lunes, 2 de septiembre de 2024

CAPERUCITA ROJA

 

Cuento de los Hermanos Grimm con ilustraciones de Janusz Gravianski


HABÍA UNA NIÑA tan buena, tan cariñosa, que todos la querían; y la que más la quería era su abuelita. La abuelita ya no sabía qué regalar a su nieta la mimaba muchísimo. Una vez le regaló una gorrita de terciopelo rojo; la niña estaba muy guapa con ella, y no se la quitaba nunca. Y la gente la empezó a llamar Caperucita Roja.
Un día, su madre le dijo:
― Ven, Caperucita; quiero que lleves a la abuela este pastel y esta botella de vino. La pobre abuelita está mala, y hay que darle cosas ricas para que se ponga fuerte. Será mejor que te vayas ahora, antes de que haga más calor; no corras ni salgas del camino; no se vaya a romper la botella y la abuelita se quede sin vino. Y cuando llegues a su casa, no empieces a curiosear por todos los rincones; di primero buenos días, como una niña bien educada. 
  Descuida, madre; haré bien el recado  Dijo Caperucita.
La abuela vivía lejos, en el bosque, a media hora del pueblo; y cuando Caperucita entró en el bosque se encontró con el lobo. Caperucita no sabía que el lobo era malo, y no se asustó. 
― Buenos días, Caperucita   dijo el lobo.
― Buenos días, lobo   Dijo Caperucita.
― ¿Dónde vas tan de mañana?  le preguntó el lobo. 
― Voy a casa de mi abuelita  contestó Caperucita.
― ¡Qué llevas en el delantal?  Preguntó el lobo


― Llevo un pastel y vino para mi abuelita, que está mala.

― ¿Dónde vive tu abuelita?

  Vive aquí en el bosque, junto a los tres robles grandes, al lado de los avellanos: seguro que has visto su casa.

Y el lobo pensó: "¡Qué gordita está esta niña, y qué tierna debe ser! Estará mucho más rica que su abuela. Voy a ver si me las como a las dos"

El lobo caminó un rato al lado de Caperucita, y luego dijo:

― Caperucita, mira que flores más bonitas hay por aquí. ¿Por qué no llevas algunas a tu abuela?

Caperucita miró las flores; estaban preciosas allí en el bosque, al sol.

― Sí, lobo, tienes razón; voy a coger un ramo para mi abuelita. Es muy temprano y tengo tiempo. 

Salió del camino y empezó a coger flores; y siempre veía una flor todavía más bonita un poco más allá. Se fue alejando del camino, y el lobo echó a correr para llegar antes a casa de la abuela; llegó y llamó.

― ¿Quién llama?  preguntó la abuela.

― Soy Caperucita, y te traigo pastel y vino. ¡Ábreme, abuelita!

― ¡Corre el cerrojo! Yo estoy muy floja y no me puedo levantar.

El lobo corrió el cerrojo, abrió la puerta, saltó hacia la cama de la abuela y se la tragó. Y luego se puso su ropa, se ató su gorro, se metió en la cama y cerró las cortinas. 

Caperucita, en el bosque, tenía ya un ramo muy grande; no le cabía ni una flor más. Echó a correr y llegó a la casa de su abuela. Le extrañó ver la puerta abierta; y al entrar en la habitación, sin saber por qué, se asustó un poco, y pensó: "¡Qué raro! No sé por qué estoy asustada, con lo que me gusta venir a casa de la abuela".  


Y entonces se acercó a la cama, y dijo:
― Abuelita, buenos días.
Nadie contestó; la niña descorrió las cortinas de la cama, y allí vio a su abuela muy tapada y con el gorro de dormir metido hasta las narices. 
― Abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!
―  Para oírte mejor...
― Abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!
―  Para verte mejor...
― Abuelita, ¡qué manos más grandes tienes!
―  ¡Para cogerte mejor!
― Abuelita, ¡qué boca más grande tienes!
―  ¡Para comerte mejor!
El lobo dio un salto y ¡se tragó a Caperucita! Ya había comido bien, y se volvió a meter en la cama y se quedó dormido. Empezó a roncar, a roncar, con unos ronquidos tremendos; y un cazador que pasaba por allí, al oír aquellos ronquidos, pensó "¡Caramba con la abuelita, qué manera de roncar! Voy a entrar, no sea que se encuentre mala"
El cazador entró, se acercó a la cama, vio al lobo dormido y dijo:
― ¡Ya te encontré, viejo bribón! ¡Con el tiempo que llevaba buscándote!
El cazador iba a matar al lobo de un tiro; pero de pronto pensó que a lo mejor el lobo se había comido a la abuela, y en lugar de disparar su escopeta, buscó unas tijeras y le abrió al lobo la barriga, por si la abuela estaba aún viva. Y, al primer tijeretazo, vio una cosa roja, y era Caperucita; y enseguida salió la niña gritando:
― ¡Ay, qué susto más grande! ¡Ay, qué oscuro estaba en la barriga del lobo!
Y la abuelita salió también, medio muerta de miedo. 


Caperucita buscó en seguida  piedras bien grandes, le rellenó la barriga de piedras, y cuando el lobo se despertó y quiso echar a correr, se cayó al suelo, porque las piedras pesaban mucho. Se cayó, reventó y se murió. Y caperucita, la abuela y el cazador se pusieron muy contentos; el cazador se quedó con la piel del lobo; la abuela se comió el pastel y se bebió el vino, y se puso buena. Y Caperucita dijo:

― Ya no volveré a desobedecer a mi madre, y no saldré del camino cuando vaya sola por el bosque. 

FIN


LAS TRES PLUMAS

 

Cuento de los Hermanos Grimm con ilustraciones de Janusz Gravianski


UN REY TENÍA TRES HIJOS en edad de casarse: dos eran listos y el tercero algo tonto. Por eso, al pequeño le llamaban Lelo. El rey era ya viejo, y empezó a pensar a cuál de sus hijos le dejaría el reino; llamó a los tres y les dijo: 
— Id por el mundo, y el que me traiga el tapiz más hermoso será rey cuando yo muera.

Luego para que no discutieran, los llevó delante del palacio, echó tres plumas al aire, sopló y dijo: 


—  Marchaos y donde caiga la pluma, tomaréis prometida  —  Y luego, a cada uno le dio cáñamo para que a los tres días se lo trajeran hilado por las prometidas. Quién lo hiciera mejor, heredaría el reino.  

