miércoles, 19 de octubre de 2016

Rúmpeles Tíjeles



HABÍA UN MOLINERO muy pobre que tenía una hija muy guapa. Un buen día, el molinero se encontró con el rey y le dijo para presumir:
- Tengo una hija que es un portento; se pone a hilar la paja; y la convierte en oro.
- Caramba, caramba - Dijo el rey - Tengo que ver ese portento. Tráeme mañana tu hija a palacio.
Llevaron a la niña al palacio y el rey la acompañó a un cuarto lleno de paja, le dio una rueca para hilar y le dijo:
- Anda, ponte a hilar; mañana por la mañana, toda esta paja tiene que estar convertida en oro. Y si no lo has conseguido, te mandaré a matar.
El rey cerró con llave el cuarto y se marchó. Y la pobre hija del molinero, que no sabía convertir la paja en oro, se quedó allí encerrada son saber que hacer. Estaba tan asustada, que se echó a llorar; y en esto se abrió la puerta y entró un enanito y dijo:
- Buenas tardes, molinera. ¿Por qué lloras así?
- Ay, ay, ay! ¡Tengo que convertir toda esta paja en oro, y no sé!
- ¿Qué me das, si me pongo a hilar y convierto la paja en oro?
- Te daré mi collar.
El enano tomó el collar, se sentó en la rueca y empezó a hilar. Y cuando llegó la mañana, toda la paja del cuarto la había convertido en madejas de oro.
Salió el sol y el rey entró en su cuarto; vio las madejas de oro y se puso contentísimo. Y, como le gustaba mucho tener oro, dijo a la hija del molinero que tenía que hilar más; la llevó a un cuarto lleno de paja y dijo:
- ¡Conviérteme en oro toda esta paja, o te mandaré a matar!
La molinerita se quedó encerrada y se echó a llorar. Y otra vez apareció el enanito y le dijo:
- ¿Qué me das, si me pongo yo a hilar?
- Te daré la sortija que llevo en el dedo.
El enano tomó la sortija, empezó a hilar y por la mañana, toda la paja del cuarto se había convertido en madejas de oro. El rey se puso muy contento, pero todavía quería más oro. Llevó a la  niña a una habitación mucho más grande, llena de paja, y dijo:
- Si consigues hilar toda esta paja durante la noche, me casaré contigo.
El rey pensaba "Aunque sea la hija de un molinero, no encontraré en el mundo una mujer más rica que esta".
La niña se quedó sola, y el enanito se presentó otra vez y le dijo:
- ¿Qué me das, si te hilo toda esta paja?
- Ya no tengo nada para darte.
- Pues prométeme una cosa: cuando seas reina, me darás tu primer hijo.
La niña pensó: "¡Quién sabe lo que va a pasar!" y, como no tenía más remedio, prometió al enano su primer hijo a cambio de que le hilara la paja.  Por la mañana, cuando entró el rey, todo aquel montón de paja había desaparecido, y en su lugar había muchas madejas de oro.
El rey se puso muy contento, se casó con la hija del molinero y la hizo reina.
Pasó un año, y les nació un niño. La reina ya se había olvidado del enano, pero el enano no se había olvidado de la promesa; se presentó en el cuarto de la reina y le dijo:
- Cumple lo prometido: dame tu hijo.
La reina se quedó espantada; prometió al enano todos los tesoros de su reino, pero el enano sólo quería llevarse al niño y decía:
- No quiero tesoros; quiero algo vivo. Eso vale mucho más para mi.
La madre se echó a llorar, no quería dar su hijito al enano, y estaba tan desesperada que el enano al fin se compadeció y dijo:
- Bueno, esperaré tres días. Si para entonces has adivinado cómo me llamo, te podrás quedar con el niño.
La reina se pasó toda la noche pensando nombres, recordó todos los nombres que había oído en su vida, y mando un criado por todo el país para enterarse de todos los nombres que había. Por la mañana, cuando el enano entró en el cuarto, la reina empezó a decir nombres y nombres, desde Melchor, Gaspar y Baltazar hasta todos los demás. Pero a cada nombre, el enano decía:
- No me llamo así.
El segundo día, la reina envió más criados a enterarse de los nombres más raros de la tierra, y cuando llegó el enano se los iba diciendo:
- ¿Te llamas, por casualidad, Costillar? ¿Te llamas Patoso? ¿Te llamas Patilargo?
Pero el enano decía siempre:
- No me llamo así, no me llamo así.
Al tercer día, el criado volvió al palacio y dijo a la reina:
- No he encontrado ya más nombres, pero he llegado a un bosque en las montañas, muy lejos de aquí. Había una casita, y delante de la casita, una hoguera: y un enano muy feo estaba saltando a la pata coja delante de la hoguera y canturreaba:

"Hoy hago pan, mañana cerveza,
pasado mañana tendré gran riqueza:
al hijo del rey me voy a traer,
porque me llamo Rúmpeles-Tíjeles,
y nadie en el mundo lo puede saber". 


¡Qué alegría le entró a la reina cuando oyó aquel nombre!
Volvió el enano, y preguntó con mucha guasa:
- ¿Cómo me llamo? ¿Cómo me llamo?
La reina dijo, con mucha guasa también:
- Me parece que te llamas Kunz...
- ¡Que no, que no!
- Pues te llamarás Hinz...
- ¡Que no, que no!
- Pues te llamas, te llamas.... ¡Rúmpeles-Tíjeles!
- ¡Trampa, trampa! ¡Te lo ha dicho el diablo!
El enano estaba furioso. El enano empezó a patalear de rabia, y de las patadas que dio, se le hundió un pie en el suelo. Y entonces agarró el otro pie y tiró con tanta fuerza, que se rajó el cuerpo por la mitad.

 FIN.

