UN REY TENÍA UNA HIJA GUAPÍSIMA, pero tan orgullosa, que no quería casarse con nadie: si algún hombre se quería casar con ella, se burlaba de él y decía que no lo quería, que no era bastante para ella.
Su padre dio una vez una fiesta muy grande, y llevó invitados a todos los jóvenes de aquellas tierras, para ver si su hija escogía novio de una vez; pusieron a los invitados en fila: primero los reyes, luego los duques, los príncipes, los condes y los barones, y al final los caballeros. Entonces llevaron a la princesa y la hicieron pasar por delante de las filas para que los viera, pero ella se iba burlando de todos:
- ¡Vaya un tonel, ese gordinflón!
" ¡Qué zanguilargo, parece una grulla!
" ¡Mira ese retaco, si no me llega a la cintura!
" ¡Huy, qué paliducho!
" ¡Anda que éste, tan colorado, parece la cresta de un gallo!
" ¡Pero si éste es medio jorobado!
Y así les iba diciendo a todos una grosería; pero del que más se burló fue de un rey joven que estaba en la primera fila y que tenía la barbilla un poco puntiaguda:
- ¡Huy, qué risa! ¡Qué cara! ¡Parece un pico de tordo!
Y desde entonces, la gente empezó a llamar "Pico de Tordo" al pobre rey.
Pero el padre de la princesa, al ver que su hija se burlaba de todos los invitados, se puso furioso y prometió que la casaría con el primer pobre que llegara al palacio a pedir limosna.
Pasaron unos días, y llegó un músico ambulante que empezó a cantar delante del palacio para que le echaran una limosna; el rey, que le oyó, dijo a sus caballeros:
- ¡Que suba ese pobre!
El músico se presentó ante el rey, con su traje roto y sucio, y tuvo que cantar delante de toda la corte; y cuando terminó, pidió una limosna. Y entonces dijo el rey:
- Tu canción me ha gustado tanto, que te voy a dar a mi hija como esposa.
- Prometí casarte con el primer pobre que se presentara, y voy a cumplir mi promesa.
Y por más que la princesa lloró y protestó, la casaron con el músico. Al terminar la boda, dijo el rey:
- Como ahora eres la mujer de un pobre, no puedes seguir en mi palacio; márchate con tu marido.
La princesa se marchó con el músico, y se fueron andando por los caminos. Llegaron a un bosque, y la princesa preguntó:
- ¿De quién es este bosque tan hermoso?
- Del rey Pico de Tordo. Si te hubieras casado con él, el bosque sería tuyo.
- ¡Ay, pobre de mí! ¿Por qué no me habré casado con Pico de Tordo?
Luego llegaron a unos prados, y la princesa preguntó:
- ¿De quién serán estos prados tan verdes?
- Del rey Pico de Tordo, a quien despreciaste.
-¡Pobre de mí! ¿Por qué no me habré casado con Pico de tordo?
Llegaron a una gran ciudad, y la princesa volvió a preguntar:
- ¿De quién será esta ciudad tan grande y tan bonita?
- Del rey Pico de Tordo, de quien te burlaste.
- ¡Ay, qué pena, qué pena! ¿Por qué me burlaría de él?
y el músico dijo entonces:
- ¡Ya estoy harto de que te pases la vida diciendo que preferirías estar casada con Pico de Tordo! ¿Es que no valgo bastante para ti?
Llegaron a una casita muy pobre, y la princesa preguntó:
- ¿De quién es esta choza? ¡Qué pobre y qué pequeña es!
Y el músico contestó:
- Ésta es nuestra casa, y viviremos aquí juntos.
La puerta de la casita era tan baja, que se tuvieron que agachar para entrar; y la princesa preguntó:
- ¿No hay aquí criados?
- ¿Criados? ¡Qué ocurrencia! Tú tienes que hacerlo todo. Enciende ahora mismo el fuego, pon agua a cocer y prepara la comida, estoy muy cansado.
Y la pobre princesa no sabía encender el fuego, ni guisar, ni nada; así que el músico tuvo que echar una mano. Comieron bastante mal, y se fueron a acostar. Por la mañana, el músico llamó muy temprano a su mujer, para que fuera haciendo la casa. Y a los pocos días, cuando ya se les había terminado la comida, el marido dijo:
- No podemos seguir así; hay que ganar dinero para comer. tendrás que hacer cestas.
