domingo, 9 de octubre de 2016

El Sastrecillo Valiente

"Cuentos de Los Hermanos Grimm" - Ilustraciones de Janusz Grabianski.

ERA UNA TARDE DE VERANO. Un sastrecillo  estaba sentado en su mesa, junto a la ventana; tenía muy buen humor y cosía con entusiasmo. Y en esto pasó por la calle una mujer que vendía dulce.
- ¡Al rico dulce de ciruelas! ¿Quién me compra el rico dulce de ciruelas?
Al sastrecillo se le hizo la boca agua; se asomó a la ventana y gritó:
- ¡Buena mujer, buena mujer! ¡Suba, que voy a comprarle dulce!
- La buena mujer subió la escalera cargada con su cesta; un piso, otro piso, hasta el tercero. Y como el sastrecillo quería ver bien el dulce, la mujer tuvo que destapar un tarro, otro tarro, todos los tarros de dulce que llevaba. Y el sastrecillo los miró, los olió, metió un dedo en cada tarro y chupó el dulce, y al fin dijo: 
- Me parece que es buen dulce. Vamos a ver... Péseme usted cincuenta gramos; bueno, no me importa que sean cien gramos.
Y la mujer, que creía que iba a vender unos cuantos tarros enteros,  pesó una cucharada de dulce solamente y se marchó de mal humor. 



El Sastrecillo, en cambio, estaba muy contento. 
- ¡Dios bendiga este dulce y permita que me ponga fuerte al comerlo! 
Sacó del armario un trozo de pan y lo untó con el dulce.
-¡ Huy, que rico va a estar! Pero antes de comérmelo, terminaré este traje.
Dejó el pan sobre la mesa y siguió cosiendo; y estaba tan alegre, que cada vez daba las puntadas más largas. Pero el olor del dulce llegó a la pared, en la pared había posadas muchas moscas, y las moscas bajaron volando a chupar el dulce de ciruela.
- ¡Eh! ¿Quién os ha invitado a vosotras? - gritó el sastrecillo, espantando las moscas; pero ellas como si nada, volvían otra vez a posarse en el pan.
El sastrecillo se enfadó; buscó un pedazo de tela y dio un buen golpe a las moscas. Y entonces vio que había matado a siete, por lo menos.
- ¡Soy un chico valiente! dijo el sastrecillo, muy orgulloso - ¡Soy un héroe, y quiero que lo sepa el mundo!. 
Y el sastrecillo se hizo para él mismo un cinturón, lo bordó con grandes letras que decía "MATASIETE", y se lo ciñó a la cintura  y su corazón brincaba de contento. 
Ya con su cinturón ceñido, decidió ir por el mundo, porque pensó que su taller era demasiado pequeño para su valor. Antes de salir, miró en la habitación para ver si había algo que pudiera llevarse consigo. Sin embargo no encontró nada, excepto un viejo queso que puso en su bolso. Frente a su puerta, observó un pequeño pájaro enredado entre unas ramas. Y guardó el pájaro junto con el queso en el bolso. Tomó la calle con optimismo, y se marchó corriendo y saltando, sin sentir ninguna fatiga. El camino lo llevó hasta la cumbre de una montaña, y ahí encontró a un poderoso gigante que miraba a su alrededor sentado muy confortablemente. El sastrecillo se acercó bravíamente, y le habló diciendo: 
- ¡Buen día camarada, así que estás ahí sentado viendo tranquilamente el ancho mundo! Yo estoy exactamente en camino a recorrerlo, y deseo probar mi suerte. ¿Te gustaría acompañarme?.-  
El gigante contempló desdeñosamente al sastre y dijo: 
- ¡Tú, monigote!, ¡Tú, criatura miserable!-
- ¿De veras? - contestó el sastrecillo, y desabotonando su chaqueta le mostró al gigante su cinturón. - Ahí puedes ver la clase de hombre que soy.-
El gigante leyó, "MATASIETE", y pensó que se trataba de gigantes que había matado, por lo que comenzó a sentir un poco de respeto por el pequeño individuo. Pero antes que nada, deseaba probarlo primero, y tomó una piedra en su mano y la oprimió de tal manera que hasta salió agua de ella.  
- Haz algo semejante, - dijo el gigante, - si es que tienes tal fuerza.-
- ¿Es eso todo? - dijo el sastre, - eso es un juego de niños para mí.-
Y metió su mano en el bolso, sacó el pedazo de queso y lo presionó en su mano hasta que salió abundante líquido de él. 
-¿Lo ves? - dijo el sastre - Estuve mejor que tú.- 
El gigante no sabía que decir y no podía creer lo que hizo aquel pequeñín. Entonces el gigante tomó una piedra y la lanzó tan alto que fue difícil seguirla con la vista. 
- Ahora, hombrecito, haz algo semejante.-  
- Buen tiro- dijo el sastre, - Sin embargo después de todo la piedra cayó al suelo. Yo tiraré ahora una que nunca caerá de nuevo.-
Y metió de nuevo la mano en su bolso, tomó al pájaro y lo lanzó al aire. El pájaro encantado con su libertad, levantó vuelo y se fue lejos sin volver jamás. 
- ¿Qué te pareció, compañero? -  preguntó el sastre. 
- Ciertamente que puedes lanzar - dijo el gigante, - pero ahora veamos si eres capaz de cargar algo con propiedad.-
-Y llevó al sastrecillo a un grueso roble que estaba caído en el suelo y le dijo: 
- Si eres suficientemente fuerte, ayúdame a sacar este árbol del bosque.-
- Con mucho gusto - dijo el hombrecito, - Tu levanta el tronco y yo levantaré las ramas, que pesan más.-
El gigante se echó el tronco al hombro, y el pillo del sastre se sentó en una de las ramas; y como el gigante no podía volverse, no se dio cuenta de que cargaba con el árbol y con el sastre; y el sastrecillo iba silbando la canción, muy contento, mientras el gigante sudaba y trabajaba. 
Llegó un momento en que el gigante ya no podía más y dijo:
-  Voy a soltar el tronco, ten cuidado.-
El sastrecillo rápidamente saltó al suelo, agarró al árbol con los dos brazos, como si lo hubiera estado llevando,  y dijo al gigante: 
-¡Hay que ver; con lo grande que eres, y te cansas enseguida de llevar un árbol!.-