"Cuentos de Los Hermanos Grimm" - Ilustraciones de Janusz Grabianski.


sábado, 15 de octubre de 2016

Los Siete Cuervos


UN HOMBRE TENÍA SIETE HIJOS; estaba deseando tener una hija, y al fin nació una niña. Todos se alegraron mucho al verla, aunque era una niña tan chiquitina y débil, que la tuvieron que bautizar enseguida,  no se fuera a morir. El padre mandó a uno de sus hijos a una fuente a buscar agua para el bautizo; los otros seis hermanos salieron también corriendo hacia la fuente, porque todos querían llevar el agua, y, en el jaleo, tiraron a la fuente la jarra que les había dado el padre. Los siete chicos se quedaron allí sin saber que hacer; no se atrevían a volver a su casa. Y tanto tardaban, que el padre perdió la paciencia:
- ¡Atolondrados, cabezas de chorlito! ¡Y esta pobre niñita que se nos va a morir sin bautizar! ¡Qué chicos más desobedientes! ¡Así se vuelvan cuervos!
No había hecho más que decir aquello, cuando oyó un ruido de alas por el aire; miró hacia arriba y vio siete cuervos negrísimos  que volaban sobre su casa.    
Los padres se quedaron espantados al ver lo que les había pasado, pero ya no había nada que hacer; se tuvieron que consolar criando a la niña; que por fin no murió y se fue haciendo más  fuerte y más guapa cada día. La niña no sabía que había tenido siete hermanos, porque sus padres no querían contar la triste historia de los cuervos; pero un día, la gente que siempre habla de más, empezó a decir adelante de ella que, aunque era una niña muy bonita, por su culpa se habían vuelto cuervos sus siete hermanos.
La pobre niña se llevó un disgusto: preguntó a sus padres si era verdad lo de sus hermanos, y los padres tuvieron que contarle la historia; pero la tranquilizaron diciendo que ella no tenía la culpa, que Dios había permitido que ocurriera aquello. A pesar de todo, la niña se quedó muy triste desde aquel día, y no hacía más que pensar cómo podría salvar a sus hermanos: Un buen día, sin decir nada, se marchó de la casa para buscarlos.
Camino mucho: llegó muy lejos, hasta el fin del mundo. No llevaba más que una sortija como recuerdo de sus padres, un pan grande, un jarrito con agua y una sillita para sentarse si se cansaba. Y cuando llegó al fin del mundo siguió caminando hasta que llegó al sol. El sol era terrible, abrazador y devoraba a los niños pequeños. La niña se escapo de allí y llegó a la luna. Y la luna era terrible, era helada y malísima; en cuanto llegó la niña, la luna le dijo:
- ¡Huele a carne humana!
La niña echó a correr y llegó a las estrellas. Las estrellas eran buenas y cariñosas; las estrellas estaban sentadas cada una en su sillita, y al llegar la niña se pusieron muy contentas. El Lucero del Alba, se levantó y dio a la niña una patita de pollo y dijo:
- Guarda esta patita, porque sólo con ella podrás abrir la Montaña de Cristal donde viven tus hermanos.
La niña guardó la patita en un pañuelo y siguió andando. Caminó, caminó, hasta llegar a la Montaña de Cristal. La puerta estaba cerrada, y la niña desató su pañuelo para sacar la patita; pero en el pañuelo no había nada: La patita se había perdido. ¡Pobre niña! ya no sabía que hacer. ¡Con todo lo que había caminado para salvar a sus hermanos, y ahora no podía abrir la puerta de la Montaña de Cristal! Entonces, la buena hermana tomó un cuchillo y se cortó el dedo meñique, lo metió en la cerradura y abrió la puerta. Y, cuando entró, vio a un enanito que se acercó a ella y le preguntó:
- ¿Qué buscas, niña?
- Busco a mis hermanos, los siete cuervos.
- Tus hermanos han salido; pero si quieres esperarles, pasa.



El enano se puso a preparar la comida para los cuervos en siete platitos y siete copitas; y la hermana comió un poco de cada plato y bebió un poco de cada copa. Y en la última copa dejó caer la sortija de sus padres.
De repente se oyó el ruido de unos pájaros volando, y el enano dijo:
- Ya vienen los señores cuervos.
Los cuervos se acercaron a la mesa para comer y beber; y los siete dijeron:
- ¿Quién ha comido en mi platito? ¿Quién ha bebido en mi copita? Ha sido una boquita humana.
Y cuando el séptimo cuervo llegó al fondo de su copa, vio rodar la sortija, la reconoció y dijo:
- ¡Dios mío! ¡Si nuestra hermana hubiera venido aquí, estaríamos salvados!
La niña estaba escondida detrás de la puerta; al oír lo que decía el cuervo, salió y se acercó a la mesa.
Y, en aquel mismo momento, los cuervos se desencantaron y se convirtieron otra vez en niños. Todos se pusieron contentísimos, se besaron y se abrazaron y volvieron juntos y alegres a su casa.



FIN
"Cuentos de Los Hermanos Grimm" - Ilustraciones de Janusz Grabianski.