 El más grande buscó y buscó;  y halló la pluma sobre el techo de una panadería; entró y tomando a la joven panadera como prometida, le entregó el cáñamo para hacer el tapiz a la  joven, blanda y alegre como un pan.  El segundo príncipe, halló la pluma en la casa de una tejedora; entró a la casa y tomando como prometida a una muchacha  pálida y delgada como un hilo, le hizo entrega del cáñamo.  La tercera pluma cayó en una zanja; el hijo más pequeño, triste y con el cáñamo en la mano se acercó hasta el borde; y después de mucho mirar, sólo encontró una vieja y fea rana que salió del agua y se posó en una hoja. El hijo del Rey le dio el cáñamo y le dijo que tenía tres días para hilarlo.
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Volvieron junto al rey para contarle para contarle cómo les había ido con sus prometidas. A los tres días, los hermanos mayores corrieron ansiosamente a casa de la panadera y de la tejedora para retirar el cáñamo.
La panadera había hecho una hermosa labor, pero la tejedora-era su oficio- lo había hilado de tal modo que parecía seda. ¿Y el más pequeño? muy mortificado, se acercó al borde de la zanja y se  puso a llamar:
-          "— ¡Rana, rana!
-          — ¿Quién me llama? — dijo rana.
-          — Tu amor que poco te ama.
-          — Si ahora me ama poca cosa, me amará más al verme hermosa". 
       La rana saltó sobre una hoja con una nuez en la boca. Al pequeño le daba un poco de vergüenza ir a verlo al padre con una nuez, cuando sus hermanos le habían llevado el cáñamo hilado, pero se hizo de valor y fue a verlo. 

     El rey que ya había examinado el trabajo de la panadera y el de la tejedora del derecho y del revés, abrió la nuez del más pequeño mientras los hermanos se reían burlonamente. Cuando abrió la nuez, surgió una tela tan fina que parecía una tela araña, y jamás terminaban de tirar de ella y desplegarla, al punto que cubrió la sala del trono.
-         —  ¡Pero esta tela no se termina más!- dijo el Rey, y , apenas dijo estas palabras la tela se terminó.
     El padre no quería resignarse a la idea de que una rana se convirtiera en reina. Y como a su perra de caza le habían nacido tres cachorros. Se los dio a los hijos.
-      — Llevádselos a vuestras prometidas e id a buscarlos dentro de un mes: quien mejor lo haya criado será reina.
Al mes se comprobó que el perro de la panadera se había transformado en un dogo enorme e imponente, porque no le había faltado el pan; el de la tejedora que había sufrido más estrechez, se había convertido en un famélico mastín. El más pequeño llegó con una cajita; el Rey abrió la cajita y de ella salió un perrito de aguas adornado, peinado, perfumado, que se erguía sobre las patas traseras y sabía hacer ejercicios militares y obedecer órdenes. Los hermanos mayores empezaron a protestar.
Y el Rey dijo:
-          No hay duda, mi hijo menor ha ganado; pero id a buscar a sus novias, pues el que traiga a la señorita más bella será mi heredero. 

 Los hermanos mayores fueron a buscar a sus prometidas con carrozas ornamentadas  tiradas por cuatro caballos, y las novias subieron cargadas de plumas y de joyas.
El más pequeño iba desanimado, no quería casarse con una rana; llegó a  la zanja y llamó desde la orilla:
         "— ¡Rana, rana!
-          — ¿Quién me llama? contestó la rana.
-          — Tu amor que poco te ama.
-          — Si ahora me ama poca cosa, me amará más al verme hermosa". 

Y la rana salió del agua se subió a una carroza hecha con un nabo tirada por cuatro ratoncitos. Se pusieron en marcha¸ él iba adelante, y los ratoncitos lo seguían tirando del nabo. Cada tanto se detenía para aguardarlos. Cuando iban llegando a palacio, se oía en el aire un ruido extraño; el príncipe mira hacia atrás y en aquel mismo momento, la rana se convirtió en una señorita preciosa, el nabo en una carroza y los ratoncitos en caballos. El príncipe dio un beso a la señorita, y se fue en la carroza al palacio de su padre. 

En esto llegaron los hermanos, que no se habían molestado en buscar mucho. Llevaron a Palacio a las campesinas que les habían parecido más guapas. El rey las miró a todas y dijo: 
 "— Mi reino será para el más pequeño, cuando yo muera.
       Los hermanos mayores volvieron a protestar; decían a sus padres:
 "— ¡No puedes hacer eso! ¡Lelo no puede ser rey!
       Entonces, el rey dijo que daría su reino al que tuviera una mujer capaz de pasar por un aro que había colgado en el salón del palacio. 
      Los hermanos mayores pensaban: "Nuestras campesinas son muy fuertes y podrán saltar por el aro; pero esta señorita tan fina, no sabrá saltar y se matará".
      Las dos campesinas saltaron; pero eran tan torpes y tan grandes, que se cayeron al suelo y se rompieron varios huesos. Y después saltó la señorita que había llevado el pequeño, y como era tan ligera como un corzo, ganó a todas. 
      Así fue como Lelo heredó la corona, y fue un rey bueno y sabio durante mucho tiempo


FIN
 
   

