UN HOMBRE TENÍA UN BURRO; era un burro muy viejecito, el pobre. Toda la vida había estado llevando sacos al molino, y ya estaba cansadísimo y no podía trabajar. Su amo pensó que lo mejor era matar al burro; pero el burro, que no era tonto, se escapó y echó a trotar por el camino de Bremen. Pensaba que en aquella ciudad podría hacer de músico.
Cuando ya llevaba un rato trotando, se encontró con un perro de caza que estaba echado en el camino, respirando con fuerza y con la lengua fuera; se veía que había corrido mucho.
- Chico, que cansado estás - Le dijo el burro.
- ¡Claro! ¡Como que mi amo quiere matarme! y todo porque ya soy viejo y no puedo cazar bien- ¡Qué ingratitud! Me he escapado de casa, pero ahora no sé cómo voy a vivir.
- No te preocupes; vente conmigo a Bremen, y nos haremos músicos. Yo tocaré el laúd, y tú el bombo.
El perro se animó y se fue con el burro. Y al poco rato, se encontraron con un gato que ponía una cara tristísima.
- ¿Qué te pasa, Minino? - Le preguntó el burro.
- ¡Qué me va a pasar! ¡No estoy para bromas! Como ya soy viejo y no puedo correr detrás de los ratones, y me gustaba quedarme calentito junto al fogón, mi ama ha querido ahogarme. ¡Brrr! ¡Qué barbaridad! Me he escapado, pero ahora no sé que hacer.
- Vente a Bremen con nosotros; vamos a ser músicos, y tú que cantas tan bien por las noches, tendrás allí mucho éxito.
Al gato le gustó la idea y se marchó con ellos. Pasaron junto a una granja, y oyeron a un gallo, que estaba subido a una tapia y chillaba como un loco.
- ¡Qué manera de chillar! - Dijo el burro -. ¿Se puede saber qué te pasa?
- ¿Qué me pasa, que me pasa? ¡Que no sirve de nada ser bueno! Hoy he cantado que iba a hacer buen tiempo, porque es el día en que la Virgen lleva la ropita del Niño Jesús y la pone a secar; pero nadie me ha hecho caso. Mañana es domingo, vendrán invitados, y me van a matar para hacer un buen caldo. Así que estoy chillando para aprovecharme, mientras pueda.
- No seas bobo, hombre, y vente con nosotros - Dijo el burro -. Nos vamos a Bremen, y con la buena voz que tienes nos servirás para nuestra banda de música.
Al gallo le pareció muy bien y se marchó con ellos.
Pero como la ciudad de Bremen estaba muy lejos, tuvieron que pasar la noche en el bosque. El burro y el perro se echaron a dormir debajo de un árbol, y el gato y el gallo se subieron a las ramas; y el gallo, por si acaso, se encaramó a la rama más alta. Y cuando ya se iba a dormir, vio desde allí una lucecita a lo lejos, y dijo a sus amigos que debía de ser la luz de alguna casa.
- Pues vamos a la casa - Dijo el burro - porque la verdad es que aquí estamos muy mal.
Y el pero dijo que le parecía muy bien ir a la casa, donde a lo mejor encontraban algún hueso o algo que comer. Echaron a andar, guiados por la luz, y llegaron a una guarida de ladrones. El burro, como era el más grande, se acercó a la ventana a mirar.
- ¿Qué ves, compañero? - Preguntó el gallo.
-¡Ay, madre mía! Estoy viendo una mesa llena de cosas ricas, y unos ladrones que se están dando un banquetazo.
- ¡Con el hambre que tenemos nosotros! - suspiró el gallo.
Y los cuatro animales empezaron a pensar cómo podrían espantar a los ladrones; al fin se les ocurrió una idea: el burro se puso junto a la ventana, el perro se subió al burro, el gato saltó sobre el perro y el gallo se colocó encima del gato. Y entonces empezaron a dar un concierto. ¡Dios mío, qué concierto! El burro rebuznaba, el perro ladraba, el gato maullaba y el gallo cantaba con todas sus fuerzas, y de repente, saltaron los cuatro por la ventana, rompieron los cristales, y los ladrones, espantados, creyeron que eran fantasmas y salieron corriendo a esconderse en el bosque. Los cuatro animales se sentaron a la mesa y se comieron todo lo que quedaba, con un hambre enorme.
Cuando terminaron de comer, apagaron la luz y buscaron algún sitio para dormir: el burro se tumbó en un montón de estiércol, el perro se echó detrás de la puerta, el gato se hizo un ovillo junto al fogón, y el gallo se subió a una viga.
Ya era muy tarde, y los ladrones desde el bosque, vieron que no había luz en la casa, y su capitán dijo:
- ¡Qué tontos hemos sido, al asustarnos así! Que vaya uno de nosotros a ver qué pasa en nuestra guarida.
Fue uno de los ladrones, entró en la casa, no vio a nadie, y quiso encender la luz de la cocina; y como los ojos del gato brillaban tanto en la oscuridad, el ladrón creyó que eran chispitas del fogón y fue a encender la luz con ellas. El gato que no entendía de bromas, le saltó a la cara y empezó a arañarle y a morderle; y el ladrón se llevó un susto tremendo y quiso salir corriendo de la casa. Pero se tropezó con el perro, y el perro le dio un buen mordisco en la pierna. El ladrón salió asustadísimo y cojeando, y al pasar por el patio, se acercó al montón de estiércol y el burro le dio una coz. Y entonces, el gallo, al oír todo aquel barullo, se despertó y se puso a cantar: "¡Kikirikíí!".
El ladrón salió a todo correr, llegó donde estaban sus compañeros y dijo al capitán:
- ¡Ay, qué horror! ¡En nuestra casa hay una bruja espantosa! ¡Mirad como me ha arañado! y detrás de la puerta había un hombre con un cuchillo, me lo ha clavado en la pierna; y en el patio hay algún monstruo negro, que me ha dado un garrotazo; y el lo alto de la casa, está subido el juez, y no hace más que gritar: "Traedme el ladrón aquí" ¡Uf, me he escapado de milagro!.
Desde entonces, los ladrones no volvieron a la casa, y los cuatro músicos, en lugar de irse a Bremen, se quedaron allí tan contentos.
FIN
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