Cuento de los Hermanos Grimm con ilustraciones de Janusz Gravianski
HACE MUCHO TIEMPO vivía un rey muy famoso por su sabiduría. Se enteraba de todo; era como si le llegaran por el aire los secretos de todo el mundo. Pero aquel rey tenía una costumbre muy rara: al mediodía, cuando todos se levantaban de la mesa y se marchaban, hacía que un criado le trajera un plato más. Aquel plato estaba tapado, y el mismo criado no sabía qué servía al rey; ni el criado ni nadie, porque el rey no destapaba el plato hasta que se quedaba completamente solo.
Hacía mucho tiempo que le llevaban al rey su plato secreto. Pero, un día, el criado no pudo aguantar más la curiosidad, y se llevó el plato a su cuarto; cerró su puerta con llave, destapó el plato y vio que en él había una serpiente blanca. Le entraron ganas de probarla, partió un pedacito y se lo metió en la boca. Y en el momento en que lo tocó con la lengua, oyó unas voces muy suaves que venían de la ventana; se asomó y vio que eran unos gorriones que charlaban y se estaban contando todo lo que habían visto en el campo y en el bosque. Y es que al comer aquel trocito de serpiente, el criado ya entendía el lenguaje de los animales.
Aquel mismo día se le perdió a la reina su mejor sortija; y creyeron que el ladrón era aquel fiel criado, que entraba en todas las habitaciones de los reyes. El rey le llamó y le dijo que, si no encontraba al ladrón, le mataría al día siguiente. El criado dijo que él no había robado nada, pero no le hicieron caso.
Entonces, el pobre hombre bajó al patio y se puso a pensar cómo descubrir al ladrón; vio unos patos, que se estaban alisando las plumas mientras charlaban unos con otros; y un pato estaba diciendo:
— ¡Qué pesado tengo el estómago! Es que me he tragado una sortija que estaba al pie de la ventana de la reina.
El criado agarró a aquel pato por el pescuezo, lo llevó a la cocina y dijo al cocinero:
— Mata a este pato que ya está bien cebado.
— Tienes razón — dijo el cocinero —. Está muy gordo y lo voy a poner asado.
Le cortó el cuello, y al limpiarlo, encontró en su estómago la sortija de la reina. Y el rey, que había sido injusto con el criado, le dijo:
— Pídeme lo que quieras, porque eres un criado fiel.
El criado pidió un caballo y algo de dinero, porque quería irse por el mundo una temporada. Le dieron lo que pedía, y él se marchó por los caminos. Un buen día, llegó a un estanque; vio tres peces que se habían quedado encerrados en el agujero de desagüe, y que se iban a morir allí y se estaban quejando. Aunque todo el mundo crea que los peces son mudos, el criado entendió muy bien sus quejas y los salvó.
Los peces, encantados de verse otra vez en el agua, empezaron a dar coletazos de alegría y dijeron al hombre:
— No olvidaremos lo que has hecho por nosotros; ya sabremos pagártelo alguna vez.
El hombre siguió a caballo por el camino; y al poco tiempo le pareció que oía una voz en la tierra, a sus pies. Se puso a escuchar y oyó que el rey de las hormigas decía:
― ¡Ya podrían los hombres dejarnos tranquilas! Ahora pasa éste con su estúpido caballo, que está aplastando a toda mi gente.
El criado llevó su caballo a un lado del camino, y el rey de las hormigas le dijo:
― No olvidaremos esto, y te lo pagaremos.
Llegó el criado a un bosque, y allí vio a un cuervo y una cuerva que estaban echando a sus crías fuera del nido, y les decían:
― ¡Fuera, fuera, holgazanes! ¡Ya sois bastante mayores para buscar la comida solitos! ¡Fuera de aquí!
Los pobres cuervitos se cayeron al suelo, porque no sabían volar, y empezaron a quejarse:
― ¡Ay, pobre de nosotros! ¡Cómo vamos a buscar comida, si no sabemos volar todavía! ¡Nos moriremos de hambre!
El criado se bajó del caballo, sacó el puñal y mató al caballo y lo dejó allí para que los pajaritos pudieran comer. Y los cuervos dijeron al hombre:
― Nunca olvidaremos lo que has hecho por nosotros, y te lo pagaremos.
El criado tuvo que seguir andando sin caballo, y al cabo de mucho tiempo llegó a una ciudad. Las calles estaban llenas de gente, y de pronto apareció un pregonero a caballo y anunció que la hija del rey estaba buscando novio, y el que quisiera casarse con ella tenía que hacer algo muy peligroso; y si no lo conseguía, moriría.
Muchos hombres habían querido casarse con la princesa, pero no habían sabido triunfar y habían muerto.
El criado vio a la princesa, y era tan guapa, que se enamoró de ella en aquel mismo momento. Entonces, se presentó al rey y le dijo que quería casarse con su hija, y el rey le dijo:
― Te llevarán al mar, y tirarán al agua una sortija. Tienes que sacar del mar la sortija, y si no la sacas; te tirarán al mar a ti.
Dejaron al mozo en la playa, y él no sabía que hacer; pero entonces vio venir por el agua a los tres peces que él había salvado; y el de en medio llevaba en la boca una concha y la dejó a los pies del muchacho. Él la cogió, la abrió y dentro estaba la sortija.
Se puso muy contento y corrió a llevar la sortija al rey; pero la princesa, al enterarse que su novio era un criado, dijo que no quería casarse con él; y puso una condición más difícil todavía; salió al jardín y echó entre la hierba diez sacos de grano de mijo, que es un grano muy pequeñito; y dijo al joven:
― Mañana, antes de salir el sol, tiene que estar todo este mijo en los sacos, sin que falte un grano.
El criado se sentó en el jardín, sin saber qué hacer. No se le ocurría nada, y pensaban que por la mañana le matarían por no haber podido recoger tantos granitos de mijo. Pero antes de salir el sol, vio con sorpresa que los diez sacos estaban llenos de mijo, y que no quedaba ni un granito por el suelo. Y es que el rey de las hormigas había ido a ayudarle con todo su pueblo, y en una noche habían recogido el mijo de entre la hierba.
La princesa bajó al jardín, y se quedó muy asombrada al ver que el joven había conseguido una cosa tan difícil. Pero como seguía siendo muy orgullosa y no se quería casar con un criado, dijo:
― No me casaré con él hasta que me traiga una manzana del Árbol de la Vida.
El muchacho no sabía donde crecía aquel árbol. Salió a los caminos y empezó a andar y andar, sin esperanza ninguna. Había caminado ya por tres reinos, y una noche llegó a un bosque, se sentó a descansar debajo de un árbol; y en esto, oyó que las ramas se movían, y le cayó en la mano una manzana de oro. Y tres cuervos bajaron volando del árbol, se posaron en sus rodillas y dijeron:
― Tú nos salvaste cuando éramos pequeños y nos íbamos a morir de hambre. Ahora hemos sabido que buscabas la manzana de oro, y hemos pasado volando el mar, hasta llegar al Árbol de la Vida, y te hemos traído la manzana.
El muchacho, lleno de alegría, volvió al lado de la princesa y le llevó la manzana de oro; y entonces, la princesa ya no pudo poner más pretextos, y partió la manzana y se comió la mitad y dio al joven la otra mitad. Y al comer la manzana, la princesa se enamoró del muchacho, se casó con él y vivieron muy felices.
FIN