viernes, 14 de octubre de 2016

Juanito y Margarita

AL LADO DE UN BOSQUE grande vivía un leñador muy pobre con su mujer y dos hijos. El niño se llamaba Juanito y la niña Margarita. El padre era tan pobre que apenas tenía para darles de comer; y una vez, todo el país se quedó pobre y el leñador no podía dar a sus hijos ni un poco de pan; pasó toda la noche dando vueltas en la cama, pensando: "Dios mío, ¡Qué voy a hacer, qué voy a hacer...! ¡Ni siquiera puedo darle pan a los niños!
Y su mujer, que no era la madre de los niños, sino la madrastra, le dijo:
- Mira, vamos a hacer una cosa: mañana llevaremos los niños al bosque, bien adentro. Les encenderemos una hoguera, les daremos a cada uno un pedacito de pan que nos queda, y luego nos marcharemos a trabajar y los dejaremos allí solos.
- No, no, mujer. ¿Cómo vamos a hacer eso? Yo no dejo a mis niños solos en el bosque. Podrían comérselos las fieras. 
- Pues nos moriremos los cuatro de hambre, tonto. Ya puedes ir preparando unas tablas para hacernos ataúdes.
La mujer repetía lo mismo y no dejaba en paz al hombre; y por fin le convenció, aunque a él le daba mucha pena dejar en el bosque a sus hijos.
Pero los niños, que estaban despiertos porque no podían dormirse del hambre que tenían, oyeron lo que decía la madrastra, y Margarita se echó a llorar y dijo a Juanito:
- ¡Mira lo que van a hacer con nosotros! ¡Nos comerán las fieras!
- Calla, Margarita - Dijo su hermano - Calla, no llores así. Yo sabré arreglármelas.
Y en cuanto el padre y la madrastra se quedaron dormidos, Juanito se levantó de la cama, se vistió y salió de la casa. Había luna llena, y las piedrecitas blancas del camino que brillaban como monedas de plata. Juanito se agachó y empezó a guardarse en los bolsillos todas las piedrecitas que pudo, y luego volvió a su cuarto y dijo a Margarita:
- Ya está, hermana; no llores ya más y duérmete. Dios no nos abandonará.
Y al día siguiente, antes de salir el sol, la madrastra fue a despertar a los niños.
- ¡Arriba, perezosos! ¡A levantarse! ¡Vamos al bosque a recoger leña!
Dio a cada uno un pedacito de pan y les dijo:
- Esto es para la comida; no os lo comáis antes de tiempo porque no hay más.
Margarita se metió el pan debajo del delantal, porque Juanito tenía los bolsillos llenos de piedrecitas; todos se fueron al bosque.
Y Juanito se paraba a cada momento y miraba a la casa, hasta que su padre le dijo:
- Juanito, ¿Qué haces todo el tiempo, mirando para atrás? ¡Anda, date prisa!
- Padre, estoy mirando a mi gatito blanco, que está en el tejado diciéndome adiós.
La madrastra dijo:
- ¡Tonto, más que tonto! Eso no es tu gato, sino el sol que da ya en la chimenea.
Pero Juanito no miraba el gato; se volvía para tirar con disimulo una piedra, y luego otra, y otra, para señalar el camino. Cuando llegaron al centro del bosque, el padre dijo:
- Niños, id recogiendo leña, y yo os encenderé una hoguera para que no tengáis frío.
Juanito y Margarita reunieron muchas ramitas secas; encendieron la hoguera, y cuando ya ardía bien, la madrastra dijo:
- Acercaos al fuego, pequeños; descansad ahora, que nosotros nos vamos a cortar unos árboles por el bosque. En cuanto terminemos, volveremos a buscaros.




Los hermanos se sentaron junto a la hoguera; al mediodía comieron el pan. Oían golpes de hacha y creían que su padre andaba cerca; pero lo que se oía no eran hachazos, sino una rama seca que el padre había atado a un árbol, y el viento la hacía chocar con el tronco. Los niños se quedaron allí mucho tiempo, y al fin se durmieron porque estaban cansados. Era ya muy de noche cuando se despertaron. Margarita empezó a llorar:



 - ¡Ay, ay! ¿Cómo vamos a salir del bosque?
- No llores, hermana, espera un poco, y en cuanto salga la luna encontraremos el camino.
La luna salió. Juanito dio la mano a su hermana, y fue siguiendo el camino de las piedrecitas que había ido echando al suelo por la mañana. Estuvieron caminando toda la noche, y llegaron a su casa cuando estaba amaneciendo. 

Llamaron a la puerta; 
y la madrastra abrió, y al verlos, gritó:
- ¡Qué niños! ¡Habráse visto! ¡Toda la noche dormidos en el bosque, y vuestro padre y yo sin saber donde estabais! ¡Vaya susto que nos habéis dado!


Pero el padre se puso muy contento al verlos, porque estaba muy triste por haberlos abandonado.
Pasó algún tiempo, y el país volvió a quedarse muy pobre. Y una noche, los niños oyeron otra vez que la madrastra decía:
- Ya nos hemos vuelto a quedar sin comida; solo nos queda medio pan, y luego, nada. Tenemos que abandonar a los niños. Esta vez los llevaremos más adentro en el bosque, para que no sepa volver. No hay más remedio, si no queremos morirnos todos de hambre.
Al padre le daba mucha pena abandonar a sus hijos, pero la madrastra no le hacía caso, porque en el fondo no quería nada a los hijos del leñador.
Era muy mala, y el pobre hombre no sabía llevarle la contraria. Pero los niños estaban despiertos como la otra vez, y lo oyeron todo; pero cuando el leñador y la  mujer se durmieron, Juanito se levantó para recoger piedras del camino, pero la madrastra había dejado cerrada la puerta con llave y no pudo salir de la casa; y Margarita lloraba sin parar.
- No llores así, hermana; duerme y no llores más, que Dios nos ayudará.
A la mañana siguiente, la madrastra los despertó y les dio un pedacito de pan a cada uno, un pedacito más pequeño que la otra vez. Y cuando iban por el bosque, Juanito partía su pan en miguitas y de vez en cuando se volvía y echaba una miguita al suelo. Su padre le dijo:
- Hijo, ¿Por qué te vuelves a cada paso? ¡Anda, de prisa!
- Es que estoy mirando mi palomita, que me dice adiós desde el tejado.
- ¡Este niño es tonto! - dijo la madrastra - No es la palomita, sino el sol que ya da en la chimenea.
Pero Juanito ya lo sabía; lo que quería era marcar el camino con migas de pan.
La mujer llevó a los niños a lo más profundo del bosque, donde no habían estado nunca. Encendieron una hoguera bien grande, y la mujer dijo:
- Niños, quedaos aquí sentaos; si os cansáis, dormid un poco. Nosotros nos vamos a cortar leña, y por la noche os recogeremos.
Al mediodía, Margarita repartió su pan con su hermano, porque él había gastado su pedazo en echar miguitas por el camini. Luego se echaron a dormir y llegó la noche, pero el leñador y la mujer no fueron a buscarlos. Los niños despertaron ya muy de noche; Margarita se echó a llorar, pero Juanito la consoló diciendo:
- Espera a que salga la luna; entonces veremos las miguitas de pan y podremos volver a casa.
La luna salió. Los niños quisieron volver a su casa, pero no pudieron ver las migas de pan, porque se las habían llevado los pájaros del bosque. Juanito dijo a su hermana:
- No te asustes; ya encontraremos el camino.
Pero no encontraban el camino. Estuvieron andando toda la noche y todo el día siguiente, y no podían salir del bosque. Tenían mucho hambre, y comían algunas frambuesas y grosellas pero con eso no se les quitaba el hambre. Estaban ya tan cansados, que se echaron a dormir. Y al tercer día siguieron andando, y cada vez se perdían más en el bosque. Iban a morirse de hambre si no los encontraba alguien. A mediodía, vieron un pájaro blanco en la rama de un árbol; era un pájaro precioso y cantaba muy bien. De pronto dejó de cantar, abrió las alas y echó a volar, y los niños lo siguieron. Y en ésto, llegaron a una casita, y el pájaro se poso en el tejado. Los niños se acercaron y vieron que la casita era de pan y bizcocho, y las ventanas de azúcar.
- ¡Mira, Margarita! - Gritó Juanito - ¡Ahora si que vamos a comer a gusto! ¡Voy a dar un mordisco al tejado, y tú puedes probar las ventanas, que son dulces!
Juanito se subió al tejado y dio un mordisco, para probar; Margarita empezó a comerse los cristales de azúcar de la ventana. Y en aquel momento oyeron una vocecita dentro de la casa:

"Oigo ruido de dientecitos.
¿Quién se come mi tejadito?"

