Cuento de los Hermanos Grimm con ilustraciones de Janusz Gravianski
A UN HOMBRE, se le murió su mujer, y a una mujer se le murió su marido; el hombre tenía una hija, y la mujer otra. Las dos niñas eran amigas y salían juntas de paseo; a la vuelta, pasaban por la casa de la mujer. La mujer dijo a la hija del hombre:
— Mira; dile a tu padre que me gustaría casarme con él. Yo te trataré muy bien; podrás lavarte con leche en las mañanas, y te dejaré beber vino. Y mi hija se lavará con agua y no beberá más que agua.
La niña fue donde su padre y le dio el recado de la mujer, y el hombre dijo:
— No sé qué hacer. Eso de casarse puede salir bien y puede salir mal.
Y, como no sabía qué hacer, se quitó la bota y dijo:
— Toma esta bota, que tiene un agujero en la suela; llévala a la buhardilla, cuélgala de un clavo y echa agua dentro. Y si el agua se queda dentro de la bota, me casaré con la mujer; pero si el agua se sale, no me caso.
La niña hizo lo que le mandaba el padre, y el agua se quedó dentro de la bota, porque con la humedad el agujero se cerró. La niña dijo a su padre que el agua no se había salido, y el padre subió a la buhardilla, vio que era verdad, fue a la casa de la viuda y se casó con ella.
A la mañana siguiente, cuando las dos niñas se levantaron, vieron que a la hija del hombre le habían puesto leche para lavarse y vino para beber, mientras que la hija de la mujer tenía sólo agua. Pero al otro día había agua para las dos. Y a la tercera mañana, la hija del hombre tenía sólo agua, y la hija de la mujer, leche para lavarse y vino para beber. Desde ese día, siempre pasaba lo mismo; porque la mujer no quería nada a su hijastra, y no sabía qué inventar para fastidiarla; y es que la hija del hombre era muy guapa y muy simpática, y la otra niña era feísima y antipática.
Llegó el invierno, y un día, cuando más nevaba y helaba en el campo, la mujer hizo un traje de papel, llamó a su hijastra y le dijo:
— Ponte este traje y vete al bosque, y tráeme una cesta de fresas; se me han antojado hoy las fresas.
— ¡Ay, Dios mío! —dijo la niña— ¡Si en invierno no hay fresas, y la tierra está helada y cubierta de nieve! Y ¿por qué tengo que llevar un traje de papel? afuera hace un frío espantoso; el viento y las zarzas me romperán el vestido.
— ¡No me contestes! —gritó la madrastra— ¡Haz lo que te he mandado, y no vuelvas a casa hasta que llenes la cesta de fresas!
Dio a la niña un mendruguito de pan y le dijo:
— Toma, para la comida.
La madrastra pensaba: « Ahora esta niña se morirá de hambre y de frío, y ya no la veré más»
Y la pobre niña, que era muy obediente, se puso el traje de papel y se fue al campo con la cestita.
No se veía más que nieve por todas partes; ni una mala hierbecita asomaba entre la nieve, y mucho menos matas de fresas. Y cuando llegó al bosque, vio una casita y a tres enanitos mirando por la ventana.
La niña los saludó y llamó a la puerta; los enanitos abrieron, la niña entró en la casa y se sentó en un banco junto al fuego, porque estaba tiritando de frío. Empezó a comer su mendruguito de pan, y los enanos dijeron:
— ¿Nos das un poquito?
— Claro, claro; tomad.
La niña repartió su pan con los enanos, y ellos le preguntaron:
— ¿Qué haces con ese traje tan finito aquí en el bosque?
— Tengo que coger fresas, y no puedo volver a casa hasta que haya llenado la cesta.
Los enanitos se comieron el pan, dieron a la niña una escoba y dijeron:
— Barre la nieve que hay detrás de la casa.
Y cuando la niña salió a barrer la nieve, los enanitos dijeron:
— ¿Qué le daremos a esta niña tan buena, que ha repartido su pan con nosotros?
El primer enano dijo:
— Yo le concederé que sea cada día más guapa.
El segundo enano dijo:
— Yo haré que le salga de la boca una moneda de oro cada vez que diga una palabra.
El tercer enano dijo:
— Yo haré que llegue un rey y se case con ella.
Mientras los enanos estaban hablando, la niña barría la nieve detrás de la casita, y de repente, al quitar la nieve; ¡vio que el suelo estaba lleno de fresas maduras! Sí, fresas bien rojas, junto a la nieve blanca. La niña llenó su cestita de fresas, se despidió de los enanitos y corrió a su casa a dar la cesta a su madrastra. Y al llegar a la casa y decir «buenas noches», le salió de la boca una moneda de oro. Empezó a contar lo que le había pasado en el bosque, y a cada palabra, le caía de la boca una moneda de oro; todo el cuarto se llenó de monedas.
— ¡Qué derroche, tirar así el dinero! —dijo la hermanastra, pero estaba muerta de envidia, y quería ir al bosque a buscar fresas. Su madre le dijo:
— No salgas, hijita, que hace mucho frío y te pondrás mala.
Pero su hija estaba empeñada en salir, así que la madre le hizo corriendo un abrigo de pieles, le dio muchos pasteles y mucho pan y la mandó al bosque.
