"Cuentos de Los Hermanos Grimm" - Ilustraciones de Janusz Grabianski.
HACE MUCHO TIEMPO, vivía un rey que tenía un hermoso jardín detrás de su castillo. En el jardín había un árbol que daba manzanas de oro. Cuando las manzanas empezaban a madurar, las contaban; y una mañana vieron que faltaba una manzana. Se lo dijeron al rey; y el rey mandó que todas las noches se quedase unos de sus hijos guardando el árbol. La primera noche se quedó el hijo mayor; pero le entró sueño, se durmió, y a la mañana siguiente faltaba otra manzana. La segunda noche se quedó de guardia el segundo hijo del rey; y le entró sueño a él también, y mientras dormía, desapareció otra manzana.
Le llegó el turno al tercer hijo del rey. Su padre no se fiaba mucho de él, pero por fin le dejó de guardia. El príncipe pequeño se echó debajo del árbol, pero hizo lo imposible por no dormirse. Dieron las doce de la noche, se oyó un ruido por el aire; el príncipe miró, y a la luz de la luna vio un pájaro que brillaba como el oro. El pájaro se posó en el árbol, y ya estaba cogiendo una manzana, cuando el príncipe le disparó una flecha, y el pájaro echó a volar; pero la flecha le había rozado, y se le cayó una pluma de oro. El príncipe cogió la pluma, y a la mañana siguiente se la llevó a su padre. El rey reunió a su corte y todos vieron la pluma y dijeron que valía muchísimo, más que todo su reino. Entonces dijo el rey.
― Si esta pluma vale tanto, quiero tener el pájaro entero.
El hijo mayor se fue en busca del pájaro de oro; el hijo mayor se creía muy listo. Se encontró con una zorra, la apuntó con su escopeta, y entonces la zorra le dijo:
― Si no me matas, te diré una cosa: tú vas buscando al pájaro de oro, y esta noche llegarás a un pueblo; en el pueblo hay dos posadas: una tendrá luz, y dentro estarán cantando y bailando. No entres en esa posada, sino en la otra, aunque te parezca muy fea.
― ¡No eres más que un animal estúpido, y no tienes por qué darme consejos!
El príncipe se burló de la zorra, volvió a apuntar y disparó; pero no acertó, y la zorra se escapó por el bosque, corriendo con el rabo entre las piernas. El príncipe siguió andando; por la noche llegó al pueblo de las dos posadas: una posada estaba encendida, y la otra apagada. Y el príncipe entró en la posada encendida, donde se oían canciones y bailes; se puso a cantar y a bailar, y se olvidó de la zorra, del pájaro de oro y de su padre el rey.
Pasó el tiempo y el príncipe no volvía al castillo; entonces el segundo hijo del rey se fue a buscar al pájaro de oro. También él se encontró con la zorra, y la zorra le dijo lo mismo que a su hermano; y también aquel príncipe llegó al pueblo y se metió en la posada donde cantaban y bailaban, y allí se quedó con su hermano, de juerga.
Pasó mucho tiempo. El tercer hijo del rey quiso salir a buscar al pájaro de oro, pero su padre no se fiaba mucho de él. Su padre creía que el pequeño era tonto; pero como se empeñaba en ir, le dio permiso.
El príncipe pequeño llegó al bosque, se encontró a la zorra, la apuntó con su escopeta, y la zorra le dijo que le perdonara la vida, y el príncipe se la perdonó. La zorra se lo agradeció mucho, y le dijo:
― Por bueno, te voy a ayudar. Súbete a mi rabo, y así llegarás antes.
El príncipe se subió al rabo de la zorra, y ella echó a correr; y corría tanto que oían silbar el viento. Llegaron al pueblo, el príncipe se bajó del rabo, obedeció a la zorra y se metió en la posada pobre y fea. Durmió allí, y por la mañana la zorra le estaba esperando y le dijo:
― Ahora te voy a explicar lo que tienes que hacer: iremos siempre en línea recta, y llegarás a un palacio; delante del palacio verás muchos soldados tirados por el suelo; tú no hagas caso, porque los soldados estarán dormidos. Pasa entre ellos, métete al palacio y atraviesa todas las habitaciones, hasta que llegues a una muy pequeña; allí verás al pájaro de oro en una jaula de madera. Al lado habrá una jaula de oro, vacía; no cambies al pájaro de jaula, porque lo pasarías mal.
La zorra estiró el rabo; el príncipe volvió a montar, y echaron a correr otra vez por el campo. Llegaron al palacio, el príncipe se bajó, caminó en línea recta, y encontró todo lo que había dicho la zorra; atravesó las habitaciones y llegó a las que tenía las jaulas. Y allí, por el suelo, estaban tres manzanas de oro de su jardín. El príncipe, sin acordarse de los consejos de la zorra, pensó que era una pena que un pájaro tan hermoso estuviera en una jaula tan fea, y lo sacó y lo metió en la jaula de oro. Pero en aquel momento, el pájaro dio un grito terrible; los soldados se despertaron, entraron en el palacio y cogieron al príncipe.