Los niños contestaron:

"Es el viento desatado
que se lleva tu tejado"

Y siguieron comiendo, sin preocuparse. A Juanito le estaba gustando mucho el sabor del tejado y arrancó un gran pedazo. Y Margarita sacó un cristal entero y se sentó a comérselo. 


Y de pronto, la puerta de la casita se abrió y apareció una mujer viejísima, apoyada en un bastón. Juanito y Margarita se asustaron tanto, que dejaron caer las golosinas que habían recogido; pero la vieja empezó a mover la cabeza, y dijo:
- ¡Ay, que niños más monos! ¿Quién los ha traído aquí? Entrad a mi casita y quedaos conmigo, que no os pasará nada malo.
Les dio la mano, los metió en la casa y les sacó una comida muy buena: leche, bollos, manzanas y nueces. Después les preparó dos camas con sábanas bien blancas, y los niños se acostaron contentísimos.
Aquella vieja se las echaba de buena, pero era una bruja malísima, que había hecho su casa de golosinas para que los niños se acercaran y cuando llegaba allí algún niño, lo encerraba, lo mataba y se lo comía asado. Los niños asados le gustaban mucho. Las brujas tienen los ojos colorados y son cortas de vista: pero tienen la nariz muy fina, como los animales, y huelen a las personas a mucha distancia.
En cuanto notó que se acercaban Juanito y Margarita, se echó a reír y dijo:
- ¡Ya los tengo! ¡No se escaparán!
Se levantó muy temprano, antes que los niños se despertaran, y se los quedó mirando; se fijó en sus carrrillitos colorados y pensó: "¡Ja, ja! ¡Menudo banquete me voy a dar con estos dos!"
Entonces agarró a Juanito y lo llevó a un corral y lo encerró detrás de una reja; Juanito chilló como un loco, pero no le sirvió de nada.
Luego fue la bruja a buscar a Margarita y la despertó sacudiéndola y gritando:
- ¡Arriba, perezosa! ¡Ahora mismo, ve a buscar agua y a prepararle una buena comida a tu hermano, para que engorde mucho y me lo pueda comer!
Margarita echó a llorar, pero no le sirvió de nada; tenía que obedecer a la bruja. Y al pobre Juanito le hacían  comer todo lo que le llevaban, para que engordase; y a Margarita no le daba más que las cáscaras de cangrejo.

La bruja, iba todas las mañanas al corral y decía:
- Juanito, saca el dedo. Quiero ver si ya estás gordito.
Pero Juanito, que no era tonto, en vez de sacar un dedo sacaba un huecesito;  y la bruja, que veía muy mal, creía que era el dedo del niño y le extrañaba mucho que no engordara con todo lo que comía.
Pasaron cuatro semanas, y como Juanito no engordaba, la bruja perdió la paciencia y dijo a Margarita:
- ¡Hala, tráeme agua! Gordo o flaco, voy a matarlo y a comérmelo.
¡Cómo lloro Margarita al llevar el agua para guisar a su hermano! no hacía más que rezar.
- ¡Dios mío, ayúdanos! ¡Hubiera sido mejor que nos comieran las fieras en el bosque a los dos juntos!
- ¡Basta de lloriqueos! - Gritó la bruja - ¡No te servirán de nada!





Por la mañana, muy temprano, Margarita tuvo que encender el fuego y poner encima una olla con agua. La bruja dijo:
- Vamos a hacer pan primero. He encendido el horno y tengo preparada la masa.
Llevó a la niña al horno del pan, donde había ya unas llamas muy grandes.
- Asómate, para ver si está bastante caliente.
Lo que quería la bruja, era meter a Margarita dentro del horno para asarla y comérsela también; pero Margarita tampoco era tonta y dijo:
- No sé cómo entrar ahí en el horno.
- ¡Tonta, más que tonta! la puerta del horno es bastante grande, mira.



Y metió la cabeza por la boca del horno, para que la niña aprendiera. Pero entonces, Margarita le dio un empujón a la bruja, la metió dentro del horno y cerró la puerta. ¡Cómo gritaba la bruja dentro del horno! Daba unos chillidos horribles. Pero Margarita no hizo caso y corrió a buscar  a su hermano, abrió el corral y le dijo:
- ¡Estamos salvados! ¡La bruja ya se ha muerto!
Juanito salió del corral como un pájaro al que le abren la jaula. ¡Qué alegría les entró a los dos! se dieron besos y abrazos, saltaron y bailaron. Y como ya no tenían miedo, entraron en la casa de la bruja y encontraron perlas y brillantes en todos los rincones.
- Esto es mejor que las piedrecitas que yo recogía  - Dijo Juanito; se lleno los bolsillos de piedras preciosas, y Margarita dijo:
- Yo también quiero llevarme algo a casa.
Ató en su delantal aquellos tesoros, y entonces, Juanito dijo:
- Será mejor que nos marchemos enseguida. Estoy deseando salir del bosque de la bruja.
Caminaron unas cuantas horas y llegaron a un río muy grande.
- No podemos pasar - Dijo Juanito - No veo ni puentes ni barcas.
- Pero por allí va nadando un pato blanco. A lo mejor nos pasa el rio, si se lo pido - Dijo Margarita.
Y empezó a cantar:

" Pato, patito, No hay barca ni puente
pásanos el río que tenemos frío"  

El patito se acercó enseguida a la orilla, y Juanito se montó encima de él y dijo a su hermana que montara detrás.
- No, que el patito no podrá con los dos; que te lleve a ti primero y luego vuelva por mi. 
Así lo hizo el patito; y cuando los dos hermanos estuvieron en la otra orilla y se metieron otra vez en el bosque, reconocieron los caminos que llevaban a su casa. Entonces echaron a correr, entraron en la casa como torbellinos y se echaron en brazos de su padre. Y el pobre leñador, que había estado tan triste todo aquel tiempo, lloraba de alegría. La Madrastra se había muerto ya, y todos  se pusieron muy contentos. Margarita desató su delantal, y todas las perlas y brillantes que llevaba salieron rodando por el cuarto; Juanito empezó a tirar al aire puñados de perlas. Todas sus penas se habían terminado ya. Desde aquel día, vivieron felices los tres juntos.-

     

FIN

"Cuentos de Los Hermanos Grimm" - Ilustraciones de Janusz Grabianski.