LOS TRES ENANITOS DEL BOSQUE

Cuento de los Hermanos Grimm con ilustraciones de Janusz Gravianski


A UN HOMBRE, se le murió su mujer, y a una mujer se le murió su marido; el hombre tenía una hija, y la mujer otra. Las dos niñas eran amigas y salían juntas de paseo; a la vuelta, pasaban por la casa de la mujer. La mujer dijo a la hija del hombre: 
— Mira; dile a tu padre que me gustaría casarme con él. Yo te trataré muy bien; podrás lavarte con leche en las mañanas, y te dejaré beber vino. Y mi hija se lavará con agua y no beberá más que agua.
La niña fue donde su padre y le dio el recado de la mujer, y el hombre dijo:
— No sé qué hacer. Eso de casarse puede salir bien y puede salir mal.
Y, como no sabía qué hacer, se quitó la bota y dijo:
— Toma esta bota, que tiene un agujero en la suela; llévala a la buhardilla, cuélgala de un clavo y echa agua dentro. Y si el agua se queda dentro de la bota, me casaré con la mujer; pero si el agua se sale, no me caso.
La niña hizo lo que le mandaba el padre, y el agua se quedó dentro de la bota, porque con la humedad el agujero se cerró. La niña dijo a su padre que el agua no se había salido, y el padre subió a la buhardilla, vio que era verdad, fue a la casa de la viuda y se casó con ella.
A la mañana siguiente, cuando las dos niñas se levantaron, vieron que a la hija del hombre le habían puesto leche para lavarse y vino para beber, mientras que la hija de la mujer tenía sólo agua. Pero al otro día había agua para las dos. Y a la tercera mañana, la hija del hombre tenía sólo agua, y la hija de la mujer, leche para lavarse y vino para beber. Desde ese día, siempre pasaba lo mismo; porque la mujer no quería nada a su hijastra, y no sabía qué inventar para fastidiarla; y es que la hija del hombre era muy guapa y muy simpática, y la otra niña era feísima y antipática.
Llegó el invierno, y un día, cuando más nevaba y helaba en el campo, la mujer hizo un traje de papel, llamó a su hijastra y le dijo:
— Ponte este traje y vete al bosque, y tráeme una cesta de fresas; se me han antojado hoy las fresas.
— ¡Ay, Dios mío! —dijo la niña— ¡Si en invierno no hay fresas, y la tierra está helada y cubierta de nieve! Y ¿por qué tengo que llevar un traje de papel? afuera hace un frío espantoso; el viento y las zarzas me romperán el vestido.
— ¡No me contestes! —gritó la madrastra ¡Haz lo que te he mandado, y no vuelvas a casa hasta que llenes la cesta de fresas!
Dio a la niña un mendruguito de pan y le dijo:
— Toma, para la comida.
La madrastra pensaba: « Ahora esta niña se morirá de hambre y de frío, y ya no la veré más»
Y la pobre niña, que era muy obediente, se puso el traje de papel y se fue al campo con la cestita.
No se veía más que nieve por todas partes; ni una mala hierbecita asomaba entre la nieve, y mucho menos matas de fresas. Y cuando llegó al bosque, vio una casita y a tres enanitos mirando por la ventana.

 La niña los saludó y llamó a la puerta; los enanitos abrieron, la niña entró en la casa y se sentó en un banco junto al fuego, porque estaba tiritando de frío. Empezó a comer su mendruguito de pan, y los enanos dijeron:
— ¿Nos das un poquito?
— Claro, claro; tomad.
La niña repartió su pan con los enanos, y ellos le preguntaron:
— ¿Qué haces con ese traje tan finito aquí en el bosque?
— Tengo que coger fresas, y no puedo volver a casa hasta que haya llenado la cesta.
Los enanitos se comieron el pan, dieron a la niña una escoba y dijeron:
— Barre la nieve que hay detrás de la casa.
Y cuando la niña salió a barrer la nieve, los enanitos dijeron:
— ¿Qué le daremos a esta niña tan buena, que ha repartido su pan con nosotros?
El primer enano dijo:
— Yo le concederé que sea cada día más guapa.
El segundo enano dijo:
— Yo haré que le salga de la boca una moneda de oro cada vez que diga una palabra.
El tercer enano dijo:
— Yo haré que llegue un rey y se case con ella.
Mientras los enanos estaban hablando, la niña barría la nieve detrás de la casita, y de repente, al quitar la nieve; ¡vio que el suelo estaba lleno de fresas maduras! Sí, fresas bien rojas, junto a la nieve blanca. La niña llenó su cestita de fresas, se despidió de los enanitos y corrió a su casa a dar la cesta a su madrastra. Y al llegar a la casa y decir «buenas noches», le salió de la boca una moneda de oro. Empezó a contar lo que le había pasado en el bosque, y a cada palabra, le caía de la boca una moneda de oro; todo el cuarto se llenó de monedas.
— ¡Qué derroche, tirar así el dinero! —dijo la hermanastra, pero estaba muerta de envidia, y quería ir al bosque a buscar fresas. Su madre le dijo:
— No salgas, hijita, que hace mucho frío y te pondrás mala.
Pero su hija estaba empeñada en salir, así que la madre le hizo corriendo un abrigo de pieles, le dio muchos pasteles y mucho pan y la mandó al bosque.
La niña llegó a la casita; los enanos estaban mirándola por la ventana, pero aquella niña antipática no los saludó y se metió en la casita sin permiso, se sentó junto al fuego y empezó a comerse los pasteles. Los enanitos dijeron:
—¿Nos das un poquito?
— ¡Ni hablar! tengo muy pocos, y son todos para mí.
Cuando terminó de comer, los enanitos le dijeron:
— Coge esta escoba y barre la nieve que hay detrás de la casa.
Y la niña, que era muy orgullosa, contestó:
—¡Barred vosotros! ¡Yo no soy vuestra criada!
Y como vio que los enanos no iban a regalarle nada, salió de la casa; y entonces, los enanos dijeron:
—¡Qué le haremos a esta niña tan maleducada y tan egoísta, que no quiere dar nada de lo suyo?
El primer enano dijo:
— Yo haré que sea más fea cada día.
El segundo enano dijo:
— Pues, yo haré que le salga un sapo de la boca en cuanto diga una palabra.
El tercer enano dijo:
— Yo haré que se muera.
La niña busco fresas alrededor de la casita; no encontró ninguna y se volvió a su casa. Y en cuanto abrió la boca para contarle a su madre lo que le había pasado, a cada palabra le saltaba un sapo de la boca, y todos se apartaron de ella, con mucho asco.
La madrastra, entonces, tomó mucho más rabia a la hija del hombre; no sabía que inventar para fastidiarla, porque la niña era cada día más guapa, y la mujer estaba furiosa. Al fin se le ocurrió a aquella mala mujer poner un puchero al fuego, para cocer ramas de lino; cuando el lino estuvo cocido, se lo echó al hombro de la hijastra, le dio un hacha y le dijo que fuera al río helado, que abriera un agujero en el hielo y aclarase el lino en el agua. La niña era obediente y abrió el agujero en el hielo; y en esto pasó por allí una carroza, en la que iba el rey.