Luego siguieron andando; llegaron junto a un cerezo, y el gigante tomó las ramas altas, las dobló  y le al sastrecillo que las sujetara para comer cerezas; pero como el sastrecillo era muy pequeño,  cuando el gigante soltó las ramas, no las pudo sujetar; y las ramas se enderezaron de golpe y el sastrecillo salió disparado por  el aire; cuando cayó al suelo el gigante le dijo: 
- Vaya, vaya... Me parece que no tienes fuerza para sujetar un arbolito...-
- Bah, este arbolito... ¿Qué es esto para un matasiete como yo? Lo que pasa es que he visto a unos cazadores que disparaban entre esas matas, y por eso he saltado. Salta tú, si eres capaz. 
El gigante quiso saltar;  pero se quedó enganchado en las ramas del cerezo, y comprendió que el sastrecillo le había ganado también a saltar; así que le dijo:
- Ya que eres tan valiente, ven a pasar la noche a la cueva de los gigantes.
El sastrecillo dijo que no tenía inconveniente, y le siguió. Llegaron a la cueva, y vieron a varios gigantes sentados junto al fuego; y cada uno tenía en la mano un cordero asado, y se lo estaban comiendo. El sastrecillo miró la cueva y pensó: "Esto es mucho más grande que mi taller."-  
El gigantón le llevó a una cama enorme y le dijo que se acostara. Pero el sastrecillo no quería meterse en aquella cama tan grande, y se quedó en un rincón. Y a  medianoche, el gigante creyó que el sastre estaba durmiendo en la cama, tomó una barra de hierro, y dio un golpe tremendo sobre la cama para matar al hombrecillo; pensó que ya lo había matado y se fue con sus compañeros al bosque. Llegó la mañana, y de pronto, los gigantes vieron aparecer al sastrecillo tan fresco. ¡Qué susto se llevaron! Creían que estaba muerto, y ahora pensaron que los iba a matar a todos; echaron a correr cada uno por su lado. 
El sastrecillo siguió caminando muy animoso. Al fin llegó al jardín del rey, y como se sentía cansado, se echó a dormir en la hierba; y cuando estaba bien dormido, unas personas se acercaron a mirarle, y leyeron lo que ponía en su cinturón: "MATASIETE". 
- ¡Qué barbaridad! Debe ser un guerrero terrible - Dijeron aquellas personas -. Y Ahora que estamos en paz ¿Por qué habrá venido?
Fueron a decírselo al rey; no había que desperdiciar un guerrero así, en caso de que hubiera guerra. El rey pensó que tenían razón,  y mando a uno de sus caballeros para contratar al hombrecillo dormido, y ciando se despertó le dio el recado del rey.
- He venido precisamente para servir al rey - dijo el sastrecillo - Así que, de acuerdo. 
Le hicieron un  recibimiento estupendo y le dieron una casa para él; pero los soldados del rey no le querían, porque tenían miedo de que aquel matasiete los venciera a todos so se peleaban. 
Fueron todos juntos a ver al rey y le dijeron que se marchaban, que no querían estar con un hombre capaz de matar a siete de un golpe.