  





La Bella Durmiente del Bosque

HACE MUCHO TIEMPO, había un rey y una reina. Y todos los días decían:
- ¡Cómo nos gustaría tener un hijo!
Y un día, la reina se estaba bañando en un rio, y de pronto salió del agua una rana y le dijo:
- Se cumplirá lo que deseas. Antes de un año, tendrás una hija.
Y así ocurrió: los reyes tuvieron una niña tan bonita, que estaban locos de alegría. Dieron una fiesta preciosa, y entre los invitados estaban todos sus parientes, sus amigos y toda la gente que conocían, y además las hadas. Las habían invitado para que hicieran regalos maravillosos a la niña. Eran trece las hadas de aquel reino; pero los reyes no tenían más que doce platos de oro para servirles la coida, y por eso no invitaron a la fiesta más que a doce hadas.


Fue una fiesta magnífica, y al final, las hadas dieron sus regalos a la niña: un hada le dio la bondad; otra la belleza; otra la riqueza. Así fueron todas las hadas regalando a la niña las mejores cosas de este mundo.
Ya habían pasado once hadas junto a la cuna de la niña, y sólo faltaba una. Pero en aquel momento, entró el hada a la que no habían invitado: estaba muy enfadada y quería vengarse. Y, sin saludar ni mirar a nadie, se acercó a la niñita y gritó:
-¡Cuando esta niña cumpla quince años, se pinchará con un huso y morirá!
En cuanto dijo aquello, se marchó corriendo el hada mala. Todos los que estaban en la fiesta se quedaron muy asustados. Entonces, el hada numero doce, que todavía no había concedido nada a la niña, quiso hacer algo para quitar el mal hechizo, y dijo:
- No, no se morirá esta niña a los quince años, sólo se quedará dormida y estará durmiendo cien años.
Pasó el tiempo; el rey, para proteger a su niña del hechizo del hada mala, mandó a que quemaran todos los husos del reino. Mientras tanto, la niña iba creciendo con todas las cosas buenas que le habían concedido las hadas: era muy guapa, muy buena, muy lista, y todo el mundo la quería mucho.



El día que cumplió quince años, el rey y la reina estaban de viaje, y la niña se quedó sola.  Empezó a recorrer todo el castillo, y se metió por los cuartos que no conocía y por todas las torres: llegó a una torre muy antigua, subió por una escalerilla y al final vio una puerta pequeña; en la cerradura había una llave y la niña abrió. Entonces vio un cuartito, donde estaba una mujer muy viejecita que hilaba lino con un huso.
- Buenos días, abuela - Dijo la princesita - ¿Qué estás haciendo?
- Estoy hilando - Dijo la vieja.
- Y  eso que da vueltas ¿Qué es?
La niña no había visto nunca hilar a nadie, y tomó el huso de la vieja para verlo bien; pero cuando lo tocó, se pincho un dedo y se cayó sobre la cama que había en el cuarto, y se quedó dormida.
Y, en aquel momento, todos los del castillo se quedaron también dormidos: el rey y la reina, que acababan de entrar, se quedaron dormidos en e salón del trono y todos los de la corte se durmieron de repente también. Y los caballos se durmieron en la cuadra, y los perros se durmieron en el patio, las palomas en el tejado y las moscas en la pared. Y hasta el fuego se durmió en la chimenea; y el cocinero que iba a tirar las orejas de un pinche por alguna travesura, soltó al chico, y los dos se quedaron dormidos. Y el viento se durmió, y las hojas de los árboles se quedaron quietas...



Y entonces, alrededor del castillo empezó a crecer un muro de zarzas; creció y creció, cada año un poco más, hasta que cubrió todo el castillo y no se veía la bandera de la torre más alta. Y aquellas zarzas daban rositas silvestres, y por todo el país se contaba la historia de la hermosa hija del rey, que estaba dormida con sus padres y toda su corte en un castillo escondido entre las zarzas. De vez en cuando, llegaba a aquella tierra un príncipe que quería pasar entre las zarzas para ver el castillo encantado; pero las zarzas enredaban al que se acercaba, y no lo soltaban más.
Pasaron muchos años,  y llegó a aquella tierra un príncipe que oyó contar a un viejecito la historia del muro de zarzas y del castillo encantado, donde dormía una princesa muy bonita con toda su corte, el viejo le  contó también que muchos príncipes habían llegado allí y habían querido pasar por las zarzas, pero se habían enredado y se habían muerto. Al oír aquello, dijo el príncipe:
-Yo no tengo miedo. Iré a ver a la princesa dormida.
El viejo le dijo que no debía ir, pero el príncipe no hizo caso. Y resultó que aquel día se cumplieron cien años del sueño de la princesa, y era el día en que tenía que despertar. Y cuando el príncipe llegó al muro de zarzas, todas las zarzas estaban llenas de flores, y se abrieron para dejarle pasar, y luego se cerraron en cuanto él pasó. Entró en el patio del castillo y vio a los caballos y a los perros tumbados, durmiendo; y vio a las palomas durmiendo sobre el tejado, con la cabeza debajo del ala; vio las moscas dormidas en la pared, y al cocinero dormido con el brazo levantado para pegarle al pinche, y a una criada sentada y dormida a medio desplumar un pollo. Siguió andando por el castillo, y vio el salón del trono del rey y la reina dormidos con toda su corte. Y no se escuchaba nada en todo el castillo porque todos dormían.