 El rey mandó a parar los caballos y preguntó a la niña:
—Hija mía, ¿Quién eres y qué haces aquí?
— Soy una niña pobre y estoy aclarando el lino.
El rey vio lo guapa que era la niña, le dio pena y dijo:
—¿Quieres venirte conmigo?
—¡Ah, sí, sí! —dijo la niña, muy contenta de poder escaparse de su madrastra. Montó en la carroza al lado del rey, y cuando llegaron al castillo, el rey se casó con ella, como habían deseado los enanitos del bosque.
Pasó un año, y la joven reina tuvo un niño; la madrastra se enteró, y se fue con su hija al castillo del rey, con el pretexto de visitar a la reina. El rey había salido, y en el cuarto de la reina no había nadie; la madrastra cogió a la reina por la cabeza y su hija la agarró por los pies, y la tiraron por la ventana a un río que pasaba al pie del castillo. Entonces, la madrastra metió en la cama de la reina a su hija y la tapó hasta la cabeza para que no se viera lo fea que era. Llegó el rey, quiso hablar con su mujer, y la madrastra le dijo:
—¡Silencio, silencio! ¡Ahora no se puede hablar con la reina, porque tiene fiebre y está sudando!
—¡Vaya, por Dios! dijo el rey—. Cuídala bien, que volveré mañana.
Al día siguiente se puso a hablar con la que estaba en la cama, creyendo que era la reina; pero a cada palabra que decía la falsa reina, saltaba un sapo sobre la cama. El rey se asombró mucho, porque antes, a su mujer le salían de la boca monedas de oro; y la madrastra le explicó que lo de los sapos era por la fiebre, y que ya se le pasaría.
Pero aquella noche, un criado que estaba en la cocina vio un pato nadando en el foso; y el pato iba cantando:

«Rey ¿En qué piensas?
¿Duermes o velas?»

Nadie contestaba al pato; y él siguió cantando:

«¿Qué hacen mis invitados?»

Y el criado contestó:

«Ya están acostados»

El pato preguntó entonces:

«¿Y qué hace mi niñito?»

Contestó el criado:

«Duerme como un bendito»

Y entonces, el pato se convirtió en la reina, y subió a su habitación a dar de mamar a su hijito; luego le arregló la cuna, lo tapó bien y se fue otra vez, en forma de pato, nadando por el foso.

Durante dos noches volvió el pato y paso lo mismo; y a la tercera noche, dijo al criado que estaba en la cocina
— Ve a decirle al rey que salga a la puerta con su espada, y que de tres vueltas a su espada sobre mi cabeza.
El criado obedeció, y el rey salió a la puerta y con la espada hizo tres molinetes sobre la cabeza del pato mágico; y al tercer molinete, el pato se convirtió en la reina, que estaba tan guapa y tan sana como antes de que la tiraran al río.
El rey se alegró muchísimo; escondió a la reina en un cuarto hasta que llegó el domingo, que era el día en que iban a bautizar al niño.
Y, en cuanto lo bautizaron, el rey dijo:
—¿Qué se debe hacer con una persona que saca a otra de la cama y la tira al río?
— Se merece que la metan en un tonel lleno de clavos y que la echen a rodar desde el monte hasta el río —dijo la madrastra.
Y el rey dijo, entonces:
—Pues eso mismo es lo que vamos a hacer contigo.
Mando a traer un tonel lleno de clavos, metió dentro a la madrastra y a su hija, clavaron la tapa, llevaron el tonel al monte y lo echaron a rodar ladera abajo, hasta que cayó al agua y se hundió.

FIN


LOS HERMANOS

Cuento de los Hermanos Grimm con ilustraciones de Janusz Gravianski


EL HERMANITO tomó la mano de la hermanita y le dijo:
Desde que nuestra madre murió no hemos hecho más que sufrir; la madrastra nos pega todos los días, y si nos acercamos a ella nos echa a patadas. No nos da de comer más que los mendrugos que sobran en la mesa, y hasta el perro come mejor que nosotros, porque algunas veces le echan carne y huesos. ¡Si nuestra madre nos viera ahora! Mira, lo mejor será que nos vayamos por el mundo.
Se marcharon de la casa, caminaron todo el día por el campo; atravesaron el campo; atravesaron prados, sembrados y pedregales, y cuando llovía, la hermanita decía:
 ¡Dios está llorando, como nosotros!
Por la noche llegaron a un bosque muy grande; estaban tan cansados, tan hambrientos, tan tristes, que se metieron en el hueco de un árbol y se quedaron dormidos.
Por la mañana al despertarse, el sol brillaba entre los árboles; y el hermano dijo:
— Hermanita, tengo sed; si hubiera por aquí una fuente... me parece que oigo ruido de agua.
Se levantaron y se pusieron a buscar la fuente. Pero resulta que la madrastra era bruja, y al ver que los niños se habían escapado, les había seguido todo el tiempo muy calladita, como hacen las brujas; y había ido encantando todas las fuentes del campo. Los niños encontraron al fin una fuente de agua clara entre las rocas; el niño quiso beber, pero la niña oyó que el agua, al saltar iba diciendo:
— ¡El que me beba se convertirá en tigre! ¡Ay del que me beba!
La hermanita gritó entonces:
— ¡No bebas, hermano! ¡No bebas por favor, que te convertirás en tire y me matarás!
El hermano no bebió, aunque estaba muerto de sed. Dijo:
— Esperaré a encontrar otra fuente.
Encontraron otra fuente, pero la niña oyó que el agua iba diciendo:
— ¡El que me beba se convertirá en lobo! ¡Ay del que me beba!
El niño se quedó sin beber, y dijo:
— Esperaré a encontrar otra fuente, pero entonces beberé, diga el agua lo que quiera; ya no puedo más de sed.
Llegaron a la tercera fuente, y la niña oyó que el agua decía:
— ¡El que me beba se convertirá en corso! ¡Ay del que me beba!
Dijo la hermana a su hermano:
— ¡No bebas, por favor, hermanito! ¡Mira que te convertirás en corzo y echarás a correr y me quedaré sola!
Pero el hermano, que ya no podía más de la sed, se puso de rodillas y empezó a beber; en cuanto tocó el agua con los labios, se convirtió en corzo. La niña empezó a llorar, y el corzo se echó a sus pies y empezó a llorar también. Y la niña dijo al fin:
— No llores, corcito; nunca te abandonaré.


