanos me han prohibido que abra la puerta a nadie!
- ¡Qué le vamos a hacer! - dijo la madrastra -. Pero como no voy a volverme con las manzanas, las tiraré. ¿Quieres una? te la regalo.
- No, no, muchas gracias; no puedo dejar que me regales nada.
- ¿Tienes miedo de que te envenene? ¡Qué tonta! Mira, partiré la manzana por la mitad, y yo me como una parte y tú otra,
La madrastra se comio la media manzana que no tenía veneno y dio la otra mitad a Blancanieves; y la niña, ¡Ay, que boba! dio un mordisco a la manzana envenenada, y en el mismo momento se cayó muerta al suelo. La madrastra se echó a reír como un demonio.
- ¡Anda, anda, belleza! ¡Blanca como la nieve, roja como la sangre, morena como la madera de ébano! ¡Ahora sí no podrás revivir!
Se marchó corriendo, llegó muy contenta a su palacio y preguntó al espejito:


 "Espejo de luna, espejo de estrella
dime en esta tierra ¡Quién es la más bella?" 

Y, aquella vez, el espejo contestó: 

"Reina, la más bella eres tú".


¡Qué tranquila se quedó la reina por fin! Ya ella era la más hermosa, y Blancanieves estaba muerta.
Cuando los enanitos llegaron a la casa, encontraron a Blancanieves caída en el suelo; los pobres se asustaron mucho, no sabían que hacer.
Le desabrocharon el vestido, buscaron peines venenosos, pero no encontraron nada. Blancanieves estaba muerta, y bien muerta. Entonces, con una pena terrible, los enanos la pusieron en un ataúd y se sentaron alrededor a llorar. A los tres días quisieron enterrarla; pero Blancanieves estaba tan guapa y con tan buen color, que los enanos dijeron:
- No queremos meter a esta niña tan bonita dentro de la tierra, vamos a hacerle un ataúd de cristal, para poder verla siempre.
Así, metieron a Blancanieves en un ataúd que tenia los lados de cristal, y encima de la tapa, unas letras de oro que decían: "Princesa Blancanieves". Llevaron el ataúd a lo alto de una montaña, y uno de los enanos quedaba siempre guardándolo. Y los animales del bosque iban a ver a Blancanieves: primero fue una lechuza, luego un cuervo, y después una paloma.

 

Pasó mucho tiempo, mucho; Blancanieves seguía dentro de su ataúd de cristal, tan guapa como siempre: parecía dormida. Seguía siendo blanca como la nieve, roja como la sangre y morena como la madera.
Y un buen día, un príncipe pasó por el bosque, vió a Blancanieves en el ataúd y dijo a los enanos:
- Dadme ese ataúd; os pagaré lo que queráis por él.
- No, no vendemos a nuestra Blancanieves por todo el oro del mundo.
- Regaladme ese ataúd, si no lo queréis vender; porque yo no podré vivir ya, si no veo a esta niña. Yo os prometo guardarla bien toda mi vida.
A los enanos les dio pena aquel príncipe tan bueno, y le regalaron el ataúd con Blancanieves.



El príncipe llamó a sus criados y les mandó a llevar el ataúd con mucho cuidado. Pero, al ir por el bosque, los criados tropezaron con unas raíces; y con el golpe, a Blancanieves se le salió de la boca el pedazo de manzana envenenada. ¡Qué maravilla! En cuanto escupió la manzana, Blancanieves abrió los ojos, levantó la tapa del ataúd y se levantó.
- ¿Dónde estoy? ¡Ay, Dios mio! ¿Dónde estoy?
Y el príncipe dijo contentísimo:
- ¡Estás conmigo, no tengas miedo! ¡Ven al palacio de mi padre y me casaré contigo! ¡Te quiero más que a nadie en el mundo!
Blancanieves se marchó con el príncipe, y el padre del Príncipe preparó para ellos una boda magnífica. 


Pero invitaron también a la reina mala, a la madrastra de Blancanieves. Cuando aquella mujer se estaba poniendo el vestido para ir a la boda, preguntó al espejito: 

 "Espejo de luna, espejo de estrella
dime: en esta tierra ¡Quién es la más bella?" 

Y el espejito contestó: 

"Reina, aquí tú eres la más  hermosa, 
pero la novia del joven príncipe
es en palacio como una rosa".


La reina se puso enferma de rabia; no conocía a la novia del príncipe, pero no creía que hubiera una mujer más guapa que ella. Corrió a la boda, y, al entrar, vio a Blancanieves. Se quedó medio muerta de la sorpresa; pero los criados del rey tenían preparadas para ellas unas zapatillas de hierro ardiendo, y se las pusieron, por mala; y la madrastra empezó a bailar del dolor, y tanto bailó que se murió.- 


FIN.



"Cuentos de Los Hermanos Grimm" - Ilustraciones de Janusz Grabianski.