Él salió a cortar mimbres y los llevó a la casita, y su mujer empezó a hacer las cestas; pero como no tenía costumbre, se le llenaban las manos de llagas.
- Ya veo que no sabes hacer cestas - Dijo el marido.- Ponte a hilar, que es más fácil.
Su mujer se sentó, y empezó a hilar; pero como no tenía costumbre, se hacía daño las manos y le salía sangre.
- ¡No sirves para nada! - Dijo el marido - ¡Buena la he hecho, casándome contigo! Voy a poner un puesto de cacharros, y tú los venderás los días de mercado. ¡Ya estoy harto de que seas tan inútil!
Y la princesa pensó: "¡Qué vergüenza! ¡Si pasa por la calle alguien conocido, y me ve vendiendo pucheros...!
Pero como no se iban a morir los dos de hambre, la princesa tuvo que obedecer. La primera vez todo fue bien, porque como la princesa era muy guapa, iba mucha gente a comprar los cacharros y se los pagaban al precio que ella quería; así que pudieron vivir una temporada sin pasar apuros. Cuando se terminaron aquellos cacharros, el marido compró más, y la princesa se puso a la entrada de la plaza del mercado, con todos los pucheros y las cazuelas a su alrededor. Y, de pronto, apareció en la plaza un soldado a caballo; el soldado iba borracho y se metió al galope entre los cacharros, y los hizo añicos. La princesa se echó a llorar:
- ¿Qué voy a hacer ahora? ¡Cómo se va a poner ahora mi marido!
Volvió a su casa y se lo contó todo a su marido, y él le dijo:
- ¡No sirves para nada! ¿Quién te mandó a ponerte a la entrada de la plaza? ¡Eres una calamidad! Deja ahora de llorar, porque vas a ir de criada al palacio del rey; me han dicho que necesitan a alguien para ayudar en la cocina.
Y la princesa tuvo que trabajar de criada en la cocina del rey; ayudaba al cocinero, y cuando no la veían, se guardaba en los bolsillos unos pucheritos con las sobras. Y aquello comían en su casa ella y su marido.
Un día, dijeron en la cocina que el hijo mayor del rey se iba a casar; y la pobre princesa, que estaba deseando ver la boda, se puso a la puerta del salón. Y cuando encendieron las luces y empezaron a entrar los invitados, con aquellos vestidos tan lujosos, la pobre mujer se acordó de cuando vivía en el palacio de su padre, y se arrepintió de haber sido tan mala y orgullosa. Los criados estaban llevando fuentes de cosas muy ricas, y al pasar delante de ella, le daban un poco de cada fuente, y ella lo guardaba en sus pucheritos para llevarlo a su casa.
Y en esto entró el príncipe, vestido de terciopelo y de seda, con cadenas de oro; vio a la mujer pobre y tan guapa que estaba junto a la puerta, y le dio la mano para bailar con ella; la princesa se asustó: aquél príncipe era Pico de Tordo, del que tanto se había burlado. Pero él la obligó a bailar, y la cinta con la que ella había atado sus pucheritos se rompió, y los pucheros se cayeron al suelo.
Todo el mundo se echó a reír al ver los charquitos de sopa y los montoncitos de comida. la pobre mujer se moría de vergüenza, y echó a correr; pero cuando ya bajaba las escaleras, un hombre la sujetó y la llevó a la sala.
Y aquel hombre era Pico de Tordo.
Y entonces, Pico de Tordo dijo a la princesa:
- No tengas miedo. Yo soy el músico, tu marido; me disfracé de músico para darte una lección, y también me disfracé de soldado para romperte los cacharros en el mercado, y que aprendieras a sufrir.
La princesa se echó a llorar, y dijo:
- Me porté muy mal contigo, ahora me arrepiento de haberme burlado de ti, porque tú eres mucho mejor que yo y no merezco ser tu mujer.
- Bueno, ya ha pasado todo. Ahora celebraremos nuestra boda con alegría.
Llegaron las doncellas y vistieron a la princesa con trajes muy bonitos; llegó su padre, el rey y toda la corte, y celebraron con mucha alegría su boda con Pico de Tordo. Y desde aquel momento ya fueron felices.-
FIN.
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