La niña llevaba ligas de oro; se quitó una y se la puso al corzo en el cuello, como un collar; después hizo una trenza con juncos, la ató al collar del corzo y se marchó con él por el bosque.
Caminaron muchas horas, y al fin llegaron a una casita; la niña miró por la ventana, no vio a nadie y dijo:
— Nos quedaremos a vivir aquí.
Hizo una cama al corzo con hierba y musgo; y todas las mañanas salía a buscar raíces, frutas y nueces para comer; y al corso le llevaba hierba fresca, que el animalito comía de su mano. El corcito corría y saltaba con su hermana, y por la noche, cuando la niña ya había rezado sus oraciones, se echaba a dormir con la cabeza apoyada en el cuello del corzo. Lo pasaban muy bien, y la única pena era que el niño se hubiera convertido en un animalito.
pasaron unos años, y ellos siguieron viviendo solos en el bosque; y un día, el rey de aquella tierra quiso salir a cazar con sus caballeros. por todo el bosque se empezaron a oír las llamadas de los cuernos de caza, los ladridos de los perros y los gritos alegres de los cazadores.
El corzo, que oyó todo aquel ruido, quiso acercarse a curiosear:
— ¡Hermana, déjame ir a ver la cacería! ¡Déjame, hermanita, que tengo muchas ganas de ver a los cazadores!
— Bueno, te dejaré ir; pero vuelve cuando se haga de noche. Cerraré la puerta para que no entre nadie, y cuando llegues dirás, para que te conozca: "hermanita, ábreme la puertecita". Si no te oigo decir esto, no abriré.
El corzo se marcho saltando. Estaba muy contento de poder correr a gusto por el bosque. Pero, de pronto, los cazadores le vieron y le empezaron a perseguir; por poco le alcanzan, pero el corzo dio un brinco y se escondió entre unas matas. Cuando se hizo de noche, llegó a la casa y llamó a la puerta:
— ¡Hermanita, ábreme la puertecita!
La hermana le abrió la puerta y el corzo entró de un salto y se echó a dormir en su rincón. Por la mañana siguió la cacería; y en cuanto el corzo oyó los gritos de los cazadores, quiso salir otra vez:
— ¡Hermana, déjame salir al bosque, que tengo muchas ganas de ver la cacería!
— Bueno, pero vuelve cuando empiece a anochecer; y repite las palabras de ayer para que te abra la puerta.
El corzo salió al bosque; en cuanto lo vieron el rey y los cazadores, quisieron rodearlo; estaban empeñados en cazar a aquel corzo del collar de oro. Pero el corzo era muy ligero, y siempre se les escapaba.

La persecución duró todo el día, y al anochecer, uno de los cazadores hirió al corcito en una pata; el corzo se escapó cojeando, y el cazador le siguió hasta la casita, y oyó como decía el animal:
— ¡Hermanita, ábreme la puertecita!
Y vio que se abría la puerta y que el corzo entraba en la casa. El cazador fue a contárselo al rey, y el rey le dijo:
— Mañana le seguiremos persiguiendo.

La hermana se asustó al verle herido; le lavó la patita y le dijo:
— Échate, y no te muevas hasta que estés curado.
Pero la herida era pequeña; por la mañana, el corzo se sentía muy bien y, en cuanto oyó las voces de los cazadores, dijo a su hermana:
— ¡Déjame salir! ¡No sabes cómo me gusta andar por el bosque, entre los cazadores!¡Déjame, que no me podrán coger!
La hermana se echó a llorar:
— ¡No quiero que salgas! ¡Te van a matar, y yo me quedaré sola! ¡No, no quiero que salgas más!
— Pues, me moriré de pena, si no me dejas salir. En cuanto oigo el cuerno de caza, no sé qué me pasa que estoy deseando correr por el bosque.
La hermana, al verlo tan triste, le dejó salir; el corzo salió saltando con mucha alegría; le vio el rey, y dijo a sus cazadores:
— Perseguidle todo el día, pero no le hagáis el menor daño.
Cuando se puso el sol, el rey dijo al cazador:
— Ven conmigo, y guíame hasta la casita del bosque.
Llegaron a la casita, y el rey llamó a la puerta, diciendo:
— ¡Hermanita, ábreme la puertecita!
La puerta se abrió; y el rey entró en la casa; y vio a una niña tan bonita, que se quedó asombrado.


La niña se asustó al ver que había entrado un hombre y no el corcito; y aquel hombre llevaba una corona de oro, y dijo, con mucho cariño:
— ¿Quieres venir a mi castillo y casarte conmigo?
— ¡Ay, sí, sí! Pero tengo que llevarme al corzo; no quiero separarme de él.
— Llevaremos al corzo, no le faltará nada y no se separará nunca de ti — dijo el rey. Y en esto volvió el corzo a la casita, y la hermana le ató con la trenza de juncos y se marcharon todos juntos. El rey montó a la niña en su caballo y la llevó a palacio.
Celebraron la boda con una fiesta preciosa, y desde entonces la hermanita fue la reina de aquel país y vivieron muchos años muy felices.
Y el corzo jugaba por el jardín del castillo, y no le faltaba nada.
Mientras tanto, la madrastra estaba convencida de que a la niña se la habían comido las fieras del bosque y de que al corcito lo habían matado algunos cazadores. Y cuando se enteró de que vivían tan felices en el castillo del rey, empezó a ponerse enferma de rabia y de envidia.
La madrastra tenía una hija; tan fea como ella y además tuerta; que no hacía más que decir:
— ¡La reina tendría que ser yo, y no esa hijastra tuya, madre!
— Espera; —dijo la madre— espera y verás. Yo arreglaré eso.
Pasó algún tiempo, y la niña reina tuvo un hijito. El rey estaba de caza, y la madrastra, disfrazada de criada, entró en la habitación de la reina y dijo:
— Señora, el baño está preparado. Venid antes de que se enfríe.
Su hija, la tuerta, estaba con ella y entre las dos se llevaron a la reina al cuarto de baño y la metieron en la bañera, cerraron con llave el cuarto de baño y se escaparon, dejando allí a la reina al lado de una hoguera; y la hoguera echaba tanto humo, que la reina se ahogó.