A la mañana siguiente, lo llevaron ante los jueces y le condenaron a muerte; pero el rey de aquel palacio dijo que le perdonaría la vida si conseguía llevarle un caballo de oro que corría más que el viento; si el príncipe encontraba el caballo, le daría en premio el pájaro de oro.
El pobre príncipe echó a andar por el campo, muy triste, porque no sabía dónde buscar el caballo de oro; pero en esto se encontró a su amiga la zorra, que le dijo:
― ¿Ves? por no hacerme caso. Pero no te apures, que te diré cómo puedes encontrar al caballo de oro: tienes que ir en línea recta y llegarás a un castillo, en la cuadra del castillo está el caballo. Delante de la cuadra verás a los criados dormidos, y podrás sacar el caballo; pero fíjate bien en lo que te digo: no le pongas al caballo la silla de oro que hay en la cuadra, sino una silla vieja que está al lado.
La zorra estiró el rabo, el príncipe se montó y echaron a correr por el campo, y corría tanto que oían silbar al viento. Llegaron al castillo, y todo estaba como había dicho la zorra: los criados dormidos delante de la cuadra, y el caballo de oro dentro. Pero el príncipe, al ver aquel caballo tan hermoso, no quiso ponerle la silla vieja y le puso la de oro. Y, en aquel momento, el caballo empezó a relinchar como loco. Los criados se despertaron y cogieron preso al príncipe y por la mañana le llevaron delante de los jueces, que le condenaron a muerte. Pero el rey de aquel castillo dijo que le perdonaría la vida y le regalaría el caballo de oro, si le traía a la princesa del Castillo de Oro, que era una princesa guapísima.
El pobre príncipe echó a andar por el campo, muy triste, porque no sabía dónde encontrar a la princesa del Castillo de Oro. Pero en esto, se encontró a la zorra.
― ¿Lo ves, lo ves? por no hacerme caso. Pero me das pena y te volveré a ayudar. Este camino va derecho al Castillo de Oro; llegarás al atardecer. Por la noche, la princesa saldrá a bañarse; cuando pase delante de ti, te acercas a ella y le das un beso. Entonces, la princesa te seguirá y te la podrás llevar. Pero, escucha bien lo que te digo: que la princesa no se despida de sus padres, porque lo pasarás mal.
La zorra estiró el rabo, el príncipe se montó y echaron a correr; y corrían tan de prisa que oían silbar el viento. Llegaron al Castillo de Oro, y pasó todo lo que había dicho la zorra: la princesa salió a bañarse cuando se hizo de noche, y el príncipe se acercó a ella y le dio un beso. Entonces la princesa dijo que se marcharía con él, pero que tenía que despedirse de sus padres. Al principio, el príncipe no quería que fuera, pero ella lloró tanto, que le dio pena y la dejó; y en el momento en que la princesa se acercó a la cama de su padre, aquel rey se despertó y llamó a sus soldados y cogieron preso al príncipe. Por la mañana, le dijo el rey:
― Estas condenado a muerte; pero te perdonaré si quitas de en medio esa montaña que hay delante de mis ventanas y me tapa la vista. Tendrás que quitarla en ocho días; si lo consigues, te puedes casar con mi hija.
El pobre príncipe se puso a cavar y a cavar; y a los siete días empezó a desesperarse, al ver lo poco que había adelantado. Pero, por la noche, llegó su amiga la zorra y le dijo:
― ¿Lo ves, lo ves? ¡por no hacerme caso!. Bueno, anda, vete a dormir, que yo trabajaré por ti.
Y cuando el príncipe se despertó por la mañana, vio que la montaña había desaparecido. Se puso muy contento, y corrió a decirle al rey que la montaña ya no le taparía la vista; y el rey, a regañadientes, le dejó marcharse con la princesa.
Llevaban un rato andando los dos, cuando de pronto se les acercó la zorra:
― Mira, príncipe; esta princesa es el mejor premio, pero con ella tienes que llevarte el caballo de oro.
― ¿Cómo me lo darán?
― Lleva a la princesa al castillo donde está el caballo; el rey se pondrá muy contento al verla y te dará el caballo de oro. Te montas en el caballo, y vas dando la mano a todos, para despedirte; cuando des la mano a la princesa, la subes al caballo de un tirón y la montas a tu lado; y como el caballo es más ligero que el viento, nadie os podrá alcanzar.