El príncipe recorrió todos los cuartos y llegó a la torre donde estaba la princesita dormida. La vio allí echada sobre la cama; y era tan bonita, que el príncipe no se cansaba de mirarla. Entonces se acercó y le dio un beso.
Y en aquel momento, la princesa abrió los ojos, y se quedó mirando al príncipe; luego bajó con él, y el rey y la reina se despertaron con todos los de la corte, los caballos se levantaron y los perros se estiraron y se sacudieron; las palomas del tejado sacaron la cabeza de debajo del ala, miraron a su alrededor y echaron a volar; las moscas empezaron a andar otra vez en la pared; el fuego saltó en las chimeneas; y la comida volvió a cocer en los pucheros; el cocinero, que tenía el brazo levantado, le dio al pinche una bofetada; el pinche se puso a llorar, la criada siguió desplumando al pollo como si no hubiera pasado nada, y la princesita dijo que quería casarse con aquel príncipe y celebraron la boda con una fiesta espléndida. Desde entonces vivieron felices.-



 FIN.


jueves, 13 de octubre de 2016

La Mesa Mágica, el Burro de Oro y El Palo Brincador

HACE MUCHO TIEMPO vivía un sastre que tenía tres hijos y una sola cabra. La cabra daba leche para toda la familia, y los hijos del sastre se turnaban para sacarla a pastar. El Hijo mayor la llevó un día al cementerio, donde crecía buena hierba; la cabra se pasó las horas comiendo y saltando. Por la noche, el chico le preguntó:
- Cabra, ¿Has comido bastante?
y la cabra contestó:

"¡Uf! mira mi barriguita,
no me cabe ni una hojita, 
¡be, beeee!"

- Muy Bien, pues vamos a casa - Dijo el chico; agarro la cuerda de la cabra y la llevó a la cuadra y la ató bien. 



El sastre preguntó a su hijo:
- Qué, ¿A comido bien la cabra?
- ¡Ya lo creo! No le cabe ni una hojita más.
Pero el padre quería convencerse y fue a la cuadra, acarició a su cabra querida y le preguntó:
- Cabrita, ¿Has comido bastante?
y la cabra contestó:

"¡Ay! ¡No he comido ni una hojita!
Todo el día entre las tumbas,
muerta de hambre... Ay, pobrecita;
ay, pobre de mi, ¡bee, beee!"

- ¡Cómo! ¿No has comido nada? - Gritó el sastre, muy enfadado, salió corriendo y dijo a su hijo -: ¡Embustero! ¿De modo que la cabra ya no podía comer más? ¡Está hambrienta, la pobre!
Estaba tan enfadado, que dio una paliza al chico y lo echó de su casa.
Al día siguiente le tocaba al hijo segundo llevar a la cabra al campo; la llevó al huerto, a un sitio donde crecían muchas hierbas, y la cabra no paró de comer. Por la noche, el chico le preguntó:
- Cabrita, ¿Has comido ya bastante?
Y la cabra contestó:

"¡Uf! mira mi barriguita,
no me cabe ni una hojita, 
¡be, beeee!"

- Bueno,  pues entonces vayámonos a casa.
Tiró de la cuerda y llevó la cabra a la cuadra; el padre le preguntó:
- Qué, ¿Ha comido bien hoy la cabra?
- ¡Ya lo creo! Dice que no puede comer ni una hojita más.
Pero el padre fue a la cuadra y le preguntó a la cabra:
- Cabrita, hija mía, ¿Has comido bien?
La cabra contestó:
  
 "¡Ay! ¡No he comido ni una hojita!
Todo el día entre los surcos,
muerta de hambre... Ay, pobrecita;
ay, pobre de mi, ¡bee, beee!"


- ¡Es inútil! ¡Ese estúpido! ¡Mira que dejar pasar hambre a una cabra tan buenísima!
Salió corriendo de la cuadra y dijo a su hijo:
- ¡Estúpido! ¿Que la cabra estaba ya satisfecha? ¡Está muerta de hambre! - Estaba tan enojado que le dio una paliza a su hijo y lo echó de su casa.
Al otro día, le tocó al pequeño llevar al campo a la cabra. Se decidió a llevarla al campo, donde crece la hierba verde y tierna. Cuando llegaron, la cabra no paraba de comer, y por la noche el chico le preguntó:
- Cabrita, querida,  ¿Has comido ya suficiente?
Y la cabra contestó:

"¡Uf! mira mi barriguita,
no me cabe ni una hojita, 
¡be, beeee!"

- ¡Perfecto! pues vayamos a casa entonces.
Y al llegar a la cuadra, la ató y le dijo a su padre que la cabra ya había comido lo suficiente. 
El padre, sin embargo, fue a la cuadra y le preguntó a la cabra: 
- Cabrita, hija mía, ¿Has comido bien hoy?
La cabra contestó:


 "¡Ay! ¡No he comido ni una hojita!
Todo el día entre los campos,
muerta de hambre... Ay, pobrecita;
ay, pobre de mi, ¡bee, beee!"

- ¡Esto es el colmo! ¿Cómo no has comido nada? - Dijo el hombre, enfadado. Retó a su hijo, le dio una paliza y como a los otros, también lo echo de la casa, y se quedó solo con su cabra.
Mientras tanto, el hijo mayor se había encontrado con un carpintero que le enseño el oficio. El muchacho había aprendido muy bien su trabajo; pero un día decidió ir a conocer el mundo. Se despidió de su maestro, y como había sido muy bueno, en recompensa, aquel hombre le regaló una pequeña mesita mágica, que cuando a ponían en el suelo y le decían: "¡Mesita, cúbrete!", la mesita  se cubría con un mantel blanco, y aparecían encima del mantel, un plato, cuchillo y tenedor, y un montón de fuentes con comida riquísima, y un gran vaso de vino tinto del mejor. El chico pensó: "Con ésto me basta para toda la vida", y se fue por el mundo, contento como unas pascuas; ya no tenía que preocuparse si en las posadas daban de comer bien o mal. En cuanto tenía hambre, decía: "¡Mesita, cúbrete!" y en la mesa aparecía lo que a él más le gustaba.
Pasó el tiempo, y al muchacho le entraron ganas de volver a la casa de su padre. Pensaba que al sastre se le había pasado en enfado y que le recibiría bien al ver la mesita mágica.
Iba ya a su casa, cuando una noche llegó a una posada que estaba llena de gente: le invitaron a cenar, pero él dijo: 
- Muchas gracias, pero voy a invitaros yo.
Los que estaban en la posada se echaron a reír, pensando que aquel chico pobre se estaba burlando de ellos; pero el carpintero puso su mesita en medio del comedor, y dijo: "¡Mesita, cúbrete!" 
Y de repente, la mesa se cubrió con un mantel blanco, y aparecieron sobre el mantel fuentes llenas de comida tan rica, que el posadero no salía de su asombro; el olorcillo de aquellos platos les abrió el apetito a todos los huéspedes. 
- ¡Coman, amigos! dijo el carpinterito. Se alegraron mucho, y todos se sentaron a comer. Estaban asombrados al ver que, en cuanto una fuente se terminaba, aparecía otra llena.
El dueño de la posada estaba callado en un rincón, pero pensaba: "vaya, un cocinero así me vendría estupendamente".
El  carpinterito y sus amigos, estuvieron comiendo y bebiendo hasta la noche, y ya tarde se fueron a dormir; el carpintero dejó su mesita mágica arrimada a la pared. Y el posadero, piensa que te piensa, recordó que tenía en la buhardilla una muy parecida a aquella, y el muy pillo, cuando todos dormían, subió despacito, sacó su mesita vieja y la cambió por la del carpintero.