Entonces, la madrastra vistió a su hija con la ropa de la reina y la acostó en la cama real; y la peinó y cambió para que pareciera la reina; pero no pudo ponerle el ojo que le faltaba, y para que el rey no lo notase, le dijo que se echase en la cama del lado donde le faltaba el ojo. Por la noche, llegó el rey de la cacería; se enteró de que había tenido un niño y fue contentísimo a ver a su mujer. Pero la madrastra, que estaba en el cuarto, le dijo:
¡Señor, no abráis la ventana, que a la reina le molesta la luz!
Y el rey salió del cuarto, sin darse cuenta de que en la cama no estaba su esposa, sino la hija de aquella mujer.
Pero a la medianoche, cuando todos dormían, la niñera que estaba con el recién nacido vio que se abría la puerta y entraba la verdadera reina, que cogió en brazos al niño y le dio de mamar. Luego le arregló la cunita, lo acostó y lo tapó bien. Y después fue al rincón donde dormía el corzo y lo acarició; y salió muy despacito de la habitación.



Por la mañana, la niñera preguntó a los centinelas si alguien había entrado en el palacio durante la noche; los centinelas dijeron:
— No hemos visto a nadie.
Desde entonces, todas las noches pasaba lo mismo; y la reina no decía nada al ir a ver a su niño y al corzo, y la niñera no se atrevía a contar a nadie lo que pasaba.
Pero una noche, al ir a ver a su hijito, la reina dijo:
«¿Qué hace mi corzo? ¿Qué hace mi niño?
Vendré dos noches y ya nunca más.
Que me los cuiden con mucho cariño».

La niñera no dijo nada, pero en cuanto la reina desapareció, fue a contárselo todo al rey. Y el rey le dijo:
—¡Dios mío! ¿Qué es esto? Mañana me quedaré yo a cuidar al niño.
Aquella noche, el rey se quedó en el cuarto del niño; y a media noche, entró la reina y dijo:
«¿Qué hace mi corzo? ¿Qué hace mi niño?
Vendré otra noche y ya nunca más.
Que me los cuiden con mucho cariño».
Y cogió a su hijito, como siempre, le dio de mamar y luego lo acostó y lo tapó bien. El rey no se atrevió a hablar, pero a la noche siguiente se quedó también en el cuarto del niño, y oyó que la reina decía al entrar:
«¿Qué hace mi corzo? ¿Qué hace mi niño?
Vengo esta noche y ya nunca más.
Que me los cuiden con mucho cariño».
Y el rey, sin poder contenerse, se acercó a la reina y dijo: 
—¡Tú eres mi esposa querida!
Y ella contestó:
—¡Si, soy tu mujer!
Y en aquel momento, Dios hizo un milagro y la reina revivió, y apareció como siempre. sana y con buen color. Le contó al rey lo que habían hecho la mujer y su hija, y el rey las metió a la cárcel y los jueces las condenaron a las dos: a la hija la dejaron en el bosque, para que se la comieran las fieras, y a la madrastra la pusieron sobre una hoguera y allí murió abrasada, por mala. Y en cuanto la mujer se convirtió en cenizas, el corcito se volvió otra vez niño, y vivió con su hermana muy feliz, durante toda la vida.

FIN





LA SERPIENTE BLANCA

 

Cuento de los Hermanos Grimm con ilustraciones de Janusz Gravianski


HACE MUCHO TIEMPO vivía un rey muy famoso por su sabiduría. Se enteraba de todo; era como si le llegaran por el aire los secretos de todo el mundo. Pero aquel rey tenía una costumbre muy rara: al mediodía, cuando todos se levantaban de la mesa y se marchaban, hacía que un criado le trajera un plato más. Aquel plato estaba tapado, y el mismo criado no sabía qué servía al rey; ni el criado ni nadie, porque el rey no destapaba el plato hasta que se quedaba completamente solo. 

Hacía mucho tiempo que le llevaban al rey su plato secreto. Pero, un día, el criado no pudo aguantar más la curiosidad, y se llevó el plato a su cuarto; cerró su puerta con llave, destapó el plato y vio que en él había una serpiente blanca. Le entraron ganas de probarla, partió un pedacito y se lo metió en la boca. Y en el momento en que lo tocó con la lengua, oyó unas voces muy suaves que venían de la ventana; se asomó y vio que eran unos gorriones que charlaban y se estaban contando todo lo que habían visto en el campo y en el bosque. Y es que al comer aquel trocito de serpiente, el criado ya entendía el lenguaje de los animales.

Aquel mismo día se le perdió a la reina su mejor sortija; y creyeron que el ladrón era aquel fiel criado, que entraba en todas las habitaciones de los reyes. El rey le llamó y le dijo que, si no encontraba al ladrón, le mataría al día siguiente. El criado dijo que él no había robado nada, pero no le hicieron caso.

Entonces, el pobre hombre bajó al patio y se puso a pensar cómo descubrir al ladrón; vio unos patos, que se estaban alisando las plumas mientras charlaban unos con otros; y un pato estaba diciendo:
— ¡Qué pesado tengo el estómago! Es que me he tragado una sortija que estaba al pie de la ventana de la reina.
El criado agarró a aquel pato por el pescuezo, lo llevó a la cocina y dijo al cocinero:
 Mata a este pato que ya está bien cebado.
— Tienes razón — dijo el cocinero —. Está muy gordo y lo voy a poner asado.
Le cortó el cuello, y al limpiarlo, encontró en su estómago la sortija de la reina. Y el rey, que había sido injusto con el criado, le dijo:
— Pídeme lo que quieras, porque eres un criado fiel.
El criado pidió un caballo y algo de dinero, porque quería irse por el mundo una temporada. Le dieron lo que pedía, y él se marchó por los caminos. Un buen día, llegó a un estanque; vio tres peces que se habían quedado encerrados en el agujero de desagüe, y que se iban a morir allí y se estaban quejando. Aunque todo el mundo crea que los peces son mudos, el criado entendió muy bien sus quejas y los salvó.
Los peces, encantados de verse otra vez en el agua, empezaron a dar coletazos de alegría y dijeron al hombre:
— No olvidaremos lo que has hecho por nosotros; ya sabremos pagártelo alguna vez.


El hombre siguió a caballo por el camino; y al poco tiempo le pareció que oía una voz en la tierra, a sus pies. Se puso a escuchar y oyó que el rey de las hormigas decía: 

― ¡Ya podrían los hombres dejarnos tranquilas! Ahora pasa éste con su estúpido caballo, que está aplastando a toda mi gente.
El criado llevó su caballo a un lado del camino, y el rey de las hormigas le dijo: 
― No olvidaremos esto, y te lo pagaremos.