Al rey le daba pena quedarse sin soldados, y se arrepintió de haber contratado al sastrecillo; pero no se atrevía a echarle de la corte, no fuera aquel matasiete a quitarle el trono y matar a toda su gente. Se puso a pensar y a pensar, y al fin se le ocurrió una idea. Dijo al sastre que, ya que era tan valiente, le iba a proponer una cosa: había en el reino dos gigantes que no hacían más que barbaridades, mataban a la gente, quemaban las casas, lo robaban todo y no dejaban vivir en paz a nadie. Y ninguno de los guerreros se atrevía a acercarse a los gigantes. Si él, el forzudo matasiete, vencía a aquellos gigantes, le dejaría casarse con la princesa y le daría la mitad de su reino. Le dijo también que le prestaría cien soldados para que le acompañaran a luchar con los gigantes. 
El sastrecillo pensó: "Vaya, no me vendría nada mal casarme con una princesa y ser rey de medio reino; no todos los días se ofrecen a uno cosas así". 
Y dijo al rey:
- De acuerdo. Mataré a los gigantes. Y los cien soldados, te los quedas si quieres, que a mi no me hacen falta. El que mata siete de golpe puede matar a dos.
Salió el sastrecillo del palacio, y los cien soldados le siguieron a caballo; pero al llegar al bosque, el sastre les dijo:
- Quedaos aquí, porque yo quiero luchar solo con los gigantes.
Se metió en el bosque, y empezó a mirar a todos lados; de pronto vio a los dos gigantes, que estaban dormidos debajo de un árbol, y roncaban tan fuerte que las ramas del árbol subían y bajaban al aire de los ronquidos.
 El sastrecillo se llenó los bolsillos de piedras, trepó al árbol, se sentó en una rama que estaba encima de los gigantes, y empezó a tirar piedras sobre uno de ellos. Al cabo de un rato, el gigante se despertó, empujó a su compañero y le dijo:
- Oye, tú, ¿Por qué me has pegado?
- Tú estás soñando; yo ni siquiera te he tocado.
Volvieron a dormirse, el sastrecillo tiró piedras al otro gigante.
- ¡Eh! - gritó el gigante, sacudiendo a su compañero -. ¡Eh! ¿Qué haces? ¡Por qué me tiras piedras?
- ¿Yo? ¿Que yo te tiro piedras? ¡Estás loco!
Se pelearon un rato, y luego se volvieron a dormir. Y entonces, el sastrecillo tiró con fuerza la piedra más grande encima del primer gigante.
- ¡Esto ya es el colmo! - gritó el gigante, furioso; saltó sobre su amigo, y el otro gigante se dio un golpe contra el árbol, que por poco lo tumba; y entonces los dos gigantes agarraron unos troncos y empezaron a darse unos estacazos terribles por tan largo rato que al fin ambos cayeron muertos al suelo al mismo tiempo. Entonces el sastrecillo bajó de un sólo brinco. 
- Qué buena suerte- se dijo, - que no maltrataron el árbol en el que me encontraba sentado, si no hubiera tenido que saltar a otro como una ardilla, pero para eso nosotros los sastres somos ágiles. 
Sacó él su espada y dio un par de estocadas a cada uno de los gigantes en el pecho y caminó adonde estaban los caballeros y dijo: 
- ¡El trabajo está hecho; he dado a ambos el golpe final, aunque fue un trabajo muy duro! En su desesperación dañaron árboles, y se defendieron con ellos, pero todo eso no tiene sentido cuando se enfrentan con un hombre como yo, que mata siete de un golpe.-
- ¿Pero no esta usted herido?- preguntó un caballero. 
- No se preocupe en absoluto por eso - contestó el sastre, -ellos no tocaron un solo pelo de mi cabeza. 
Los caballeros no podían creerle e ingresaron al bosque donde encontraron a los gigantes muertos e inundados con su sangre y gran cantidad de árboles desparramados en el suelo.