La niña llegó a la casita; los enanos estaban mirándola por la ventana, pero aquella niña antipática no los saludó y se metió en la casita sin permiso, se sentó junto al fuego y empezó a comerse los pasteles. Los enanitos dijeron:
—¿Nos das un poquito?
— ¡Ni hablar! tengo muy pocos, y son todos para mí.
Cuando terminó de comer, los enanitos le dijeron:
— Coge esta escoba y barre la nieve que hay detrás de la casa.
Y la niña, que era muy orgullosa, contestó:
—¡Barred vosotros! ¡Yo no soy vuestra criada!
Y como vio que los enanos no iban a regalarle nada, salió de la casa; y entonces, los enanos dijeron:
—¡Qué le haremos a esta niña tan maleducada y tan egoísta, que no quiere dar nada de lo suyo?
El primer enano dijo:
— Yo haré que sea más fea cada día.
El segundo enano dijo:
— Pues, yo haré que le salga un sapo de la boca en cuanto diga una palabra.
El tercer enano dijo:
— Yo haré que se muera.
La niña busco fresas alrededor de la casita; no encontró ninguna y se volvió a su casa. Y en cuanto abrió la boca para contarle a su madre lo que le había pasado, a cada palabra le saltaba un sapo de la boca, y todos se apartaron de ella, con mucho asco.
La madrastra, entonces, tomó mucho más rabia a la hija del hombre; no sabía que inventar para fastidiarla, porque la niña era cada día más guapa, y la mujer estaba furiosa. Al fin se le ocurrió a aquella mala mujer poner un puchero al fuego, para cocer ramas de lino; cuando el lino estuvo cocido, se lo echó al hombro de la hijastra, le dio un hacha y le dijo que fuera al río helado, que abriera un agujero en el hielo y aclarase el lino en el agua. La niña era obediente y abrió el agujero en el hielo; y en esto pasó por allí una carroza, en la que iba el rey.
El rey mandó a parar los caballos y preguntó a la niña:
—Hija mía, ¿Quién eres y qué haces aquí?
— Soy una niña pobre y estoy aclarando el lino.
El rey vio lo guapa que era la niña, le dio pena y dijo:
—¿Quieres venirte conmigo?
—¡Ah, sí, sí! —dijo la niña, muy contenta de poder escaparse de su madrastra. Montó en la carroza al lado del rey, y cuando llegaron al castillo, el rey se casó con ella, como habían deseado los enanitos del bosque.
Pasó un año, y la joven reina tuvo un niño; la madrastra se enteró, y se fue con su hija al castillo del rey, con el pretexto de visitar a la reina. El rey había salido, y en el cuarto de la reina no había nadie; la madrastra cogió a la reina por la cabeza y su hija la agarró por los pies, y la tiraron por la ventana a un río que pasaba al pie del castillo. Entonces, la madrastra metió en la cama de la reina a su hija y la tapó hasta la cabeza para que no se viera lo fea que era. Llegó el rey, quiso hablar con su mujer, y la madrastra le dijo:
—¡Silencio, silencio! ¡Ahora no se puede hablar con la reina, porque tiene fiebre y está sudando!
—¡Vaya, por Dios! —dijo el rey—. Cuídala bien, que volveré mañana.
Al día siguiente se puso a hablar con la que estaba en la cama, creyendo que era la reina; pero a cada palabra que decía la falsa reina, saltaba un sapo sobre la cama. El rey se asombró mucho, porque antes, a su mujer le salían de la boca monedas de oro; y la madrastra le explicó que lo de los sapos era por la fiebre, y que ya se le pasaría.
Pero aquella noche, un criado que estaba en la cocina vio un pato nadando en el foso; y el pato iba cantando:
«Rey ¿En qué piensas?
¿Duermes o velas?»
Nadie contestaba al pato; y él siguió cantando:
«¿Qué hacen mis invitados?»
Y el criado contestó:
«Ya están acostados»
El pato preguntó entonces:
«¿Y qué hace mi niñito?»
Contestó el criado:
«Duerme como un bendito»
Y entonces, el pato se convirtió en la reina, y subió a su habitación a dar de mamar a su hijito; luego le arregló la cuna, lo tapó bien y se fue otra vez, en forma de pato, nadando por el foso.
Durante dos noches volvió el pato y paso lo mismo; y a la tercera noche, dijo al criado que estaba en la cocina
— Ve a decirle al rey que salga a la puerta con su espada, y que de tres vueltas a su espada sobre mi cabeza.
El criado obedeció, y el rey salió a la puerta y con la espada hizo tres molinetes sobre la cabeza del pato mágico; y al tercer molinete, el pato se convirtió en la reina, que estaba tan guapa y tan sana como antes de que la tiraran al río.
El rey se alegró muchísimo; escondió a la reina en un cuarto hasta que llegó el domingo, que era el día en que iban a bautizar al niño.
Y, en cuanto lo bautizaron, el rey dijo:
—¿Qué se debe hacer con una persona que saca a otra de la cama y la tira al río?
— Se merece que la metan en un tonel lleno de clavos y que la echen a rodar desde el monte hasta el río —dijo la madrastra.
Y el rey dijo, entonces:
—Pues eso mismo es lo que vamos a hacer contigo.
Mando a traer un tonel lleno de clavos, metió dentro a la madrastra y a su hija, clavaron la tapa, llevaron el tonel al monte y lo echaron a rodar ladera abajo, hasta que cayó al agua y se hundió.
FIN