Llegó el criado a un bosque, y allí vio a un cuervo y una cuerva que estaban echando a sus crías fuera del nido, y les decían:
― ¡Fuera, fuera, holgazanes! ¡Ya sois bastante mayores para buscar la comida solitos! ¡Fuera de aquí!
Los pobres cuervitos se cayeron al suelo, porque no sabían volar, y empezaron a quejarse:
― ¡Ay, pobre de nosotros! ¡Cómo vamos a buscar comida, si no sabemos volar todavía! ¡Nos moriremos de hambre!
El criado se bajó del caballo, sacó el puñal y mató al caballo y lo dejó allí para que los pajaritos pudieran comer. Y los cuervos dijeron al hombre:
― Nunca olvidaremos lo que has hecho por nosotros, y te lo pagaremos.

El criado tuvo que seguir andando sin caballo, y al cabo de mucho tiempo llegó a una ciudad. Las calles estaban llenas de gente, y de pronto apareció un pregonero a caballo y anunció que la hija del rey estaba buscando novio, y el que quisiera casarse con ella tenía que hacer algo muy peligroso; y si no lo conseguía, moriría.
Muchos hombres habían querido casarse con la princesa, pero no habían sabido triunfar y habían muerto. 

El criado vio a la princesa, y era tan guapa, que se enamoró de ella en aquel mismo momento. Entonces, se presentó al rey y le dijo que quería casarse con su hija, y el rey le dijo:
 ― Te llevarán al mar, y tirarán al agua una sortija. Tienes que sacar del mar la sortija, y si no la sacas; te tirarán al mar a ti.
Dejaron al mozo en la playa, y él no sabía que hacer; pero entonces vio venir por el agua a los tres peces que él había salvado; y el de en medio llevaba en la boca una concha y la dejó a los pies del muchacho. Él la cogió, la abrió y dentro estaba la sortija. 

Se puso muy contento y corrió a llevar la sortija al rey; pero la princesa, al enterarse que su novio era un criado, dijo que no quería casarse con él; y puso una condición más difícil todavía; salió al jardín y echó entre la hierba diez sacos de grano de mijo, que es un grano muy pequeñito; y dijo al joven: 
― Mañana, antes de salir el sol, tiene que estar todo este mijo en los sacos, sin que falte un grano. 
El criado se sentó en el jardín, sin saber qué hacer. No se le ocurría nada, y pensaban que por la mañana le matarían por no haber podido recoger tantos granitos de mijo. Pero antes de salir el sol, vio con sorpresa que los diez sacos estaban llenos de mijo, y que no quedaba ni un granito por el suelo. Y es que el rey de las hormigas había ido a ayudarle con todo su pueblo, y en una noche habían recogido el mijo de entre la hierba.


La princesa bajó al jardín, y se quedó muy asombrada al ver que el joven había conseguido una cosa tan difícil. Pero como seguía siendo muy orgullosa y no se quería casar con un criado, dijo: 
― No me casaré con él hasta que me traiga una manzana del Árbol de la Vida. 


El muchacho no sabía donde crecía aquel árbol. Salió a los caminos y empezó a andar y andar, sin esperanza ninguna. Había caminado ya por tres reinos, y una noche llegó a un bosque, se sentó a descansar debajo de un árbol; y en esto, oyó que las ramas se movían, y le cayó en la mano una manzana de oro. Y tres cuervos bajaron volando del árbol, se posaron en sus rodillas y dijeron: 
― Tú nos salvaste cuando éramos pequeños y nos íbamos a morir de hambre. Ahora hemos sabido que buscabas la manzana de oro, y hemos pasado volando el mar, hasta llegar al Árbol de la Vida, y te hemos traído la manzana.
El muchacho, lleno de alegría, volvió al lado de la princesa y le llevó la manzana de oro; y entonces, la princesa ya no pudo poner más pretextos, y partió la manzana y se comió la mitad y dio al joven la otra mitad. Y al comer la manzana, la princesa se enamoró del muchacho, se casó con él y vivieron muy felices. 

FIN







domingo, 23 de octubre de 2016

El Rey "Pico de Tordo"


UN REY TENÍA UNA HIJA GUAPÍSIMA, pero tan orgullosa, que no quería casarse con nadie: si algún hombre se quería casar con ella, se burlaba de él y decía que no lo quería, que no era bastante para ella.
Su padre dio una vez una fiesta muy grande, y llevó invitados a todos los jóvenes de aquellas tierras, para ver si su hija escogía novio de una vez; pusieron a los invitados en fila: primero los reyes, luego los duques, los príncipes, los condes y los barones, y al final los caballeros. Entonces llevaron a la princesa y la hicieron pasar por delante de las filas para que los viera, pero ella se iba burlando de todos:
- ¡Vaya un tonel, ese gordinflón!
" ¡Qué zanguilargo, parece una grulla!
" ¡Mira ese retaco, si no me llega a la cintura!
" ¡Huy, qué paliducho!
" ¡Anda que éste, tan colorado, parece la cresta de un gallo!
" ¡Pero si éste es medio jorobado!
Y así les iba diciendo a todos una grosería; pero del que más se burló fue de un rey joven que estaba en la primera fila y que tenía la barbilla un poco puntiaguda:
- ¡Huy, qué risa! ¡Qué cara! ¡Parece un pico de tordo!
Y desde entonces, la gente empezó a llamar "Pico de Tordo" al pobre rey.
Pero el padre de la princesa, al ver que su hija se burlaba de todos los invitados, se puso furioso y prometió que la casaría con el primer pobre que llegara al palacio a pedir limosna.
Pasaron unos días, y llegó un músico ambulante que empezó a cantar delante del palacio para que le echaran una limosna; el rey, que le oyó, dijo a sus caballeros:
- ¡Que suba ese pobre!
El músico se presentó ante el rey, con su traje roto y sucio, y tuvo que cantar delante de toda la corte; y cuando terminó, pidió una limosna. Y entonces dijo el rey:
- Tu canción me ha gustado tanto, que te voy a dar a mi hija como esposa.