A la mañana siguiente, el carpintero pagó la posada, tomo la mesita, se la echó a la espalda sin pensar que se la habían cambiado, y siguió andando hacia su casa. Llegó al mediodía, y su padre lo recibió con mucho cariño y le preguntó:
- ¿Qué has aprendido en todo este tiempo, hijo mío?
- Me he hecho carpintero, padre.
- Buen oficio, bueno. Y, ¿Qué has traído de tu viaje?
- Padre, lo mejor que he traído es esta mesita.
El padre dio unas cuantas vueltas mirando la mesita, y al fin dijo:
- No es gran cosa esta mesita, francamente. Esta bastante vieja y es muy fea.
- Pero es una mesita mágica - Dijo el hijo. - Cuando la pongo en el suelo y digo: "¡Mesita cúbrete!" aparecen encima de ella las cosas más ricas del mundo. Ya verás; invita a todos nuestros parientes y amigos, y les daremos el mejor banquete de su vida.
El padre llamó a toda aquella gente, entonces el chico puso la mesa en mitad de la habitación y dijo:
- ¡Mesita cúbrete!
¡Qué desilusión! la mesa se quedó como estaba. El pobre carpinterito comprendió que le habían robado la mesa mágica, y se avergonzó mucho al ver que todos creían que les había engañado.  Los parientes y amigos se volvieron a sus casas con el estómago vacío; el sastre se quedó muy callado y volvió a coser sus trajes, y el chico se colocó de carpintero con uno del pueblo.
El segundo hijo había ido a un molino a trabajar de ayudante del molinero. Cuando aprendió bien el oficio, le dijo su maestro:
- Te has portado  muy bien, y te voy a regalar un burro muy especial: ni tira del carro, ni lleva sacos a cuestas.
- ¿Para qué sirve ese burro, entonces? - Preguntó el chico.
- Este burro...¡Escupe oro! Tú pones un trapo en el suelo, y le dices: "¡Brikibrit!", y el burro empezará a echar monedas de oro por delante y por detrás.
- ¡Caramba, eso sí que está bien! - Dijo el chico - ¡Muchas gracias, maestro!
Y se marcho por el mundo con su burro encantado. Cuando necesitaba dinero, no tenía más que decir al burro: "¡Brikibrit!" y con bajarse a recoger del suelo las monedas de oro, ya estaba. 
Se daba la gran vida, con todo aquel dinero. Y cuando ya llevaba mucho tiempo recorriendo el mundo, se cansó y dijo:
- Voy a ir a ver a mi padre; seguro que se le habrá pasado el  enfado, y cuando vea este burro maravilloso, se alegrará.
Dio la casualidad de que llegó a la misma posada donde había estado su hermano carpintero. El dueño de la posada quiso meter el burro en la cuadra, pero el chico le dijo:
- Gracias, pero mi burro no lo toca nadie más que yo; y no quiso perderlo de vista. 
El posadero pensó que aquel chico era muy pobre, acostumbrado a cuidar él mismo a su borrico; así que se sorprendió mucho cuando el chico le dio un par de monedas de oro y le encargó que le diera de comer lo mejor que tuviera; después de comer, al ir a pagar, no tenía en el bolsillo más monedas, y dijo al posadero:
- Espere un momento, que voy a buscar más dinero.  
Tomó el mantel de la mesa y se fue a la cuadra; el posadero estaba muy intrigado, le siguió y al ver que el chico se encerraba en la cuadra con cerrojo, se puso a mirar por un agujero. Y entonces vio que el muchacho ponía un mantel en el suelo, al burro encima, y decía: "¡Brikibrit!"... y el burro empezaba a echar monedas por delante y por detrás.
- ¡Madre mía! ¡Qué manera de ganar dinero!  ¡Así da gusto! - dijo el posadero, maravillado.
El molinerito se fue a acostar; y el posadero en cuanto pudo, bajó a la cuadra y cambió al burro por uno corriente. A la mañana siguiente, el molinero se levantó, sacó al burro de la cuadra y se marchó a casa de su padre. Llegó al mediodía, y el padre lo recibió muy contento.


- ¿Qué has hecho todo este tiempo, hijo mío?
- Me he hecho molinero, padre.
- ¿Has traído algo de tu viaje?
- No he traído más que un burro.
- Hombre, burros hay aquí bastantes. Me hubiera gustado más una cabra.
- Lo comprendo, padre, pero éste no es un burro corriente; este burro está lleno de oro. No tengo más que decir: "¡Brikibrit"! y me llena un paño de monedas de oro. Anda, trae a nuestros parientes, que les voy a hacer ricos a todos.
- Vaya, eso me gusta; ya estoy cansado de coser y coser. Me gustaría ser rico de una vez - Dijo el padre, y llamó a todos sus parientes.
Cuando llegaron a la casa, el molinerito colocó en el suelo un paño grande y puso encima al burro. Entonces dijo:
- "¡Brikibrit!"
¡Señor, qué apuro! El burro, que era un animal muy corriente, hizo lo que hacen los burros y los animales corrientes, y manchó mucho el paño. ¡Qué vergüenza pasó el molinerito! comprendió que le habían cambiado el burro, y pidió perdón a sus parientes que se marcharon tan pobres como habían llegado.
El viejo sastre tuvo que seguir cosiendo y cosiendo, y el chico se colocó de ayudante de un molino.
El tercer hermano había ido a la casa de un tornero; ser tornero no es fácil, y estuvo mucho tiempo aprendiendo el oficio. Sus hermanos le escribieron contándoles lo que les habían hecho en la posada, para que no lo engañasen a él también. Cuando el chico termino de aprender bien el oficio, su maestro que estaba contento con él, le regalo un saco y le dijo:
- Aquí dentro del saco hay un palo.
- Maestro, gracias por el saco, que me puede servir para algo; pero, ¿Qué quiere que haga yo con el palo? 
- Verás, es un palo maravilloso. Si alguien quiere pegarte, no tienes más que decir: "¡Palo, afuera!" y el palo saldrá del saco y empezará a dar una paliza a la gente. No parará hasta que le digas: "¡Palo, adentro!".
El chico dio las gracias, se echó el saco a la espalda y se fue a correr el mundo. Si alguien se acercaba con malas intenciones, el chico gritaba: "¡Palo, afuera"!, y el palo zurraba la badana a su enemigo, hasta que el chico le mandaba a volver al saco. 