Todo pasó como dijo la zorra: el caballo salió al galope y su dueño el rey no pudo alcanzar al príncipe y la princesa. La zorra corría al lado del caballo y dijo al príncipe:
― Ahora vamos a buscar al pájaro de oro. Cuando lleguemos al palacio, la princesa se bajará de caballo y yo cuidaré de ella; tú llevas el caballo al rey, que se pondrá muy contento y te regalará el pájaro de oro. Y entonces, pones el caballo al galope y recoges a la princesa.
Todo salió muy bien; ya tenía el príncipe el pájaro de oro, el caballo de oro y la princesa del Castillo de Oro. Entonces la zorra le dijo:
― Tienes que pagarme todos mis servicios.
― Claro, amiga zorra. ¡Qué quieres que te de?
― Quiero que, al llegar al bosque, me mates de un tiro y me cortes la cabeza y las patas.
― ¡Bonita recompensa! No, no puedo hacer eso contigo, zorrita.
― Bueno, como quieras; pero no puedo seguir a tu lado. Voy a darte el último consejo: no compres carne de ahorcado, ni te sientes al borde de un pozo.
La zorra se marchó y el príncipe se quedó pensando: "¡Qué cosa tiene este animal! ¿Por qué iba a comprar carne de ahorcado? y nunca se me ha ocurrido sentarme al borde de un pozo".
Se fue a caballo con la princesa, y llegaron al pueblo donde habían quedado sus dos hermanos: había mucho jaleo y mucha gente, y el príncipe oyó decir que iban a ahorcar a dos hombres. Se acercó a la horca, y vio con espanto que eran sus dos hermanos, que no habían hecho más que maldades y se habían arruinado con tantas juergas. El príncipe pequeño preguntó cómo podría salvar a sus hermanos, y le dijeron:
― Si pagas por ellos, los puedes salvar; pero ¿a quién se le ocurre salvar a dos malhechores?
El príncipe no hizo caso de lo que le decían; pagó por sus hermanos y se los llevó también, camino de su casa. Llegaron al bosque, y los hermanos dijeron:
― Hace mucho calor; vamos a sentarnos al lado de ese pozo, para comer y descansar.
El príncipe pequeño se olvidó del consejo de la zorra, y se sentó al borde del pozo sin sospechar nada; pero los bandidos de sus hermanos le empujaron y le tiraron al pozo; y se llevaron a la princesa, al caballo y al pájaro de oro, y fueron al castillo de su padre.
― ¡Padre, mira! ¡Mira lo que traemos! Aquí está el pájaro de oro, y además, hemos conquistado el caballo de oro y la princesa del Castillo de Oro.
El padre y toda la corte se pusieron contentísimos; pero el caballo no quería comer, el pájaro no cantaba y la princesa no hacía más que llorar.
Sin embargo, el príncipe pequeño no se había ahogado; el pozo estaba seco, y al caer se dio en el musgo blando y no se hizo daño. Lo que no podía era salir. Pero la zorra tampoco le abandonó en aquel apuro, y llegó a todo correr.
― ¿Lo ves, lo ves, lo ves? ¡Por no hacerme caso!. Bueno, te sacaré de aquí.
Metió el rabo en el pozo, el príncipe se agarró, la zorra tiró fuerte y le sacó.
― Pero ahora ten cuidado, porque tus hermanos no están seguros de que te hayas muerto, y han puesto guardias por todo el bosque para que te maten si te ven.
Al borde del camino había un pobre; el príncipe le dio sus vestidos y se puso los del pobre, y llegó así al palacio de su padre. No le reconoció nadie; pero el pájaro empezó a cantar, el caballo se puso a comer y la princesa dejó de llorar.
― ¿Qué les ha pasado de pronto al pájaro, al caballo y a la princesa? ― preguntó el rey.
Y la princesa dijo:
― No sé qué me ha pasado. Estaba triste, y de pronto me ha entrado mucha alegría. Es como si hubiera llegado mi verdadero novio.
Y entonces, la princesa le contó al rey todo lo que habían hecho los príncipes en el bosque, aunque los dos príncipes mayores le habían dicho que la matarían si lo contaba. El rey, furioso, llamó a todos los que estaban en el palacio; y también fue el príncipe pequeño, vestido de pobre.
La princesa le reconoció enseguida y le abrazó; y a los malos hermanos los condenaron a muerte. El príncipe pequeño se casó con la princesa y heredó el reino de su padre.
¿Qué pasó con la zorra? pues la zorra se encontró un día en el bosque con el príncipe, y le dijo:
― Tú ya lo tienes todo, pero yo sigo siendo muy desgraciada, cuando tú me podrías salvar. ¡Mátame de un tiro y córtame la cabeza y las patas!
El príncipe la mató y le cortó la cabeza y las patas; y entonces, la zorra se convirtió en un hombre, que era el hermano de la princesa del Castillo de Oro; y es que le había hechizado un mago. Desde aquel día todos fueron ya felices.
FIN.