La princesa se asustó muchísimo, pero el rey dijo:
- Prometí casarte con el primer pobre que se presentara, y voy a cumplir mi promesa.
Y por más que la princesa lloró y protestó, la casaron con el músico. Al terminar la boda, dijo el rey:
- Como ahora eres la mujer de un pobre, no puedes seguir en mi palacio; márchate con tu marido.
La princesa se marchó con el músico, y se fueron andando por los caminos. Llegaron a un bosque, y la princesa preguntó:
- ¿De quién es este bosque tan hermoso?
- Del rey Pico de Tordo. Si te hubieras casado con él, el bosque sería tuyo.
- ¡Ay, pobre de mí! ¿Por qué no me habré casado con Pico de Tordo?
Luego llegaron a unos prados, y la princesa preguntó:
- ¿De quién serán estos prados tan verdes?

- Del rey Pico de Tordo, a quien despreciaste.
-¡Pobre de mí! ¿Por qué no me habré casado con Pico de tordo?
Llegaron a una gran ciudad, y la princesa volvió a preguntar:
- ¿De quién será esta ciudad tan grande y tan bonita?
- Del rey Pico de Tordo, de quien te burlaste.
- ¡Ay, qué pena, qué pena! ¿Por qué me burlaría de él?
y el músico dijo entonces:
- ¡Ya estoy harto de que te pases la vida diciendo que preferirías estar casada con Pico de Tordo! ¿Es que no valgo bastante para ti?
Llegaron a una casita muy pobre, y la princesa preguntó:
- ¿De quién es esta choza? ¡Qué pobre y qué pequeña es!
Y el músico contestó:
- Ésta es nuestra casa, y viviremos aquí juntos.
La puerta de la casita era tan baja, que se tuvieron que agachar para entrar; y la princesa preguntó:
- ¿No hay aquí criados?
- ¿Criados? ¡Qué ocurrencia! Tú tienes que hacerlo todo. Enciende ahora mismo el fuego, pon agua a cocer y prepara la comida, estoy muy cansado.
Y la pobre princesa no sabía encender el fuego, ni guisar, ni nada; así que el músico tuvo que echar una mano. Comieron bastante mal, y se fueron a acostar. Por la mañana, el músico llamó muy temprano a su mujer, para que fuera haciendo la casa. Y a los pocos días, cuando ya se les había terminado la comida, el marido dijo:
- No podemos seguir así; hay que ganar dinero para comer. tendrás que hacer cestas.
Él salió a cortar mimbres y los llevó a la casita, y su mujer empezó a hacer las cestas; pero como no tenía costumbre, se le llenaban las manos de llagas.
- Ya veo que no sabes hacer cestas -  Dijo el marido.- Ponte a hilar, que es más fácil.
Su mujer se sentó, y empezó a hilar; pero como no tenía costumbre, se hacía daño las manos y le salía sangre.
- ¡No sirves para nada! - Dijo el marido - ¡Buena la he hecho, casándome contigo! Voy a poner un puesto de cacharros, y tú los venderás los días de mercado. ¡Ya estoy harto de que seas tan inútil!
Y la princesa pensó: "¡Qué vergüenza! ¡Si pasa por la calle alguien conocido, y me ve vendiendo pucheros...!
Pero como no se iban a morir los dos de hambre, la princesa tuvo que obedecer. La primera vez todo fue bien, porque como la princesa era muy guapa, iba mucha gente a comprar los cacharros y se los pagaban al precio que ella quería; así que pudieron vivir una temporada sin pasar apuros. Cuando se terminaron aquellos cacharros, el marido compró más, y la princesa se puso a la entrada de la plaza del mercado, con todos los pucheros y las cazuelas a su alrededor. Y, de pronto, apareció en la plaza un soldado a caballo; el soldado iba borracho y se metió al galope entre los cacharros, y los hizo añicos. La princesa se echó a llorar:
- ¿Qué voy a hacer ahora? ¡Cómo se va a poner ahora mi marido!


Volvió a su casa y se lo contó todo a su marido, y él le dijo:
- ¡No sirves para nada! ¿Quién te mandó a ponerte a la entrada de la plaza? ¡Eres una calamidad! Deja ahora de llorar, porque vas a ir de criada al palacio del rey; me han dicho que necesitan a alguien para ayudar en la cocina.
Y la princesa tuvo que trabajar de criada en la cocina del rey; ayudaba al cocinero, y cuando no la veían, se guardaba en los bolsillos unos pucheritos con las sobras. Y aquello comían en su casa ella y su marido.
Un día, dijeron en la cocina que el hijo mayor del rey se iba a casar; y la pobre princesa, que estaba deseando ver la boda, se puso a la puerta del salón. Y cuando encendieron las luces y empezaron a entrar los invitados, con aquellos vestidos tan lujosos, la pobre mujer se acordó de cuando vivía en el palacio de su padre, y se arrepintió de haber sido tan mala y orgullosa. Los criados estaban llevando fuentes de cosas muy ricas, y al pasar delante de ella, le daban un poco de cada fuente, y ella lo guardaba en sus pucheritos para llevarlo a su casa.
Y en esto entró el príncipe, vestido de terciopelo y de seda, con cadenas de oro; vio a la mujer pobre y tan guapa que estaba junto a la puerta, y le dio la mano para bailar con ella; la princesa se asustó: aquél príncipe era Pico de Tordo, del que tanto se había burlado. Pero él la obligó a bailar, y la cinta con la que ella había atado sus pucheritos se rompió, y los pucheros se cayeron al suelo.
Todo el mundo se echó a reír al ver los charquitos de sopa y los montoncitos de comida. la pobre mujer se moría de vergüenza, y echó a correr; pero cuando ya bajaba las escaleras, un hombre la sujetó y la llevó a la sala.
Y aquel hombre era Pico de Tordo.
Y entonces, Pico de Tordo dijo a la princesa:
- No tengas miedo. Yo soy el músico, tu marido; me disfracé de músico para darte una lección, y también me disfracé de soldado para romperte los cacharros en el mercado, y que aprendieras a sufrir.
La princesa se echó a llorar, y dijo:
- Me porté muy mal contigo, ahora me arrepiento de haberme burlado de ti, porque tú eres mucho mejor que yo y no merezco ser tu mujer. 
- Bueno, ya ha pasado todo. Ahora celebraremos nuestra boda con alegría.
Llegaron las doncellas y vistieron a la princesa con trajes muy bonitos; llegó su padre, el rey y toda la corte, y celebraron con mucha alegría su boda con Pico de Tordo. Y desde aquel momento ya fueron felices.- 

      FIN.


"Cuentos de Los Hermanos Grimm" - Ilustraciones de Janusz Grabianski.