Una noche, llegó el tornerito a la posada donde habían estado sus hermanos. Dejó su saco sobre la mesa y empezó a contar todo lo que había visto por el mundo. 
- En este mundo se ven muchas maravillas: hay mesas encantadas, burros que escupen oro, cosas fantásticas. Pero nada se puede comparar con un tesoro que he ganado yo, y que llevo en mi saco. 
El posadero, se puso a escuchar con mucho interés. ¿Qué sería aquel tesoro? A lo mejor el saco estaba lleno de piedras preciosas; el ladrón del posadero ya estaba pensando cómo quitárselas.
El tornerito tenía sueño, se tumbó sobre el banco y se puso el saco de almohada, el posadero cuando creyó que el chico estaba dormido, empezó a tirar despacito, para cambiárselo por otro saco. El chico que estaba esperando aquel momento, gritó de pronto: 
¡Palo, afuera!
Y el palo salió del saco, y empezó a dar una paliza al posadero, que le dejó hecho un  pelele. El posadero gritaba:
- ¡Perdón, perdón!


Y cuanto más gritaba, más le  pegaba el palo. Por fin el hombre se cayó al suelo, y el chico le dijo:
- Si no me das la mesita mágica y el burro de oro, el palo e seguirá pegando.
- ¡Que no me pegue más, por favor! ¡Te daré todo lo que me pidas!
- Bueno, te perdonaré, pero cuidado con engañarme a mi. ¡Palo, adentro!
El palo se metió dentro del saco, y el posadero respiró tranquilo.
A la mañana siguiente, el tornerito salió de la posada: llevaba la mesita mágica de su hermano mayor, y el burro de oro de su segundo hermano.


Al llegar a su casa, el sastre se alegró muchísimo. y le preguntó qué había hecho por el mundo.
- He aprendido el oficio de tornero, padre.
- Buen oficio, buen oficio... y ¿Qué me has traído de  tus viajes?
- Traigo algo estupendo: un palo adentro de un saco.
-¿Eh? ¿Un palo dentro de un saco? ¡Valiente cosa! Palos tienes aquí todos los que quieras; puedes cortarlos de cualquier árbol.
- Pero no como el mio, padre. Mi palo está encantado, y cuando le digo: "¡Palo, afuera!", le da una paliza tremenda a quien yo quiera. Y gracias a éste palo he traído la mesa mágica y el burro de oro de mis hermanos; se los había robado un posadero, y ahora ya tienen aquí sus tesoros. Llámales, y llama también a nuestros parientes, que les vamos a dar de comer y beber, y a llenarles los bolsillos de monedas d oro.
El viejo sastre no se fiaba demasiado, después de lo que había pasado al llegar sus hijos mayores; pero llamó a sus parientes. El tornero puso una sábana en el suelo, debajo del burro, y dijo a su segundo hermano:
- ¡Anda, hermano, dile al burro lo que tu sabes!
El molinero dijo:
- ¡Brikibrit!
Y el burro soltó una lluvia de monedas de oro, por delante y por detrás. Todos los parientes se tiraron al suelo a recoger las monedas, y se llenaron los bolsillos.
Entonces el tornerito sacó la mesa mágica y dijo a su hermano mayor:
- ¡Anda, hermano, entiéndete con ella!
El carpintero dijo:
- ¡Mesita, cúbrete!
Y la mesa, de repente, se cubrió con un mantel blanco, y con platos y fuentes llenos de las cosas más ricas dl mundo. Todos los parientes se dieron un banquetazo, y el sastre estaba tan contento que no sabía que hacer: estuvieron reunidos hasta la noche, y desde entonces vivió como un rey con sus tres hijos.
Pero ¿Qué había pasado mientras tanto con la dichosa cabra, la culpable de la marcha de los tres hijos del sastre? Pues la cabra, muerta de vergüenza porque le habían afeitado la cabeza, se escondió en la cueva de una zorra; y cuando la zorra volvió del campo, vio que dos ojos brillantes la miraban desde el fondo de la cueva, se asustó y se escapó corriendo. Un oso que la vio correr, le preguntó:
- ¡Eh, hermana zorra!¿Qué te pasa, que tienes esa cara de miedo?
- ¡Señor, señor! ¡En mi cueva hay un animal espantoso, con ojos de fuego!
- No te pongas así, mujer. - Dijo el oso, y la acompañó a la cueva. Se asomó, miró, vio los ojos que brillaban, le entró miedo a él también y echó a correr como un loco.
Le vio una abeja, y le preguntó:
- Pero amigo oso, ¿Qué te pasa que corres así?
- ¡AY, calla, calla!  En la cueva de la zorra hay una fiera salvaje, con ojos de fuego. Y no podemos echarla de allí.
- ¡Qué bobo eres, oso! Me das pena. Ya ves, tan pequeñita como soy, que ninguno me hacéis caso, y os voy a ayudar.
Voló a la cueva de la zorra, se posó en la cabeza rapada de la cabra y picó con tanta fuerza, que la cabra salió balando: "!Bee, bee!" y echó a correr como una loca-. Y desde entonces, nadie ha sabido más de ella. 
FIN.

"Cuentos de Los Hermanos Grimm" - Ilustraciones de Janusz Grabianski.