El sastrecillo pidió al rey su recompensa, pero el rey arrepentido de su promesa buscó de nuevo como se deshacía del héroe. Y después de pensarlo le dijo: 
- Antes de que puedas recibir a mi hija y la mitad de mi reino, debes realizar una hazaña más heroica. En el bosque hay un unicornio que hace mucho daño, y debes de capturarlo.-
- Le temo mucho menos a un unicornio que a dos gigantes. ¡ quien puede matar siete de un golpe, puede también capturar un unicornio!-
Tomó una cuerda y un hacha, se encaminó al bosque, y de nuevo le pidió a los que lo acompañaban que esperaran afuera, y se interno en el bosque. El sastrecillo busco largo rato, y de pronto apareció el unicornio, que corrió directo hacia el sastre con su cuerno en posición de ataque. 
- Despacio, despacio. No debes hacerlo así tan rápido - dijo el sastrecillo, y se quedo quieto esperando que el animal estuviera más cerca. Entonces de un brinco trepó a un árbol. El unicornio corrió hacia el árbol con toda su fuerza y chocó su cuerno contra el árbol, el cuerno se clavó en el tronco tan profundamente que, por más que lo intentó, ya no pudo sacarlo y no pudo sacarlo de allí.  
-¡Ya cayó el pajarillo! -dijo el sastre. Y bajó del árbol, puso la soga alrededor del cuello del unicornio, y con el hacha cortó el cuerno y llevo a la bestia ante el rey.
El rey no quería aún cumplir su promesa, y le hizo una tercera demanda y le dijo:
- Antes de la boda, deberás capturar un jabalí salvaje que hace grandes estragos en el bosque. Los cazadores podrán ayudarte. 
-¡Claro que lo haré!- dijo el sastre, -¡eso es un juego de niños!-
El sastrecillo se interno solo en el bosque, dejando a los cazadores a la entrada,  con gran alegría de ellos, pues de tal modo los había recibido el feroz jabalí en otras ocasiones, que no les quedaban ganas de enfrentarse con el fiero animal nuevamente. 
Cuando el jabalí vio al sastre, corrió hacia él mostrando sus filosos colmillos, pero el ágil hombrecillo corrió hacia una capilla, y de un salto entró por una ventana y salió por otra. 
El jabalí entro por la puerta para perseguirlo, pero el sastre, dando la vuelta por fuera, cerró la puerta  y el furioso jabalí, que era demasiado grande para salir por una ventana, quedó allí atrapado. 
El sastrecillo llamó a los cazadores para que vieran al prisionero con sus propios ojos y luego, el héroe se presentó con el jabalí ante el rey.
El rey, se vio obligado a cumplir lo prometido, dándole a su hija y a la mitad de su reino. La boda se llevó a cabo con gran magnificencia y regocijo, y así el sastrecillo valiente se convirtió en un rey.  
Algún tiempo después, la joven reina oyó a su marido que hablaba en sueños y decía:
- "Muchacho, termina ese traje y arregla los pantalones, si no te golpearé las orejas con la regla de medir."-
Así, la joven se dio cuenta de la baja condición social de su esposo, y a la mañana siguiente fue a contarle aquello a su padre, y rogó que le ayudara a deshacerse de su marido, que no era más que un humilde sastre. 
El rey la confortó y le dijo:
- Deja la puerta de la habitación abierta esta noche, y mis sirvientes estarán afuera, y cuando él se haya dormido, ellos entrarán, lo amarrarán, y lo pondrán en un barco que lo llevará a tierras lejanas.-
Pero un escudero del rey, que había escuchado todo, y que apreciaba mucho al joven soberano, fue a informarle del complot. 
En la noche se fue a la cama con su esposa y cuando ella pensó que ya estaba bien dormido,  se levantó, abrió la puerta y se acostó de nuevo. El sastrecillo, que se hacía el dormido, comenzó a gritar en voz bien alta:
- Muchacho, termina ese traje y arregla los pantalones, si no te golpearé las orejas con la regla de medir. Ya maté a siete de un golpe, maté a dos gigantes, traje a un unicornio y capturé a un jabalí salvaje, y no temo a esos que están afuera de mi dormitorio.-
Cuando esos hombres oyeron al sastre hablando así, les sobrecogió un gran miedo, y corrieron como si un cazador los persiguiera, y nadie más se atrevió nunca a aventurarse en contra de él. 
Así, el sastrecillo fue rey hasta el fin de sus días.

FIN



























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