sábado, 15 de marzo de 2025

YORINDA Y YORINGUEL

 

Cuento de los Hermanos Grimm con ilustraciones de Janusz Gravianski


HABÍA UN CASTILLO muy viejo en medio de un bosque grande y oscuro; y en el castillo vivía sola una bruja. De día, la bruja se convertía en gato o en lechuza; de noche, volvía a su forma de vieja. La bruja tenía el poder de atraer a los pájaros y a las fieras, y se los comía; y si alguien se acercaba al castillo, se quedaba encantado y sin poderse mover, hasta que la bruja le dejaba marcharse. Y si se acercaba alguna niña, la bruja la convertía en pájaro, la metía en una jaula de mimbre y llevaba la jaula a un cuartito del castillo. Tenía más de siete mil jaulas con niñas convertidas en pájaros.

Había también en aquel tiempo una niña llamada Yorinda: era más guapa que todas las niñas de su tierra, y quería mucho a un joven que se llamaba Yoringuel, que pensaba casarse con ella. Les gustaba estar juntos, y un día se fueron a pasear por el bosque. Yoringuel dijo a la niña:
― No te acerques nunca al castillo.

Era una tarde hermosa, el sol brillaba entre los árboles del bosque, y las hojas estaban doradas y verdes, y una tórtola cantaba en las ramas de un árbol viejo. De pronto, Yorinda empezó a sentirse triste, triste, sin saber por qué, y empezó a llorar. Y Yoringuel se puso a llorar también; se habían perdido, no sabían cómo volver y tenían miedo del bosque. El sol ya se estaba poniendo; Yoringuel miró a su alrededor y vio entre los arboles, allí, muy cerca de ellos, el muro del castillo. Yoringuel se asustó, y Yorinda empezó a cantar:
« »
«Pajarillo rojo,
canta en la rama
¡Cómo canta a la muerte
del que más ama!
¡Ay, amor!»

Yoringuel miró a Yorinda: la niña se había convertido en un ruiseñor, y ya no cantaba con palabras, sino con trinos y silbidos. Pasó una lechuza de ojos de fuego, voló tres veces sobre ellos y chilló:
«¡Chiú, chiú, chiú!» Yoringuel no podía moverse: estaba allí como una piedra, y no podía llorar, no podía gritar, no podía mover ni una mano ni un pie.

El sol ya se había puesto: la lechuza se escondió en unas matas, y de las matas salió una vieja flaca, jorobada y espantosa, con los ojos colorados y la nariz puntiaguda que casi tocaba con la barbilla; la vieja iba rezongando, se agachó, cogió al ruiseñor y se lo llevó en la mano.



Yoringuel vio como se llevaba la vieja al ruiseñor, y no podía hablar, no podía moverse. Luego, la vieja volvió y dijo con una voz horrible:
― ¡Hola, Zaquiel! Cuando brille la lunita en la cestita, desata, Zaquiel, y que te vaya bien. 
Yoringuel sintió entonces que podía moverse; se arrodilló delante de la vieja y le pidió que le devolviera a Yorinda; pero la bruja le dijo que no vería a la niña nunca más, y se marchó. Yoringuel gritó, lloró, llamó a la vieja, pero no le sirvió de nada. 

Yoringuel echó a andar y al fin llegó a un pueblecito que no había visto nunca; se quedó allí mucho tiempo, de pastor. Iba a veces con sus ovejas hacia el castillo, pero no se atrevía a acercarse demasiado.
Y una noche, soñó que encontraba una flor muy roja, que tenía entre las hojas una perla grande: él arrancaba la flor, iba hacia el castillo, y todo lo que tocaba con la flor, se desencantaba; soñó que con la flor desencantaba también a Yorinda. 

Cuando se despertó, empezó a buscar por los montes y valles la flor roja; y al noveno día la encontró; era roja como la sangre, y en el centro tenía una gota de rocío, grande como la perla más hermosa. Cortó la flor y la llevo día y noche, hasta que llegó al castillo.

Y cuando estuvo a cien pasos del castillo, no se quedó encantado, sino que pudo seguir; llegó a la puerta, la tocó con la flor, y la puerta se abrió. Yoringuel entró en el patio del castillo, se puso a escuchar y al fin escuchó a los pájaros encantados; fue a buscarlos, y se encontró con la bruja, que estaba dando de comer a los siete mil pájaros de las siete mil jaulas.



Cuando la bruja vió a Yoringuel, ¡Cómo se puso, qué gritos dio! Chillaba, insultaba a Yoringuel, le escupía veneno... pero Yoringuel tenía la flor en la mano, y la bruja no podía acercarse a él. Yoringuel miró todas aquellas jaulas: ¿Cuál de los pájaros sería Yorinda?
Y en esto vio que la bruja se llevaba con disimulo una de las jaulas hacia la puerta; Yoringuel dio un salto, tocó la jaula con la flor, y tocó también a la bruja. La bruja perdió en aquel momento su poder de hechizar; el pájaro de la jaula se convirtió en Yorinda; Yoringuel la abrazó, y luego fue desencantando a todos los otros pájaros, que se convirtieron en niñas y se marcharon con Yorinda y Yoringuel; y todos volvieron a sus casas muy felices. 

FIN   




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